"Me siento muy orgullosa de poder enseñar los trucos del oficio de cestera. Si no fuera por estos talleres la artesanía se acabaría porque como no da para vivir a las nuevas generaciones no les interesa" sentenciaba Eloísa Peña Galván el pasado martes en la plaza de Tifariti, en Valsequillo, donde explicaba a niños, a jóvenes y a mayores cada uno de los pasos que había que seguir para elaborar, con ramas de palma y centeno, pequeñas escobas, ramos de flores, pulseras, o las trenzas que hay que fabricar para ir tejiendo un sombrero.
Desde esta semana, cada martes y jueves, de julio y agosto, de las seis a las ocho de la tarde, se puede aprender en la plaza de este municipio alfarería, cestería, bordado canario, macramé, ganchillo, y hasta hacer ropa de carnaval con papel y cartón. Además, de mostrar los entresijos de cada uno de estos oficios, el Proyecto de Intercambio Intergeneracional de Artesanía, que ha puesto en marcha el Ayuntamiento valsequillero en colaboración con el Cabildo grancanario, persigue poner en contacto a las distintas generaciones que mantienen vivos estos trabajos. En ese proyecto, pionero en Canarias, participan un total de quince artesanos, algunos ya septuagenarios y otros que pese a estar en el medio siglo, se han convertido en maestros alfareros porque aquellos de los que aprendieron ya no están.
A Eloísa Peña, hija de bordadora, que desde los siete años hizo sus pinitos en la cestería, impartió el junto a su marido Francisco Navarro, que trabaja el mimbre y la caña, y su hija María Luisa Navarro, toda una maestra del ganchillo, le tocó impartir la primera clase de este verano. Esta familia valsequillera es un ejemplo del afán por mantener vivas las antiguas tradiciones, pues hasta uno de sus nietos, Óscar, a sus once años se ha convertido en un experto en cestería, aunque de momento, con el asa le echa una mano el abuelo.
Dedicarse a la artesanía tiene mérito, no sólo porque hay que hacerlo en el tiempo de ocio no solo porque no reporta suficientes ingresos como para vivir, sino porque, en ocasiones, resulta complicado disponer de la materia prima. Es el caso de Eloísa, que se ve obligada a traer de Elche las hojas de palma. "Tengo que comprar bastante porque se estropea una parte en el camino" remarcó. Este inconveniente le ha hecho optar por el centeno que hasta cosecha, y explica que si bien es "más laborioso para trabajar, da más brillo y es más suave para los sombreros".
Para su marido Francisco Navarro, que "toda la vida" se ha dedicado a la construcción, trabajar el mimbre y la caña ha sido sobre todo "un entretenimiento más que una forma de vivir". Este nieto de cestero de El Rincón de Tenteniguada, mientras ayudaba en la plaza de Valsequillo a varios niños a entrelazar las tiras de mimbre, confesaba que "nunca este oficio le ha dado para comer". Incluso, añadió que a veces si ha vendido sus trabajos, pero otras los ha llegado a regalar. Ahora, a sus 72 años, contó que disfruta enseñando en el garaje de su casa a su nieto.
Por su parte, Delfín Díaz Almeida, alfarero, que también mostrará en la plaza de Tifariti su destreza con el barro, manifestó que a sus 50 años se ha convertido, sin pretenderlo, en maestro de este oficio, ya que aquellos de los que aprendió en Guía tristemente han fallecido. Experto en la reproducción de cerámica prehispánica, aclaró que estas clases de verano sólo permiten una toma de contacto con el oficio, y aprovechó para criticar a las instituciones por no tomarse en serio la divulgación entre los jóvenes de estos trabajos artesanos, puesto que, a su juicio, se podrían incluir unidades didácticas en algunas asignaturas ya que para montar las piezas de un horno se aprende termodinámica o física. También aseguró que la alfarería es su pasión, y aunque imparte talleres sobre este oficio, hace reformas de albañilería y pintura "para salir adelante".
