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Agaete La Rama poética (I)

Agaete, romances y cantares

Poetas y viajeros imprimieron el mito romántico que atesora la villa

Agaete, romances y cantares

Quiso el destino y la estrategia militar castellana, allá por el siglo XV, que Agaete, además de un lugar estratégico para la conquista de Gran Canaria y el proceso colonizador posterior, fuera un emporio económico debido a las condiciones naturales del valle donde se ubica. Unas condiciones que, además de ser adecuadas para el cultivo de la caña de azúcar -el oro blanco del momento-, le permiten la comercialización del producto con Flandes y constituirse en un foco cultural que no ha decaído en el tiempo y que posiciona a la Villa Marinera en el nacimiento de la literatura canaria -más allá de las endechas-, con Bartolomé Cairasco de Figueroa (Las Palmas de Gran Canaria, 1538-1610).

Con vocación poética

Destacado eclesiástico, músico y poeta, Cairasco de Figueroa vino a emparentar políticamente con una familia ítalo-canaria afincada en Agaete y dedicada al comercio del azúcar- al igual que la suya-, al casarse su hermana Constantina con Francisco de Palomares, hijo del hacendado Antón Cerezo, el donante del Tríptico Flamenco de Agaete. Este matrimonio -el segundo de Palomares-, no sólo reforzaría los intereses comerciales de ambas familias, sino que vincularía para siempre a Cairasco con Agaete, quien además de cantar misa ante el tríptico de la Virgen de las Nieves en el año 1571, recoge en la tercera parte de su obra poética Templo Militante, el Canto de Nuestra Señora de las Nieves; una obra ¿supuestamente censurada? después de la edición de 1609, según la investigación del profesor Antonio Henríquez Jiménez.

Cuenta Henríquez Jiménez que en la edición de dicha obra en 1618, desaparecieron las octavas reales en las que Cairasco de Figueroa nombra a sus familiares y legítimos herederos, apuntando la posibilidad de que tal desaparición no fuera un despiste, sino la consecuencia del litigio entre los herederos de Cairasco y el canónigo Juan Bautista Espino -uno de los albaceas de Cairasco,-encargado de conseguir dinero para sufragar los gastos de la capilla dedicada al insigne poeta y canónigo en la catedral de Las Palmas, una vez muerto éste en 1610.

A pesar de que los tiempos de conquista y colonización son más propicios para la narrativa en crónicas, documentos y legajos testamentarios centrados en el reparto de tierras, aguas, ganado y otros bienes gananciales, hubo también un espacio para la poesía en la que el nombre de Agaete será casi un continuo, sólo interrumpido por las guerras, hambrunas y enfermedades que desarticulaban el tejido social y diezmaban la población del momento. Es de interés reseñar que en el siglo XVII surge la figura del médico y escritor Antonio de Viana (La Laguna, Tenerife, 1578- ¿1650?), en cuyo poema Antigüedades de las Islas Afortunadas, publicado en Sevilla en 1604, aparece el nombre de Agaete.

Antonio de Viana había viajado a Gran Canaria -donde conoció a Cairasco de Figueroa- pero mientras que la lírica del clérigo respondía a su formación religiosa, el poema de Viana es considerado por el filólogo Valbuena Prat "?como la única obra épica que representa todo el paisaje, espíritu y leyenda heroica de una región de habla castellana en los albores del siglo XVII?", afirmando la también filóloga María Rosa Alonso que es "?fuente para entender a nuestros guanches, nuestros paisajes, nuestra historia, nuestra literatura y nuestros símbolos".

Y el nombre de Agaete vuelve a resurgir en la poesía del siglo XIX de la mano de Nicolás Estévanez Murphy (Las Palmas de Gran Canaria 1838- París 1914). Este político republicano y federalista, militar y poeta, nos deja su sentir por la tierra que le vio nacer en el poema Canarias, publicado en 1891, en el que aparece nuevamente el nombre de Agaete, asociado a las tropelías propias de los tiempos de conquista. En sus versos se cuentan las pretensiones amoroso-esclavizantes de Alonso Fernández de Lugo sobre la princesa aborigen Guayarmina, cuya existencia y relato, en relación con Agaete, ha trascendido al callejero local, al nombre de la sociedad cultural durante la Segunda República, a la hostelería y turismo- Hotel Guayarmina-, y a la denominación de equipos deportivos, además de ser un popular nombre propio de mujer.

Con vocación musical

Veinte años antes de que Garnier Hermanos, Libreros-Editores, publicara en París la obra de Nicolás Estévanez, Romances y Cantares, que incluye el poema Canarias, la prensa local grancanaria refiriéndose a Agaete, anunciaba que estaba "en vías de realizarse la formación de una banda de música en aquel pueblo para lo cual se han asociado varios aficionados y unos pocos vecinos que se han prestado gustosos a sufragar los gastos necesarios. Lo celebramos". Al amparo de la municipalidad y en el fragor propio de las Fiestas de las Nieves, en 1871 nacía la Banda de Música de Agaete.

Desde agosto de 1871 hasta nuestros días, salvando los correspondientes avatares propios de 145 años de existencia, el pueblo de Agaete ha contado con uno de sus principales agentes promocionales, la Banda de Agaete, allí donde solicitaran su presencia. Hasta entonces, los actos festivos eran acompañados por agrupaciones musicales venidas de fuera, como es el caso de la Banda de Música de Guía, que acompañó la Rama de Agaete en 1867. Evidentemente hubo en Agaete otras bandas de música que sucumbieron al paso del tiempo, al igual que actualmente existen, además de la Banda de Música de Agaete, la Agrupación Musical Guayedra y la Banda de Las Nieves.

Dado los tiempos, la novedad y el calado social de la noticia para el Agaete de entonces, la creación de la Banda de Música fue otro revulsivo cultural que propició un reguero de notas de prensa, como si de una novela por entregas se tratara, unas veces comunicando la contratación de don Emilio Quintana -vecino de Telde-, como primer director de la Banda de Música recién creada, aprovechando sus conocimientos musicales a la vez que ejercía de maestro de escuela en Agaete y otras, para anunciar la llegada de los primeros instrumentos musicales procedentes de Marsella, por lo que diremos que al Agaete poético posicionado por Cairasco de Figueroa en la historia de la literatura canaria, allá por el siglo XVI, se une en el siglo XIX, el Agaete musical en lo que a bandas de música se refiere.

No duraría mucho el contento de don Emilio Quintana, siendo a la par maestro y director de la Banda de Música de Agaete, en una época donde los ayuntamientos eran los encargados de contratar y pagar a los maestros de escuela. En 1872 aparece su nombre en el Boletín Oficial de Canarias, reclamando el pago de su sueldo como maestro, acción que motivó su destitución como maestro interino, alegando el ayuntamiento deudor, mala conducta e insuficiencia en el desempeño de sus funciones, cuestión que no me extraña si aplicamos el viejo dicho, "pasa más hambre que un maestro de escuela".

Resuelta la demanda a favor del maestro por parte de la Diputación de entonces, el Ayuntamiento de Agaete tuvo que saldar la deuda y, aunque la Banda de Agaete se quedó sin director, no fue impedimento para que la agrupación musical continuara su andadura, estando presente en la vida social agaetense como por ejemplo en la visita que el obispo José María Urquinaoa y Bidot realizó a Agaete entre los días 16 y 20 de noviembre de 1874, para colocar la primera piedra de la actual Iglesia de la Concepción- el domingo día 18-, después de que un incendio devorara el antiguo templo el 28 de junio de ese mismo año. Procedente de Gáldar, el obispo había sido recibido en la zona conocida actualmente como Los Llanos y después de cuatro días en Agaete, las autoridades, el pueblo y la Banda de Música, lo despidieron en el Puerto de las Nieves donde embarcó para La Aldea.

Con música también se había celebrado en Agaete la presencia del café de Agaete en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 y en la Exposición Regional en Cádiz de 1879, de la mano de don Antonio de Armas en ambos casos y, con más música aún si cabe, repique de campanas y voladores, andando el año 1881, se recibió la noticia de la concesión de 75.000 pesetas de aquel tiempo para la construcción de la Iglesia de la Concepción, gracias a las gestiones de don Fernando León y Castillo, siendo Ministro de Ultramar.

A su gestión política y a la profesionalidad de su hermano, el ingeniero Juan León y Castillo, se les debe el impulso y los proyectos de la carretera del Norte de Gran Canaria y el Muelle Viejo de Agaete, que datan de los años 1858 y 1864, respectivamente.

Mediante una carta firmada por sus vecinos, Agaete agradeció a León y Castillo, no sólo el gesto para con la iglesia sino por el resto de sus acciones, acordando el Ayuntamiento, reunido en Pleno extraordinario, nombrarle hijo adoptivo, ponerle su nombre a la que hasta aquel momento fue calle del Recreo y disponer de un retrato suyo en el salón municipal. De la misma manera, la Junta para la construcción del Templo, acordó colocar otro retrato suyo en una de las capillas.

Con menos música y mayor insistencia ante el Ministerio de Fomento, se solicitó que se sacaran a concurso obras públicas como forma de mitigar la pobreza y la emigración hacia América.

Comunicaciones

Si deficitarias eran las comunicaciones por mar y por tierra debido a la falta de muelle y carretera, no lo eran menos los servicios tan básicos y necesarios como un médico y un farmaceútico, con los que en el año 1855, Agaete aún no contaba, de la misma manera que en el año 1863 tampoco había escuela para las niñas y la venta de carne y pescado se hacía a la intemperie, en una calle del centro del pueblo, debido al retraso de las obras que habían estado dejadas de la mano de Dios durante ocho años.

La situación del servicio de correos en esa misma época, hubiese sido cómica si no fuera triste, tanto por las penurias de los pobres carteros como por la tardanza en llegar la correspondencia a su destino final, desde Agaete a Las Palmas de Gran Canaria o viceversa: los martes, jueves y sábados, a las 07.00 de la mañana partía un cartero peatón - sí, caminando-, desde Las Palmas de Gran Canaria para Moya, pasando por San Lorenzo. Esos mismos días a las 13.00 horas, salía otro cartero peatón desde Moya hasta Agaete, pasando por Guía y Gáldar, retornando a Moya a las 12.00 del mediodía del siguiente día. De Agaete a San Nicolás, salía el cartero peatón a las 06.00 de la mañana de los miércoles, viernes y domingo, retornando el mismo día a las 18.00 horas.

Con 100 pesetas de sueldo anual, que es lo que ganaban los carteros y también los maestros y maestras de la época, no es de extrañar que en 1867 hubiera quejas contra el cartero que hacía el servicio entre Moya y Agaete, porque retornaba a los pueblos del Norte sin la correspondencia, por no esperar a que llegara el cartero que hacía el servicio entre Las Palmas de Gran Canaria y Moya, cuestión sencilla de explicar ya que con tal precariedad y tanto camino que andar, no ganaban los pobres carteros para alpargatas y menos aún para botas con herrajes y esperas.

Aquellas dificultades no fueron incoveniente alguno, para el espíritu aventurero de aquellos viajeros del continente europeo que visitaron el Agaete de entonces, antes bien fue todo un reto, cuya deriva dio como resultado el conocimiento temprano de las bellezas de nuestro paisaje, las bondades del clima, las conexiones marítimas con Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria y el descubrimiento - más allá del monocultivo -, de otros recursos ligados al turismo de salud.

Entre aquellos viajeros está el escocés George Glas, en cuyo libro La Historia del descubrimiento y conquista de las Islas Canarias, publicado en 1794, tomando como referencia la Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canarias, de Abreu Galindo (¿ Gonzalo Argote de Molina?), utiliza el nombre de Gaete para referirse a Agaete, un vocablo muy parecido al topónimo Gaeta, que da nombre al puerto de mar localizado en el sur de Italia, muy cerca de Nápoles y que emplea el médico e historiador, Marín y Cubas en su obra Historia de las Siete Islas Canarias, también para referirse a Agaete.

Si la presencia de Olivia Stone en Agaete, en 1883- cuando aún no llegaba la carretera-, es de sobra conocida, no lo es tanto la visita de Charles F. Barker - un vendedor de biblias anglicanas-, en noviembre de 1889, el cual, habiéndose desplazado desde Guía hasta Agaete en mula, regresó a Las Palmas en coche..., "abandonando Agaete a las dos del mediodía y llegando a Las Palmas alrededor de las 09.30 de la noche".

Otra de aquellas viajeras fue Margaret D'Este, quien llegó hasta Agaete en el año 1908 a lomos de una mula que la trajo desde Tejeda, "por un espantoso sendero de cabras, cuya infamia sobrepasa a cualquier camino de herradura que hubiésemos encontrado entonces", si bien pudo regresar a la capital también en coche, porque desde el miércoles 3 de agosto de 1887, entrada la tarde, "se abría paso por entre la multitud, sorteando el sitio ocupado por las legendarias cajas del turrón, el primer carruaje que ha recorrido la nueva carretera que une esta población con la ciudad de Las Palmas..., los voladores se sucedían unos a otros, y el público aclamaba a don Fernando de Leon y Castillo, a quien debe este pueblo, no sólo esta carretera, sino su hermoso templo ya terminado y el bonito muelle escalón, que da acceso a la elegante ermita en que habita la Virgen de las Nieves".

Con el paso de los siglos, aquella hornada de viajeros y sus publicaciones colaboraron -sin saberlo-, en la construcción del mito poético, por romántico, que hoy es Agaete.

Entre Rama, música y poesía , ese puzzle inacabado que siempre ha sido Agaete, parecía coger tino a medias, o así lo percibía su gente, que vieron acabado el Muelle en 1889 y en 1881- más de veinte años después de su inicio-, y el anuncio de los remates de los tres últimos tramos de carretera para después de las Fiestas de Las Nieves, por la cantidad de 120.141'76 y 355.447'20 pesetas; una carretera que en aquel momento llegaba hasta la Cuesta de Silva y que finalmente avanzaría hasta llegar a la Villa en el año 1887.

Y Agaete percibió que la modernidad y la prosperidad económica del momento dependía de las comunicaciones tanto marítimas como terrestres -el telégrafo y el teléfono llegarían en 1898-, y por supuesto, también de las gestiones políticas.

Los dos puertos

Una percepción que se convierte en aspiración perseguida y aderezada con los comentarios jocosos aparecidos en la prensa, en concordancia con la fama de pueblo burletero que tiene Agaete y su gente y que ya se cultivaba desde entonces: "Cuando se pueda llegar en coche al Puerto de las Nieves de Agaete, los que deseen hacer viaje a la Interina ( referido a Tenerife) sin necesidad de montar en la Isleta, se embarcan por las Nieves y a las tres o cuatro horas se da fondo, digo, se echa el ancla en el fondeadero de Santa Cruz. Tan cerca quedan los dos puertos que, al decir de los que saben, hecho un caldito de pescado fresco o un puchero en Agaete, llegan calientes y se los comen los de la Interina".Con el tiempo, los puertos de ambas islas han servido para que unos y otros comamos caldo de pescado en Agaete o costillas con piñas y papas en Aguamansa, para hermanarnos y compartir Rama, música y poesía a lo largo de tantos años. Que se lo pregunten a Garachico.

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