Y las musas protectoras de la poesía en sus diferentes modalidades, revolotearon nuevamente sobre Agaete y Garachico. Allá por los años setenta del siglo pasado, ambas villas compartirían sede alternativa para celebrar las Jornadas Culturales del Archipiélago, correspondiéndole a Agaete las ediciones de los años pares a partir de 1972.

Y la cultura, que siempre fue el motor agaetense, habitó en la Villa y, aún hoy, cuando voy por esos mundos de festivales de ópera y música clásica de verano -salvando los tiempos-, todo me recuerda el ajetreo de aquel Agaete de 1972. Un Agaete victorioso por haber logrado que las Fiestas de las Nieves fueran declaradas de interés turístico y a la vez agobiado, ya que sin hacer la digestión -una vez acabada la Bajada de la Virgen de las Nieves a su ermita, el 17 de agosto- entraba de lleno, horas después, en aquellas II Jornadas Culturales del Archipiélago, en las que nada más empezar, la Villa sacaba a la calle parte de su artillería cultural, comenzando por la presentación a cargo de don Gabriel Armas Medina, en cuya disertación no podía faltar el Agaete poético del que él mismo procedía y formaba parte, además de la actuación de la Coral del Casino La Luz, a la que pertenecí, la Banda de Música de Agaete y, sobre todo, el Tríptico Flamenco al completo. Así, sin parar, hasta la clausura el 24 de agosto.

Centro mediático veraniego

Por Agaete desfiló lo más granado de la cultura isleña y nacional de la época, desde el crítico de arte y director de la revista Gaceta del Arte, Eduardo Westherdahl, hasta Juan de Contreras y López de Ayala, catedrático de Historia de España e Historia del Arte, además de presidente de las Academias de Bellas Artes de Roma y San Fernando en Madrid, desde Rumeu de Armas, catedrático especializado en Historia de América y de Canarias, hasta doña Lola de la Torre, musicóloga y profesora de canto y doña Consuelo Sanz Pastor, directora- conservadora del Museo Cerralbo de Madrid.

Dado que en aquellos años Agaete se promocionaba unas veces como Gracia blanca de la costa negra o simplemente como Agaete es fiesta, las IV Jornadas de 1974 llegaron sin sentir y con un formato menos encorsetado que las anteriores, debido a que no obedecían a eslogan alguno y a que contaban con una programación pensada para el público a quienes iban dirigidas. ¡Y funcionó!

Recuerdo que la participación fue masiva y, aunque las conferencias y sus ponentes fueron interesantes, quedó más en el recuerdo de la gente los poemas que tanto el crítico de arte y poeta, Enrique Azcoaga y Carlos Acosta García, dedicaron a Agaete, o la actuación de Lucy Cabrera con el grupo de teatro de cámara La Carbonera, recitando a Tomás Morales y algunos fragmentos de Los Guanches de Tenerife de Lope de Vega.

De la misma manera recuerdo la asistencia masiva de público a la presentación de la publicación de La Umbría de Alonso Quesada, a cargo de don Alfonso de Armas Ayala, igual que a la exposición de fotografías de Francisco Rojas Fariñas, con quien creo que Agaete tiene una deuda afectiva; no en vano en aquellos años setenta, sus fotografías ayudaron, y mucho, a promocionar el municipio, convirtiéndose en el siglo XXI en documentos necesarios para cualquier estudio etnográfico que se quiera hacer del municipio.

El hermanamiento entre Garachico y Agaete, cerró aquellas Jornadas, nombrando a la Virgen de las Nieves romera mayor, dedicando una calle del casco urbano a Garachico y realizando un encuentro entre las corporaciones de los dos municipios.

La democracia estaba al caer y aquel señor que presentó las Jornadas en la plaza de la ermita de las Nieves, llamado don Juan Rodríguez Doreste, profesor mercantil, escritor y crítico de arte, andando el tiempo llegaría a ser alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, conocido en todo el país como el Sandro Pertini canario.

El franquismo había llegado a su fin y España se encaminaba hacia la democracia, por lo que las VI Jornadas Culturales del Archipiélago en el año 1976, se celebraron en los albores de la transición democrática y, a pesar de que aún faltaban dos años para el nacimiento de la nueva Constitución Española, aquel modelo cerrado entre dos municipios de las islas capitalinas se abriría a una tercera isla: La Palma, argumentando afinidades religiosas en torno a las respectivas Vírgenes de las Nieves y, por consiguiente, con la conquista de las Islas Canarias.

Además de la presencia variada y reiterada de algunos conferenciantes, siempre hubo elementos cercanos entre los participantes de las Jornadas como fue la presencia de Pepe Dámaso, que no sólo diseñó el cartel de las mismas, sino que en ellas se proyectó su recién estrenada película La Umbría y la de Celso Martínez de Guzmán, uno de los más activos intelectuales del noroeste de Gran Canaria en materia de arqueología, que, por entonces, se pronunciaba en la prensa argumentado que "un plan de cultura no se podía concebir sin una política cultural definida". Y si antes reclamé saldar la deuda afectiva con Rojas Fariñas, por su aportación a la promoción de Agaete a través de la fotografía, ahora reivindico exactamente lo mismo para el fotógrafo de la comarca Francisco Rivero, también presente en estas Jornadas.

Si algún espacio cultural, incluyendo a sus usuarios, se benefició directamente de las Jornadas Culturales del Archipiélago celebradas en Agaete, fue su Biblioteca Pública; no sólo porque se utilizara para diferentes actos, que también, sino por la dotación de fondos que realizaron tanto el Cabildo de Gran Canaria, como del Instituto de Cultura Hispánica, al amparo de las Jornadas, convirtiéndose en aquel entonces, la del pueblo de Agaete, en una de las bibliotecas públicas de pueblo, mejor dotadas de Canarias.

Que el proceso democrático era irreversible lo atestigua el hecho de que la prensa comenzara abiertamente a cuestionar a la oficialidad, refiriéndose a la organización de las Jornadas, no estando la controversia centrada en la intención de las mismas sino en el hecho de ceñirse sólo a tres municipios y llamarlas "del Archipiélago". Lo cierto es que entre organización y celebración de sus Fiestas de las Nieves y de sus Jornadas Culturales del Archipiélago, Agaete se convirtió en el centro mediático veraniego de toda Canarias, un protagonismo compartido con Garachico durante toda la década de los setenta del siglo pasado; un protagonismo generador de, entre otros muchos beneficios, riqueza directa e indirecta.

Y como cualquier proceso de cambio conlleva un tanto de transgresión y más aún siendo jóvenes, nos atrevimos a desafiar la tradición, mojando la Rama en el mar, a sabiendas de que todo lo que un día comienza, al cabo de los siglos es centenaria.

A mayor honra y gloria

Además de las crónicas de la conquista, de las que nos dejaron aquellos viajeros naturistas, científicos y arqueólogos europeos, que han paseado por el municipio a lo largo de cinco siglos de historia, llegado el siglo XX hay crónicas periodísticas dedicadas exclusivamente a mayor honra y gloria de Agaete y sus Fiestas de las Nieves, sirviendo como ejemplo la de Batllori Lorenzo en relación con las fiestas del año 1900, una pieza de una gran riqueza descriptiva, o la de Rodríguez Rivero de 1901, que ensalza la brillantez de los actos y su organización.

Es evidente que la comunicación y el tipo de lenguaje utilizado cambia según avanza la sociedad y más en este mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir; razón por la que en los años cincuenta del siglo XX y al soco del desarrollo periodístico y radiofónico, aparecen en los programas de las Fiestas de las Nieves, el acto del pregón y el pregonero, una nueva forma y figura de resaltar la idiosincrasia agaetense y de hacer un llamamiento a la participación de residentes, foráneos y, sobre todo, de aquella gente de Agaete emigrada a otros lugares de la Isla.

Bajo el título Impresiones de Agaete, Cirilo Tadeo del Rosario, corresponsal entonces del periódico LA PROVINCIA, nos dejó la reseña del pregón del año 1951, a cargo de don Gabriel Armas Medina, que fue retransmitido por Radio Las Palmas. Luego vendrían pregoneros de la talla de don Sebastián Jiménez Sánchez, cuyos apuntes históricos sobre La villa de Agaete y su Virgen de las Nieves, habían sido publicados en la prensa en 1944 y al año siguiente en una publicación patrocinada por el Ayuntamiento de Agaete, siendo también pregonero en esa década el profesor e hijo de la Villa, don Augusto Esparza Martín, quien a pesar de que su disertación estuvo en la línea del nacional catolicismo reinante, la Rama le traía, "el antiguo sabor de esa gran fuerza expansiva que los primitivos pobladores de las islas manifestaban en delirio colectivo de la tribu, ante los misteriosos hechos de la conservación y fecundidad?"

Mientras tanto, la pasión que sentía por las Fiestas de las Nieves, don José Armas Medina, escultor hijo de Agaete -quien ya había demostrado su buen hacer con la gubia y el cincel, tallando el trono de la Virgen- continuaba en 1955 modelando, para estrenar tres nuevos papagüevos que representaban a tres personajes populares como eran don Pedro Hernández, el matarife del pueblo apodado La Pelica, don Juan Benítez, repartidor, apodado El Paletúo y el acarreador de agua y sepulturero don Francisco Martín, apodado El Pupulo.

Por la radio de cretona

Es de destacar en una época en la que no todo el mundo era merecedor de tal reconocimiento social. La afición de don José por las fiestas le venía de familia, lo corrobora don Antonio Jiménez, un agaetense que después de 57 en América, volvió para las fiestas de 1958, confesando que con diez años fue ayudante de don Juan Armas Merino- tío de don José-, como 'pegapapeles', una vez modelados en barro los papagüevos.

En los 60 , el pregón de las fiestas fue adquiriendo popularidad -porque prestigio siempre lo tuvo, desde sus inicios- dado el nivel de los pregoneros, sin embargo, aún no se había popularizado y mucha gente lo escuchaba en su casa a través de la radiado de cretona, lo que en ocasiones hizo que el dueño de la planta eléctrica tuviera que poner los motores en marcha y "dar luz" en horario no previsto.

Sentido y emotivo fue el pregón del año 1964, del escritor y poeta, Juan Sosa Suárez (Belarmino) hijo del pueblo, de quien guardo gratos recuerdos de mi niñez, lo mismo que de sus hijas Natalia y Mari Sosa Ayala -escritora también la primera- cuando frecuentaban la casa de sus parientes en Agaete junto a la mía, además de que Juan Sosa, inmortalizara a su prima, la mezzosoprano Lucy Cabrera, a través de la poesía.

"Las harimaguadas, aquellas extrañas sacerdotisas que formaban clase teocrática entre el pueblo aborigen de Gran Canaria, aquellas vestales que vestían imponentes túnicas, de fino cuero de cabritos adobado en color perla, terminadas en largas colas, tenían, en los inicios de cada fiesta, la ejecución del rito inaugural de la gran fiesta solsticial del estío, asociada a la recolección de los granos, y en todas aquellas otras que tenían carácter de rogativas al Ser Supremo para propiciar la lluvia. Antes de?, ya las harimaguadas habían subido a los montes para cortar las ramas y bajaban hacia el mar portando los reverdecidos gajos y con ellos azotaban las olas como en un afán estimulante para que el mar se tornara en nube y la nube se deshiciera en lluvia que fecundara la tierra"?

Con este entrecomillado iniciaba en el año 1965, don Juan del Río Ayala su pregón y lo que en disertaciones anteriores pudieron ser pinceladas exóticas y recurrentes sobre el mundo prehispánico, en la España totalitaria de la época, sin efervescencia nacionalista alguna, devino en argumentos de algunos pregoneros que, tomando datos de las crónicas de la conquista, argumentaron sobre el proceso de sincretismo que sufren los pueblos dominados en el tránsito hacia el sometimiento final, aseverando que, "cuando el cristianismo, de la mano de la fecunda Castilla, sentó plaza total en nuestra isla, al igual que en otras regiones y otras cristianizaciones del mundo, el pueblo, sencillo, noble e ingenuo, aportó sus costumbres ancestrales a la reverencia de Dios y sus santos y los que antaño fueran actos rituales de un más o menos acentuado paganismo, ante el poder santificante de la Iglesia de Cristo, opta para hacer suya toda la auténtica poesía que brotando del alma del hombre de buena voluntad, se tornaron en ingenuas, explosivas y hasta ululantes manifestaciones de fe y de exaltación religiosa".

No faltaron tampoco en estas décadas artículos periodísticos relacionados con el devenir de las Fiestas de las Nieves centrados mayormente en la Rama, un ritual de normas muy sencillas, que no sólo no ha sucumbido al paso de los años, sino que se ha adaptado perfectamente, un motivo razonable por el que siempre estuvo bajo el ojo censor de las costumbres de una época -a ver para dónde camina esto- en la que aún las mujeres asistían a misa con la cabeza cubierta con el velo y ni por asomo se les ocurría llevar pantalones, blusas sin mangas y mucho menos un top sin mangas ni tirantes, ni siquiera para bailar la Rama, lo que hubiese sido un escándalo de fuerza mayor. De aquellos artículos me parece bastante ecuánime el publicado en 1957 por don Manuel García Barroso, hijo del pueblo y profesor en la Sorbona, cuyas reflexiones sobre la Rama le llevan a indicar que, "su elementalidad, su salvaje espontaneidad, es un chorro de agua clara que brota de las entrañas telúricas del alma guanche? El bailarín toma contacto con el alma ancestral de sus antepasados. Todas las superestructuras de la civilización se desvanecen y su espíritu, magníficamente, se coloca al borde de los orígenes de la vida". En una época, la de mi niñez, en la que sólo bailaban la Rama la gente humilde, quienes debían alguna promesa, niños y jóvenes indiferentes frente al qué dirán y las familias agaetenses emigradas a la capital, que habían superado el cerco censor del pueblo, el "¡ay por cuánto si yo la bailara!"

La preocupación por la evolución de la Rama, también la expresa en 1967 don Juan Márquez, quien califica a las Fiestas de las Nieves como una fiesta pueblerina más, con un poco de lo divino y mucho de lo pagano, cuya diferencia la marca la Rama, "un número antaño maravilloso y hogareño, seguramente conservando aún su primitivo y alucinante carácter y, aunque actualmente cristianizada, exhorta al cuidado de la tradición para que la evolución no transforme en twist -el ritmo moderno de los años sesenta-, lo que fue la danza sagrada en referencia a los aborígenes".

Lo que de aborigen o cristiana, religiosa, pagana o profana, o ninguna de estas cosas tenga la Rama del siglo XXI, va en la actitud y en la forma en que cada participante la vive, la interioriza y la transmite. Lo cierto es que en la sencillez de la Rama, en su simpleza, está implícita su grandeza; como ocurre en todos los rituales basados en los elementos naturales como son la tierra, el agua, el fuego y el aire. En definitiva, es la sencillez de la Rama la que la engrandece y la universaliza. Sólo hace falta que, de buenas maneras, se comunique a cuantas personas llegan a Agaete con ánimo e ilusión de bailar la Rama, que antes que nada, ésta es un baile por la vida y que la diversión que proporciona ha de ser segura.

Que la Rama es una fiesta inclusiva donde cabemos todos y todas y que es aconsejable que utilicemos lo que de bueno nos pone la globalización a nuestro alcance como son, por ejemplo, las redes sociales, para transmitir al mundo que estamos en Agaete, Gran Canaria, compartiendo de la mejor manera posible lo que de bueno lleva cada cual encima.

#RamaDeAgaete2016.