El legado poético heredado desde Cairasco de Figueroa hasta el presente, fue solidificando los cimientos que sustentan la estructura geográfica, paisajística y social de Agaete, hasta formar parte del ADN local. Ha ocurrido independientemente del topónimo con el que se denominara a Agaete: Gaete, Gaeta, Agayte, Gayerte, La Guete o Lagaete, tanto en tiempos prehispánicos como en los posteriores a la conquista, tanto por su importancia geográfica, histórica y lingüística, como por el sentido identitario que nos vincula con Agaete a quienes aquí hemos nacido, a quienes lo identifican con el lugar de procedencia de sus ancestros familiares, o simplemente porque es el lugar elegido para vivir.

Desde la prosa descriptiva de cronistas y viajeros hasta los textos litúrgicos; desde el romancero al refranero, ripios y pareados -propios de la transmisión oral de los pueblos y oficio de juglares- hasta la métrica trovadoresca, evolucionada a lo largo de los tiempos y encuadrada en los diferentes estilos y movimientos literarios, en Agaete siempre hubo y hay espacios que- por receptivos- se han convertido en casa y refugio de la poesía, como son el Huerto de las Flores y el Casino; la iglesia lo fue y la Biblioteca Municipal debiera incorporarse. Unos espacios que son testigos del patrimonio tangible e intangible asociados al verso y que han convertido a la Villa Marinera en musa inspiradora y, por ende, a la poesía, a poetas y poetisas, en parte de la memoria histórica actual y espero que futura.

La celebración de las bodas de oro del Casino La Luz, en agosto de 1957, supuso también el comienzo sistemático de las celebraciones anuales del Día de la Poesía, evento muy esperado cada año, llegado el mes de marzo y coincidiendo con el inicio de la primavera. En esta primera ocasión se le rendía homenaje a Tomás Morales, contando con Don Luis Doreste Silva como mantenedor de un acto en el que se descubría el busto del poeta homenajeado; un busto que aún se conserva en la biblioteca del Casino.

Día de la Poesía en la década de los sesenta del siglo pasado. Todo un clásico en las voces y almas sensibles de Pedro Lezcano, Domingo Velázquez, Agustín Millares, Juan Sosa, Fernando Ramírez, Isidro Miranda, José Caballero y Manuel González Sosa. Voces algunas de ellas, que utilizaron las sutilezas que el lenguaje poético permite, para poder expresar lo que la censura de aquella España en blanco y negro no permitía, a pesar del empuje del turismo hacia la España del cinemascope y el tecnicolor.

Llegó un momento en el que los artistas locales comenzaron a despuntar, porque los internacionales como Lucy Cabrera y Chano Gonzalo, hacía tiempo que triunfaban en los circuitos internacionales de la ópera. Era el momento de Pepe Dámaso que había expuesto en Agaete y en Las Palmas de Gran Canaria y ahora lo hacía en Copenhague y Madrid. Años de certámenes y juegos florales en los que participaba y destacaba el poeta local Chano Sosa, con la edición de Poemas, En la ciudad dormida, Sin luz en la bahía y Niño sin alas, a los que habría que añadir el drama rural Las montañas no crecen.

El retorno a los orígenes familiares hizo que Natalia Sosa Ayala, dejara su huella periodística, además de poética, en unas crónicas jugosas que con el epígrafe Cosas de Agaete, expresaba su sentir por la tierra de su familia paterna: "He llegado a Agaete el lunes por la tarde y el martes por la mañana voy a las Nieves. Hace un sol claro y el pequeño muelle se adentra en el mar plateado. Mi primera mirada va a las rocas, al Dedo de Dios, al Pinar; luego se pierde en las encadenadas montañas de la Aldea. Alguien me pregunta: "¿Por qué otra vez?". Y yo pienso: "Siempre he estado aquí: desde antes de nacer. Siempre he estado aquí".

Natalia Sosa nunca olvidó Agaete ni la procedencia de su acervo cultural, como nunca deberíamos olvidar nuestra historia- la personal y la colectiva- para no tener que repetirla. Siempre hubo en la Villa un recuerdo para aquella generación de poetas, testigos de las tertulias en el Huerto de las Flores, como lo fue, por ejemplo, Fernando González, un poeta de aquella generación que había regresado a Gran Canaria después de muchos años, una vez repuesto en su cátedra de Literatura, de la que había sido defenestrado por el franquismo. Fue Gabriel Armas -jurista y escritor agaetense- con la colaboración del grupo Neo-Tea, quien tuvo la feliz idea de organizarle un homenaje en Agaete con la presencia excepcional del poeta Saulo Torón y el recital de los poetas Domingo Castellano, Juan Medina y Orlando Hernández.

Ahora la Banda de Agaete cuya estructura había dejado organizada y cohesionada Don Enrique Asencio Ruano en los años cincuenta, continuaba bajo el amparo de la municipalidad, dirigida por Don Manuel García Álamo, hijo del que también fuera director, Don Manuel García Sosa. Pero ya no era solamente de Agaete, la Banda acabó siendo de toda Canarias y, particularmente de Gran Canaria, porque no había fiesta que se preciara que no contara con su presencia. Ni que decir tiene que siempre hubo y habrá hueco en La Rama de Agaete para los ritmos del momento; piezas musicales que por selección natural aparecen y desaparecen con la moda o con el relevo generacional de los músicos. Sin embargo, por la misma selección natural y tarareadas por el pueblo de Agaete, han permanecido en el tiempo algunas que hoy son el santo y seña de La Rama y de la Diana.

Sería conveniente recordar, que en la era de las comunicaciones en la que nos ha tocado vivir, unido al plus que supone haber sido declaradas fiestas de interés turístico en el año 1972, La Rama de Agaete no sólo cierra los telediarios nacionales el día 4 de agosto, sino que además, las redes sociales permiten su difusión de inmediato en cualquier formato, sean fotos o vídeos, por lo que a pesar de que para Agaete y su gente, La Rama es un producto emocionalmente único -por sensibilidad y afectos-, para el resto del mundo es un producto más, si no tiene un plus que lo diferencie.

Esa y no otra es la razón por la que en la parte más espectacular del ritual y a tiro de cámaras, como es la bajada de la calle Guayarmina, las bandas de música debieran esmerarse en tocar los ritmos clásicos asociados a La Rama, para que no nos confundan con otras regiones de España, en una hora donde medio país está almorzando o a punto de hacer la siesta. De la misma manera, la municipalidad debiera crear y promocionar los enlaces correspondientes para interactuar en las redes sociales y en las emisiones televisivas en streaming si las hubiere.

Tanto con Don Manuel García Álamo, como con Don José Santana y Don Miguel Santana, directores que continuaron al frente de la Banda de Agaete, no hubo barrio capitalino- especialmente aquella Isleta de los años sesenta- al que la Banda de Agaete no acudiera a animar sus fiestas, provocándose en cualquier lugar que fuere tal mimetismo, que había momentos en los que era difícil distinguir quiénes eran de Agaete, si la gente o la Banda.

En el año 2021 -faltan cinco años, que, a buen seguro pasarán volando-, la Banda de Agaete cumplirá 150 años de existencia; tiempo más que suficiente para que tanto sus componentes (con René Santana al frente como director) y la municipalidad, programen los actos que corresponden a tal onomástica, a sabiendas de que su labor promocional en relación con Agaete es incontestable.

Una vez pasada la década de los setenta del siglo pasado -una etapa cultural y festivamente brillante para el municipio- la poesía que encierra Agaete y su Rama encuentra como antaño, cobijo y receptividad por parte de la municipalidad. Avanzada la década de los ochenta y entrando en la de los noventa, el Huerto de las Flores tomó carta de naturaleza social, con horario de apertura y con un despliegue de actos que iban desde las conferencias al cine de verano, desde el teatro a la danza y, por supuesto, a los encuentros poéticos.

A poco que se haga un ligero paseo por el Huerto de las Flores, encontrará el visitante la huella del tiempo, no sólo por la flora que alberga sino por los motivos escultóricos y placas que nos recuerdan los homenajes a Tomás Morales, Alonso Quesada, Saulo Torón- cuya autoría corresponde al artista local Pedro Armas Boza- además de otros dedicados a Francisco Armas, Tomás de Iriarte y a los Poetas de América en 1992, coincidiendo con la celebración del V Centenario.

Hubo un momento en el que la poesía reflejó la vocación marinera y de tierra adentro que tiene y es Agaete, celebrándose tanto en el Huerto de las Flores como en la Ermita de las Nieves- inspiradora de los versos de Cairasco de Figueroa- el Día de la Poesía y Poetas del Mar, lo que supuso un enriquecimiento cultural para Agaete, su gente, visitantes y veraneantes, que con esa finalidad también se celebraron aquellos encuentros veraniegos.

Y cada año la poesía volvía a alegrar la vida de la gente, cada cual a su modo, hasta por novelería si me apuran, con tal de obtener un momento de calma, paz y sosiego, para encontrar ese verso perdido -cada cual el suyo- que buscamos y que igual nos lo podían proporcionar José María Millares Sall, Pino Betancor o Carlos Pinto Grote, para quien Agaete era ese "limpio pentecostés de la amistad, puerto de la esperanza, en el que había encontrado el mundo"; porque también se trataba de eso, de que la mixtura de paisaje y paisanaje estimulara de tal manera a poetas y poetisas, que en su libertad creativa, buscaran y transmitieran lo que de Agaete les había quedado en su alma y oficio de bardos, logrando desde nuestra supuesta pasividad receptiva, ser los auténticos provocadores.

No podía quedarse Agaete al margen de la celebración del V Centenario del descubrimiento de América. Evidentemente la Exposición Universal de Sevilla y Palos de Moguer en Huelva, centraban la atención internacional, pero a la Villa le atraen los múltiples eventos mediáticos; sólo era cuestión de contextualizar las efemérides y Agaete lo hizo recordando a los poetas americanos con la presentación del libro Sendas de Voces, de Luis Natera, Domingo Fernández y Jorge Luis Miranda, a la vez que los versos de Elsa López, Nicolás Melini y Anelio Rodríguez- los poetas palmeros como me gusta llamarles- nos cautivaron para siempre.

Escuchando a Don Sebastián Monzón Suárez, pregonero de las Fiestas de las Nieves de aquel año, recordé que con este entrañable profesor, investigador y poeta, había trabajado mi generación- veinte años atrás-, para darle el lustre que las Fiestas de las Nieves- carnavales incluidos- necesitaba para ser declaradas de interés turísticos, siendo él, concejal de fiestas y nosotros unos pibillos.

Encuentro de poetas

En 1994, Alonso Quesada nos convocaba al encuentro más numeroso de poetas habido en Agaete en un espacio público y desde las rocas de las Nieves, a las que él cantara, desde las que seguimos divisando delineadas las montañas brujas- Tamadaba y el Faneque- y gozando cada día de unas puestas de sol espectaculares, con el Teide al fondo, les invito a vivir y compartir esta Rama poética e inclusiva, en la que tiene cabida toda la gente amante de la tierra, de nuestras costumbres y tradiciones, de la diversión segura y de la mano tendida. Un ritual- La Rama- , que como ya manifesté, en su sencillez tiene su grandeza, colmada de sensaciones y emociones como todo canto a la vida, sea contenida o manifiesta la afectividad que atesora.

Por quienes se han ido a bailarla en otras estancias, por quienes aún continuamos bailándola y disfrutándola y por quienes la heredarán, vaya esta Rama por la vida. Sólo se trata de eso; casi nada.