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Dentro verano Madrelagua, Valleseco

La playa del mar de nubes

El ocio veraniego en Madrelagua incluye recogida de piñas y regada de papas

Hay que trepar hasta los mil metros de altitud para que un principio de agosto cualquiera se pueda ver el sol en una cornisa virada al norte. A esa altura el mar de nubes ya se deshace en olas contra tierra firme, chingando apenas unos pocos vapores sobre Madrelagua, un pago de cien almas, unas cuantas decenas de vacas y trece ovejas pelibuey.

El barranco de Madrelagua, que es la arteria que recoge caudales de los barranquillos de El Risco Gordo, El Charquillo, La Fuente y La Hiedra, todos de toponimia húmeda y vegetal, se encuentra hundido entre las lomas que lo divide geográficamente de su vecino Valleseco, creando un mundo escondido donde los girasoles forman parte del mobiliario urbano. O los milleros que en pleno verano se encuentran allí en volúmenes de laurisilva.

Para dar un con un alma la mejor pista es ver millo moviéndose. O aspersores regando.

A lo lejos hay unos matos bailando, poco más allá de la fábrica del afamado queso de la zona (y cuya marca casualmente coincide letra por letra con el nombre del pueblo). En el bancal de tierra se intuye una camisa azul, entre un verde que encandila, y un señor rellenándola. Es Ángel Mentado, margullando en su selva para coger un puño de millo con las hoces y la ayuda de Cartucho, minúsculo ratonero que observa la visita con ánimo escrutador. Se diría que con una sola palabra de Mentado, tipo "cómetelo", Cartucho dejaría al incauto foráneo en similar estado al de una gacela merendada en el Serengueti. Pero no es el caso.

Ángel da estafeta del trajín en que está inmerso. La pila de piñas las pasará al pajero. Y poco más. Porque se acaban de terminar las fiestas, y Madrelagua ahora entra en fase de "poco tenderete". O en fase de reposo porque las parrandas de allí, de las que aún quedan como testigos las banderolas que salpican las casas y los postes de la luz, y unos cuantos chiringuitos que siguen apostados como durmiendo en la plaza del pueblo, son de muy alto copete.

Allí carbura aún el milenario Rancho de Ánimas; se concentra buena parte de la elite del gran prix grancanario para jugársela en sus vertiginosas carreras de carretones; o entra a concurso, para gloria de Santa Rita de Casia, la papa más gorda y regorda de la Madrelagua, galardón que este año en la categoría individual se lo llevó este pasado fin de semana el agricultor Francisco Trujillo, que se acercó a la báscula con un solemne tarajullo de un kilo y 425 gramos. Pero, aunque asombrosa, aún flota en el ambiente el recuerdo del que fuera párroco de Valleseco José Manuel Cruzado Tapia, que obró milagro en 2003 con una paranormal papa de dos kilos y 160 gramos.

Para que luego digan que rezar es un ejercicio estéril.

Tras esta exposición de datos Mentado sugiere visitar la finca vecina, desde donde se oye un balar de oveja profunda. Es el mismo lugar donde hay lluvia de aspersores, con José Antonio García al mando del chorro. El señor García viene a ser el padre de David García, defensa central y capitán de la Unión Deportiva Las Palmas, detalle que explica con indisimulado orgullo. Y se lo pasa pipa.

Estanques océano

Hace tres años se jubiló, después de trabajar desde 1986 en el taxi en el sur. "Cuando empecé si me decían algo en inglés, tenían que bajarse, porque no entendía ni papa".

"No sabía más que leer, multiplicar y dividir, si la división no era muy larga". Esto gracias a Radio ECCA, "fui el alumno 3.090", especifica, tras abandonar a los once años la escuela del rey de Madrelagua por una somanta de palos. "Doce palos con una pata de silla en una mano, y otros doce palos en la otra".

Pero hizo una pella, a pesar de salir del cuartel con solo mil pesetas y ahora ha regresado solo a su tierra natal, donde se crió con otros doce hermanos "con una yunta de vacas" como único patrimonio familiar, para entrar en este siglo XXI en una suerte de retiro espiritual de lo más mundano. Se levanta a las siete rián a la piscina de Valleseco, cubierta y climatizada. Y después vuelve a echarle un ojo a sus trece ovejas, un kiwi tan asombroso como la papa del cura, las hierbas de cocina, un nutrido plantel de cítricos y a Viruta, otro ratonero pariente en primer grado del valiente Cartucho.

Luego García tira del rancho que le ha preparado su mujer, que tiene más querencia por los sures, para sobrevivir toda la semana. "Y si no me llega, hago una comida de cabrones: papas fritas y huevos", y a pulpiar, que es veranito. Veranito en los que también se empleó a fondo cuando era pollillo, en un Madrelagua cuyos estanques hacían de océanos, para el desalamiento de padres, tíos y demás familia. "Es que no sabíamos nadar. Nadábamos como perrillos en aquellas profundidades". Por eso, a la vuelta del baño, "nos revolcábamos en tierra". Era tanta la tierra encima, "que ni se enteraban de que estábamos empapados".

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