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Dentro verano Los Corralillos, Agüimes

Los secretos del caidero del Alcaucil

Los Corralillos de Agüimes fue una gran huerta húmeda en las raíces del sagrado Roque Aguayro

Los secretos del caidero del Alcaucil

Son horas del mediodía en Los Corralillos y llega el panadero a la casa de muchos siglos donde vive Bienvenida Alemán. El panadero trae una bolsa de pan y una Milagrosa en una hornacina con puertas, para que la virgen veranee a la fresca unos días con Bienvenida.

La señora Alemán es una de las dos personas de mayor edad nacidas y criadas en la base del Roque Aguayro, lugar que en su momento tiraba más a jardín que a pueblo, y hoy reconvertido en un mixturado de invernadero y trasterío, sin tiendas ni bares y que, sin embargo, esconde joyas como la propia vivienda donde reside Bienvenida, probablemente uno de los inmuebles con el alquiler más antiguo del mundo, que ya pagaban sus padres y ella sigue abonando por el ancestral precio de tres euros al mes, cuota que ya era así, aunque en pesetas, antes del cambio climático, cuando "aquí llovía mucho".

Era lo único 'mucho' de Los Corralillos, junto con la mucha pobreza y la mucha fortaleza. Porque Bienvenida ha dado al mundo cuarenta personas: diez hijos, 19 nietos y 11 biznietos en un sitio en el que hay que hurgar de sol al sol en tierra para sacar un rendimiento.

Lo corrobora Fefita Miranda Lorenzo, de 83 años y mente rápida como un rayo. Miranda vive poco más allá de la diminuta iglesia de San Juan, con su plaza de tres bancos, cuatro papeleras, tres laureles de indias y dos Cycas revoluta. La banda sonora la pone una tórtola pejiguera y el eco que rebota en el Roque Aguayro de las turbinas de los aviones frenando en Gando.

Se podría decir que Fefita nació con la carretilla puesta. "De niños salíamos de aquí descalzos a los almacenes de los Quintana o de los Monzón, por 1,50 a la semana". Lo mismo hacían los pocos días que podían ir a la playa. Rianga caminando también por los eriales hasta Arinaga en un paisaje repelado. Cuando el calor apretaba, a una raza ya de por sí a prueba de brasas, escapaban tirándose en el piso del patio sobre un saco mojado y la talla se cubría con un paño igualmente húmedo para preservar las aguas de beber de las temperaturas de los infiernos. "Oh, es que las neveras no existían".

Pese al fuego Los Corralitos era huerta. Todo plantado, y además con productos no del todo habituales en la Gran Canaria, como el algodón, "que se vaciaba y empatecaba quitando las pipitas negras con la que viene el algodón de tierra". También sembraba tabaco, "otro lío para colgarlo del secadero".

Fefita confirma lo dicho por Bienvenida. Antes había agua a mansalva. "Cuando bajaba el caidero del Alcaucil", topónimo que recibe el nombre de la flor de cardo, "era el momento de la siembra", pero ella no sembraba allí, sino en Mogán. "Cogíamos un coche a las cinco de la mañana y cuando llegábamos allá, aún otro para subir por las laderas de Las Camellitas", hoy salpicadas de apartamentos. "Ni le puedo explicar los trabajitos".

Los Corralitos forman una suerte de caldero de tierra rodeado de lomas por todas partes menos por una, la del Roque Aguayro, "el único roque que se ve desde los mares", apunta Miranda.

Y según transcurren las horas se aploma el mediodía lustrando las pieles de humedad. Para Fefita, que aún es una fiera haciendo queso tierno y tortillas de Carnaval, según apunta su hijo José Lorenzo, de 48 años y que también vivió una infancia dura de carretilla tras volver del colegio, de días sin reyes ni cumpleaños y de balones hechos con sacos y tiras de plataneras, el planeta de su niñez y el de este siglo XXI se encuentran en dos sistemas solares diferentes.

Hasta el Aguayro se ha ido trastocando. "Un púlpito natural de piedra que alegraba la vista", apunta con el dedo, "se fue deshaciendo hasta hacerse fisco". Y ya nada se sabe de la Cueva del Dinero, "donde las piedras que caían sonaban a monedas y a dónde íbamos de niñas a soñar que éramos ricas".

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