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Ingenio

El agua de El Burrero la sana

Carmen Medina frecuenta la playa para disfrutar de su mar, que cree curativo

El agua de El Burrero la sana

"Por los calores, me duele todo el cuerpo, las piernitas y tengo la circulación fatal, pero es llegar aquí, meterme en el agua y salir como nueva", explica Carmen Medina, de 68 años y natural de Telde, segura de que el agua de la playa de El Burrero "es curativa". Asegura que, "cada día en verano y dos a la semana en invierno", desde hace ocho años, este lugar es su medicina, un espacio que visita "por salud". Acompañada por sus hijos, Sergio y María Cabrera, de 37 y 42 años respectivamente, disfruta del paisaje que le recomendó un doctor amigo de la familia para acabar con todo su malestar. "Siempre con los hijitos de uno, que me traen, nunca me dejan sola y son muy buenos", expresa sin duda alguna. "Nos traemos el bocadillito, un bañito, desayunamos y para casa", ríe sentada con sus dos sucesores, debajo de la panza de burro, entre bochorno, y tranquilidad en cada esquina.

Sin ser capaz de determinar qué le da ese poder a la playa que le hace repetir día tras día, Medina afirma que el peso de su cuerpo, el dolor de sus huesos y todos sus males desaparecen cuando entra en el mar. "Salgo activa, parece que no tengo nada y noto la diferencia con otras playas, porque esto no me pasaba", explica, a la vez que puntualiza que antes de la recomendación médica su cita diaria era en Melenara. "Yo creo que puede ser la temperatura del agua, el ambiente sereno y la mezcla con el viento", se decide.

Lo que para unos, el viento es un motivo para agradecer, para otros es una causa para no aparecer. Así, asegura Francisco Viera, trabajador en la terraza Club Náutico El Burrero a plena línea de playa, que "entre semana no viene casi nadie y los fines de semana se animan más, pero la afluencia ha bajado mucho respecto al año pasado por este mes". Nacido hace 44 años y criado en Carrizal, recuerda cuando estaban los chuiringuitos de pescado que atraían a turistas y foráneos de otros municipios o cuando las fiestas patronales eran a lo grande. "Todo esto influye mucho no sólo en que viene menos gente, sino que afecta en el negocio", añade.

Cuenta que, en la actualidad, los bañistas son, sobre todo, vecinos de la localidad "o muchos que quieren disfrutar hasta última hora y pasan el tiempo en la playa antes de irse al aeropuerto". Aún así, es optimista y confía en que, "como siempre", los meses de septiembre y octubre, "que hay menos viento", harán que El Burrero reúna más sombrillas y neveras cargadas por familias dispuestas a pasar una jornada de sol. Eso sí, siempre pasando por la terraza en la que trabaja para poner broche de oro.

"Es verdad que el viento da bofetadas, pero un punto a favor es la cantidad de deporte náutico que se realiza aquí, sobre todo al tratarse de un espacio que no es muy grande", apoya Jorge Sigüenza, socorrista, desde hace un mes y medio, en la playa de Ingenio.

A pesar de que no hay mucho por lo que temer, el joven de 32 años se muestra atento a unas 10 personas que protagonizan el paisaje de la mañana. La mayoría asiduos, casi todos con la ropa puesta, que pasean por la orilla o reposan en las tablas destinadas a coger sol y relajarse. De esta manera, entre los presentes, bien distribuidos en el espacio, destacan las pequeñas Paula y Noa Acosta de ocho y seis años. La mayor luce dentro del agua con su tabla de surf para principiantes, mientras la menor hace un castillo de piedras decorado con arena.

"Me gusta, porque en esta playa puedes jugar con las dos cosas", asegura Noa, que ha dejado, de momento, su buggy aparcado junto a su abuela Juana Cruz y su tía Juana Sánchez. En la orilla, su madre Concepción Sánchez acompaña, desde fuera, a la decidida surfera. "Está aprendiendo y le gusta mucho, pero hoy hay pocas olas", comenta la progenitora. Así, las cinco féminas de Ingenio, reflejo de tres generaciones, son conscientes de que "la gente prefiere irse al sur", pero ellas no cambian su playa por nada del mundo y "siempre que tenemos tiempo libre, venimos", sentencia Juana Sánchez, que no quita mirada de encima a sus sobrinas.

"Es un lugar limpio dentro y fuera del agua, se puede respirar aire puro y disfrutar de la tranquilidad que da", comentan orgullosas, a la vez que añaden que, aunque el viento es lo que perjudica, "uno se acostumbra y se puede estar". Sin duda, el brillo que muestran sus ojos cuando lo afirman, asegura que se trata de unas enamoradas de El Burrero, de esas que van (y si es juntas mejor) contra viento y marea.

Si no se cura hoy...

Todos aquellos que pasan sus días de manera habitual en la zona reflejan un cariño especial hacia la misma. Son conscientes de la arena volando, de vez en cuando, y la imposibilidad de acudir con el pelo suelto, pero valoran la paz que les proporciona gratuitamente, imagen que puede apreciarse a simple vista desde la avenida.

De una forma u otra, coinciden en que esta playa sana. A unos los ayuda con sus enfermedades físicas, a otros los influye para bien en el estrés, para algunos es un escondite lejano a la multitud, y a muchos les mejora el alma. Porque no hay duda de que lo que tiene dificultad para curarse hoy, un buen baño en El Burrero lo cura, sin duda, mañana.

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