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Dentro verano Bascamao, Santa María de Guía

Las tierras rojas de Vasco Amado

Los Altos de Guía ofrecen hortaliza fresca en pleno agosto desde hace siglos

Las tierras rojas de Vasco Amado

Rin Sairin lleva desde las siete y media de la mañana cosechando lechugas y escarolas en el lugar de Bascamao, un caserío organizado sin organización alguna en una de las muchas lomas de las medianías de Guía, a solo un par de leguas de su capital parroquial, Montaña Alta.

El señor Sairin se encuentra a unos 13.925 kilómetros, más o menos, de su lugar de nacimiento, en la provincia central de la isla de Java, Indonesia, lugar que comparte con Bascamao la querencia por los productos agrícolas, donde se cultivan con soltura el arroz, el trigo, la caña de azúcar y el tabaco. Aquí capitanea el rancho que se afana en recoger la zafra de hortaliza que prospera a pesar de una importante calor que amenaza con jarear no solo a los productos, sino también a las personas. Parece incompatible el monumental bochorno con las labores del campo. Pero en agosto es lo que toca.

Más abajo, ya entrada en la única vía asfaltada sin salida, un valiente tractor Fendt 312, con su toma de fuerza frontal, cabina suspendida, eje delantero amortiguado, climatización y caja de cambios de transmisión continua, monta un tormentoso simún de tierra roja. Es Botan Marius Cristi, que está a unos 4.100 kilómetros de Bucarest, capital de su país natal, Rumanía, lugar donde los cultivos ocupan el 40 por ciento de la superficie nacional, más o menos como ocurre en Bascamao. Botan Marius trabaja codo con codo con Leticia Arencibia Quintana, de 25 años, y que sí que es de la zona, preparando unos llanos de lechuga.

De vez en cuando también toma las riendas del tractor para moler la tierra, que es la faena de hoy en aquél cacho en concreto. Arencibia Quintana ofrece la mecánica del cómo preparar el asunto para obtener un lechugo con todo su fundamento. "Primero le pasamos el subsolador", artefacto para romper las capas duras del suelo y entrar en cierta profundidad.

Y una vez esto le pasan el rotovator, un apero que acoplado a popa del tractor prepara el lecho de siembra gracias a unas cuchillas que están montadas sobre un rotor. Sobra decir que un cristiano sesteando en la línea del rumbo de este rotovator termina en condiciones para caber en una lata de jamonilla. "Después le echamos cal y guano, le instalamos las tuberías, y a plantar. El resto es ir abonando, arrancar malas hierbas e ir regando según pasen los días".

Bascamao le debe el nombre, según recoge Humberto Pérez en su monumental trabajo Mi Gran Canaria. Origen y noticias, "a un desconocido Vasco Amado", según figura en una data del Cabildo del 12 de septiembre de 1544.

Son pues cinco siglos de siembra, cosecha y viceversa con un sustrato inagotable, y en el que hasta hace poco contaba con agua fija de barranco. Lo cuenta Carmela, para los amigos, o María del Carmen Ríos Pérez, su nombre de firmar, mientras prepara carne mechada para los nietos.

Allí iban a bañarse en los veranos, estación en la que al contrario de la regla general, también se esquiaba: "cogíamos una penca de pita y nos lanzábamos por las laderas, ah, porque sabe usted que cuando uno es chico está más elástico".

Pero Carmela no es solo María del Carmen Ríos Pérez, sino la doctora del pan de papa, capaz de fusionar el tubérculo con el fermento a tal punto de fama que ha convertido el pago en la capital insular del invento, transmitido por su abuela, y luego por su madre, Anselma Pérez, y tal cual se hacía así desde poco menos que se inventó el horno en el vecino cueverío de Alguacilejo.

Parece que con el rato, Carmela quiere dar alguna pista de la fórmula. Dice que es papa que se sancocha desde las dos de la mañana, azafrán, canela, matalauva, ralladura de limón, sal y dos cucharas de cariño. Esa "agüita se aparta en un caldero", continúa, "y se ponen las papas en un lebrillo y se machacan con el mazo. Ahora le pones azúcar, harina, haces un hueco en la papa..., pero no, mejor tiene que verlo porque así no se comprende".

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