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Dentro verano Valsendero, Valleseco

Por el camino del Mal Sendero

Los nuevos veranos en la laurisilva de Doramas son una tórrida entrada a la humedad de la selva

Por el camino del Mal Sendero

Ángel, Angelito, González Rodríguez tiene 80 años y es bisnieto de Cha Margarita, la del Molino, y uno de los nueve hijos de Juanita la Cordillera. Angelito nació debajo de una araucaria grande barranco abajo de Valsendero, tirando para donde el cauce pasa a llamarse de La Virgen, todo ello territorio de la Heredad de Arucas y Firgas, y que bajo la maleza oculta un mundo de minas, mecanismos, pozos, tuberías, albercas, cantoneras, acequias, venas y arterias que por capilaridad a veces, y por gravedad la mayor parte, estruja a la superficie caudales de agua suficientes para formar una catarata.

Hoy la catarata es de treinta y muchos grados que enchumban encima como un tórrido caidero espantando las pocas almas que quedan en sombra. La humedad de la laurisilva en el que viene a ser uno de los pulmones del Parque Rural de Doramas hace el resto. No suena ni un pájaro. Sólo toma altura una mariposa cuando se abana para que no se le fosilicen las antenas ni las alas.

Angelito le pone fresco al aire con una conversa que hace olvidar el fuego. Está convencido de que los tiempos de Valsendero y el planeta sobre el que se asienta están rolando a ecuatoriales. Apunta que de viejo la cumbre solo era un lugar para pastores en el que se podía transitar apenas tres meses al año, de tanta la lluvia en los nueve restantes, y que el verano valsenderense era un guineo de actividad hoy imposible con estas marcas del termómetro.

Verano, antier, era época de trillas. Además de los espesos bosques de frutales, y de los verderines fincones jalonados de hortaliza, Mal Sendero, del que derivó por el más amable Valsendero con el tiempo, formaba un paisaje de celemines plantados de avena, cebada y trigo. Las cantidades eran tales que para separar la paja del grano se recurría a una auténtica flota de "vacas y bestias".

"Se formaban grandes colleras de seis y hasta siete bestias", que es como Angelito agrupa a yeguas y caballos, y en aquel rotar se citaban propietarios, medianeros, parientes y vecinos hasta liar un buen rancho de gente que celebraba la junta con comistrajes, y sus no pocos bebestrajes.

Para encontrar algo similar hay que recurrir a las célebres cacerías de la época. Más que cacerías se podría hablar de safaris de conejos, en la que peor parte se la llevaban los conejos propiamente dichos. El célebre recurso de 'el conejo me riscó la perra' no valía en Valsendero y aledaños, y en una montería de escopetas pasaban al zurrón de 200 a 250 animalitos que despellejados, decapitados y deshuesados daban para otra buena parranda, mayormente acompañada de asaderos de piñas recogidas a final del verano, como ocurría en las vecinas Cuevas del Bigotúo, en Las Madres o en Los Chorros.

Así pues, aquí el margullo, la sombrilla y el corneto vernáculo tenía otra muy distinta interpretación en la zona. Yonet Cardona Rodríguez, 50 años más joven que Angelito, está entrando en su casa en donde llaman El Convento con su perro Rococó. Es de los pocos residentes que quedan viviendo fijos, unos treinta, en una población en gran parte itinerante que vuelve a la casa familiar los fines de semana y en los meses de verano.

Su casa huerto, o huerto casa, es un mato tras otro de caquis, parras, kiwis, nispereros, lechugas, tomateros..., ahora estos últimos evidentemente afectados por el persistente siroco.

Yonet trabaja en la zona, arreglando tuberías, limpiando acequias y terrenos. Cuando le sorprende la visita está con una llave perro en la mano y ropa de faena. Y asegura que le gusta viajar, y que ha visto mucho, "pero me quedo con lo de aquí". El hombre también disfrutó safaris en los días de canícula, pero de ranas. Las pandillas se iban a coger ranas a los tanques de El Tabuco, o al que llaman de la pirámide por su forma, y a correr aventuras montando casetas en las copas de los árboles. Y a pasar sustos. "Nos íbamos a la fábrica de embotellar abandonada", una siniestra mole varada junto al cauce, "y salíamos corriendo porque oíamos pasos". O pasaban por delante de la casa de Las Brujas, un lugar para desalarse que señala con el dedo. "Hum, allí vivían tres niñas siempre en pijama".

¿En pijama, en serio? "Si, pero que jamás hablaron nada".

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