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Dentro verano El Risco, Agaete

El Risco, de paso y descanso

El barrio más alejado de Agaete ofrece conversa, sombra y Queso de Comunión

El Risco, de paso y descanso

"Nosotros nos íbamos en verano una capotilla de gente, de ocho a diez que éramos, abajo a bañarnos alegretiando, y luego para arriba otra vez". Pedro Bartolomé tiene 50 años. Nació junto a la antigua escuela del Risco de Agaete, a medio camino de precipicios entre la villa marinera y el municipio de La Aldea de San Nicolás. Y por más señas, antiguo territorio de la municipalidad de Artenara.

Pedro Bartolomé se presenta como "don Pedro Bartolomé del Rosario Suárez, ¿no dicen que todos tenemos un don?, pues ese es el mío". Don Pedro se revela como un gran conversador de verbo rápido, y aunque tiene prisa se echa un momento a la sombra del ficus de la tienda para todo Casa Lolo, lugar que además de parada y descanso de los viajeros que rián para La Aldea o re-rián para Agaete, es un destino en sí mismo.

El señor Del Rosario Suárez se fue, según confesión en directo, "criando en la ladera, pastoreando, y en trashumancia", con un ganado de entre 80 a 100 cabras propiedad de su padre y que iban rumbiando un día para Guayedra, otro para el Valle y otros para el Saucillo, según iba tocando. Así que los animalitos y sus cosas iban marcando también los entretenimientos de verano, entre cuyos deportes se encontraba echar el macho a las cabras en una época en la que éstas se secaban y entraban en fase de preñarlas.

Hasta no hace mucho, dado que la distancia entre el océano y Tamadaba viene a ser equidistante, habían gentes del Risco que prosperaban del cercano pinar, apenas a media hora de trasiego, haciendo acopios de leña, monte y pinochas. Era evidentemente, "ante de la llegada de los fuegos forestales", como bien apunta Pedro Bartolomé.

Y no todo eran trabajitos. Cuando el tiempo lo permitía, el laboral y el meteorológico propiamente dicho, se iban barranco abajo "andando o en bicicleta, -tiqui ti, tiqui tan-, en una gira que incluía el pulpiar y el mariscar, además de los baños de asiento en un charcón que se construían ellos mismos, un célebre charcón que al parecer recuerdan muchos, arrimando teniques y callaos en una esquina de la costa. Esto en un litoral revirado al norte, con sus olones, corrientes, rebosos y barranqueras.

Ahora los baños, desde hace unos cuatro o cinco años, según apunta Francisco Martín, oriundo del Risco e hijo de los propietarios de la mismísima Casa Lolo, también se ofrecen en el célebre Charco Azul, una golosina de agua dulce alimentada más arriba por un caidero y que ha venido a ejercer de entretenimiento y chapuzón tras correrse la voz de su existencia por las redes sociales. Y el ficus, el banco de concreto, las sillas y las mesas, y el cañizo donde se refugia parte de la clientela del Lolo están en el arranque del camino hacia esta pileta que formó un volcán y se ve pasando cada pocos minutos a personal nuevo que enfila hacia El Azul con ganas de remojo.

Pero hay quien apunta que este trasvase de mar a tierra también podría deberse a la entrada de Costas y el Seprona en territorio playa. Deslindaron, mandaron ordenar según sus criterios técnicos, "y la diversión en el mar se fue al carajo. No dejan entrar coches y el barranco, y después del supuesto orden, ahora es un destinglado muy importante".

Norberto González, que no es de allí, pero acepta definirse como un hijo adoptivo del Risco, asegura que de todos los lugares en los que se ha posado en su largo recorrer por la Isla, ese es su preferido. A González le acompaña Mercedes Pérez, que aporta el lema del pago: "un sitio de parada obligatoria, de paso y descanso", resuelve mientras se manda un Seven Up tan frío que condensa gotas por fuera de la lata. Lo sacó de enfrente, del ya muy citado Lolo, en propiedad, una auténtica tienda de aceite y vinagre con casi 60 años de existencia y que está salpicada de folios con chistes. Del tipo, "hay personas que se casan por la Iglesia y otras que se casan por idiotas". Pero no son uno ni dos, sino decenas, desde la fachada hasta el último rincón de un establecimiento que se encuentra catalogado en la carta etnográfica de la Fedac, y que se ha hecho célebre primero por las aceitunas con mojo de Paquita Hernández Martín, viuda de Gregorio Martín, que a su vez era hijo del guardián de la primera portada de la algo remota finca de Tirma, aún más arriba y más a poniente que El Risco.

Y segundo, por el bautizado como Queso de Comunión, cuyo nombre proviene del éxito de Paquita al llevar un queso de La Palma a una fiesta a cuenta de este sacramento. "Oh, a la gente le gustó tanto el queso que llevé, que me venían luego a comprar el queso de aquella comunión".

Y así se quedó. Lo publicita en una tira de papel junto a las brillantes ciruelas, a dos euros el kilo, los paquetes de Krüger y Mecánicos, que los ofrece a 1,70 euros, o la sombra del patio que se ha formado entre su casa y el establecimiento, apenas unos pocos metros cuadrados..., que no tienen precio.

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