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Sueños anegados en Luisiana

El grancanario Kiskitza Neketan relata el efecto de las inundaciones en el estado norteamericano en el que reside desde hace una década

Sueños anegados en Luisiana LA PROVINCIA/DLP

Las inundaciones de los últimos días en Luisiana también han afectado a algunos grancanarios que residen en este estado norteamericano. Una de ellas es la santaluceña Kizkitza Neketan, que vive en Denham Spring, un suburbio de la capital, Baton Rouge, y que acaba de ver cómo la crecida del río destrozaba todos los muebles y los recuerdos de su casa.

"El agua nos llegaba hasta la cintura", comenta unos días después del suceso desde una cafetería hasta donde se ha acercado para conectarse a internet. Para Kizkitza y su familia todo cambió el viernes 12, cuando dejaron su casa. Por entonces nadie creía que las lluvias torrenciales acabarían anegando buena parte de este rincón del sur de Estados Unidos, pero todo sucedió rápidamente.

"Antes de salir de casa sólo se me ocurrió colocar el álbum de fotos a salvo, encima de la tele, porque jamás pensé que el agua podría llegar tan alto", comenta ahora. Sin embargo, durante el fin de semana el nivel del agua no hizo más que crecer y todos los recuerdos estampados en las instantáneas acabaron diluidos en las enfangadas aguas que convirtieron su salón en un estanque.

En su casa se habían quedado sus mascotas Chiqui y Maité, un perro y un gato no demasiado acostumbrados a estar solos, y menos en circunstancias así. "Yo siempre viajo con ellos, pero tuve que llamar a mi cuñada para que me ayudara a rescatarlos". Hubo suerte, porque a través de su mediación logró encontrar "a un chico con una monster truck [una furgoneta con ruedas gigantes y suspensión neumática] y gracias a él conseguimos recuperarlos". Para cuando los rescatadores de las mascotas habían dejado la casa, el agua ya cubría casi un metro.

Desplazados de su hogar, la primera noche fue la más dura, aunque no tanto por el ambiente del refugio en el que acogieron a Kizkitza y los suyos, ubicado en un teatro a unos 10 kilómetros de su casa, como por la ansiedad por lo que podría estar ocurriendo en el exterior. "Todo el mundo dormía por el suelo como podía, hasta en el escenario o los huecos que quedaban libres", explica, aunque el espíritu que se respiraba era de camaradería. Los militares servían comida tradicional de Luisiana como la jambalaya -un guiso picante con arroz, pollo y langostinos- en raciones "de esas con las que te sientes bien servido" y los niños recibían golosinas con las que endulzar los complicados momentos.

Estos canarios de Vecindario residentes en Luisiana desde hace más de 10 años solo tuvieron que pasar una noche en el hotel, puesto que al día siguiente ya habían reunido los dólares suficientes para pernoctar en un lugar más íntimo. "Quienes van a los refugios es porque no tienen dinero con el que pagarse un hotel, porque aunque el estado lo financia, solo lo hace a posteriori", detalla.

Paisaje apocalíptico

"El lunes logramos llegar de vuelta para ver cómo estaba la casa, aunque tuvimos que andar más de una hora para alcanzarla", explica. Con la mayoría de las carreteras convertidas en pistas acuáticas, hubo que aparcar el coche en la autopista y caminar hacia la vivienda con el mal presagio que suponía encontrarse un "paisaje apocalíptico, con decenas de coches abandonados y arrastrados por el agua".

"Una vez llegamos allí yo no quise abrirla, porque aún no estaba preparada para flotar dentro de mi propia casa", reconoce sin perder el buen humor ni un solo segundo. Fueron su marido y un amigo los que se adentraron primero en el interior de la vivienda. En su incursión comprobaron cómo el agua les llegaba hasta la cintura -en algunos puntos de la casa había llegado a alcanzar los 170 centímetros- y se asustaron al ver que la corriente eléctrica seguía funcionando, con el consiguiente peligro de electrocución.

Hubo que esperar un día más hasta que el nivel de las aguas comenzó a descender. Para el miércoles ya se podía acceder a la vivienda, aunque el paisaje en su interior resultaba desolador. En las paredes, una capa de barro marcaba a el límite que había alcanzado el agua y no a todos les resultaba fácil asimilarlo. "Vino un conocido a ayudarnos y cuando llegó a la puerta se puso a llorar, tardó más de una hora hasta que tomó fuerzas para acceder al interior", reconoce Kizkitza.

En realidad, este desconsolado amigo no fue el único que se apuntó a la llamada de ayuda. "Vinieron al menos 15 personas para colaborar con nosotros", destaca Kizkitza, firme defensora de que "si sales vivo de una situación así hay que ser positivos y solidarios". Quizás por eso no dejó de bromear con ellos ni un solo instante, como cuando les pedía que se limpiaran los pies antes de entrar en la casa "para no ensuciar" o les reprendía por manchar las paredes. Al fin y al cabo, "al vaciar el hogar te das cuenta de que no necesitas ni una octava parte de lo que tienes", reflexiona.

Junto a su casa, el resto de Denham Spring también se había convertido en un inmenso lodazal. Casi el 90% de las viviendas de la zona se vieron afectadas por las inundaciones, aunque a cambio surgió mucha solidaridad entre los vecinos: "Puede que perdiera en el plano material, pero he ganado muchísimo afecto". Para ella, la catástrofe ha sido casi una oportunidad: "No siento que haya ocurrido una tragedia: me siento afortunada, porque todos estamos bien y hasta he ganado amigos".

Ayudando a otro grancanario

Estos días también le ha tocado apoyar a un paisano de la Isla. Cerca de ella vive Sergio Ramos, otro canario que también proviene de Santa Lucía y que se dedica a la enseñanza en Luisiana. Su vivienda también se vio afectada por las inundaciones, aunque pudo contar con la ayuda de sus alumnos y de sus compañeros del colegio para organizar sus cosas tras la catástrofe. "Sergio, en dos o tres años nos vamos a estar riendo de esto", le aseguraba Kikitza días después del suceso.

Con la vivienda mínimamente organizada llegó el momento de hacer un inventario de los destrozos. Adiós al coche, adiós a los muebles, adiós al piano que su hijo tocaba cada día? aunque hay algunas cosas que se salvaron, como la cámara de fotos. Lo difícil será que las compañías de seguros se hagan cargo de los gastos relacionados con estas inundaciones: "El primer seguro, el que abarcaba el interior de la vivienda, nos ha dicho que no habrá indemnizaciones porque esta tormenta no tenía nombre", explica Kikitza haciendo referencia a las habituales listas de fenómenos meteorológicos adversos que son bautizados por el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos y que acaban siendo los únicos que las compañías de seguros aceptan cubrir.

La que sí parece funcionar bien es la respuesta gubernamental. La Agencia Federal para la Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) dispone de un seguro para catástrofes que "empieza por pagarte las necesidades básicas", señala Kikitza, que nota una gran diferencia con el modo en el que se manejan allí las catástrofes en relación con Canarias: "En cuanto terminas de hacer los papeles, en cuestión de 24 horas ya tienes el dinero; es increíble la rapidez con la que actúan en comparación con Canarias, donde hay mucha gente que aún no ha cobrado las indemnizaciones por los incendios forestales".

Todo final es también un comienzo. Pase lo que pase a partir de ahora, a Kikitza ninguna inundación conseguirá borrarle su contagiosa sonrisa permanente y un inmejorable sentido del humor: "Ahora nos tocará vivir el día a día, resurgir como el ave fénix y salir adelante hacia algo mejor? todo sin hundirnos, claro".

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