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Dentro verano Escaleritas, Arucas

Con la vida a cuestas

El pago de Escaleritas preside la vega de Bañaderos asentado sobre unas pendientes que mantienen al vecindario en plena forma física

Con la vida a cuestas

No hace aún medio siglo cuando Luisito Morales, un señor de Bañaderos, puso en venta unos solares ubicados en lo alto de un farallón que da soco al pueblo costero. En principio parecía algo imposible ubicar ahí un par de docenas de casas, pero los precios de aquellas parcelas, a 900 pesetas la pieza, eran tan golosos que un buen grupo de colonos comenzó a alicatar en vertical.

Ya de antiguo el lugar se transitaba como atajo que unía el cercano Trapiche hasta la costa, donde empataba allí con el camino real a Gáldar, si se tomaba hacia poniente, o la capital de la isla en su naciente. Bajarlo es dejarse ir, pero subirlo caminando es otro tinglado. Si se sale de Bañaderos hay que coger por El Risco, cuyo nombre ya lo dice todo, y luego empinarse por más de cien escalones que, según Domitila Díaz Hernández, que se asentó allí cuando tenía 27 años, son los que dan nombre al pago.

Díaz Hernández y su marido, Diego Mentado Rodríguez, fueron pagando el solar "poquito a poco", y construyendo la casa otro poquito a poco que demoró cinco años. Su vivienda, que aunque en el equilibrio del quiebro y con unas ventanas que sobrevuelan a unos 150 ó 160 metros de las copas del inmenso platanerío que se encuentra en la retaguardia de Bañaderos, está asentada con sustancia sobre el basamento, "con mucha cantidad de hierro", afirma Domitila, y según Diego con "el hierro justo que llevaba", de tal forma que "cuando ésta se vaya, antes no queda una en Las Palmas", vaticinando sin querer un hipotético cataclismo por venir.

Y es que fue el propio Diego el que "sábados, domingos y días de fiesta" fue levantando la vivienda bloque a bloque, aprendiendo de los mayores unos días, y de su propio oficio de albañil entre semana, pero con doble dificultad.

Por un lado el del medio abismo, y por el otro el de una antigua acequia que había que respetar - cuya cantonera se encuentra en la cabecera del caserío-, y que ahora sigue funcionando bajo la acera. "Cuando pasa el agua se oye el runrún" de unos caudales que cogen velocidad de torrentera gracias a una pendiente de entre el 18 y el 20 por ciento según calcula a ojo el señor Mentado. Sobra decir que los escaleritatenses están en forma. Pero más lo estuvieron en los tiempos en que se formó el tinglado.

En ese entonces todo era a propulsión humana. Los materiales se subían con "un triciclo", afirma la señora, "y pasamos muchos trabajitos porque el sitio es difícil. Eso sí, le digo que estábamos rendidos pero privados y chiflados por tener una casa propia".

Domitila invita a entrar y abre una ventana por la parte de popa, donde la ventana convierte el cuarto de estar en un mirador sobre Bañaderos, El Puertillo o allá al fondo El Barranquillo que quita el hipo. "Esto fue una ilusión muy bonita", y más cuando a medida que subía la cuesta se iban instalando más casas como un Lego, todas ellas un par de metros por encima de la anterior mientras se le daba nombre a las calles: calle Isa, calle Polka.

Luego vendría el patrón. Que es el Corazón de Jesús, con una imagen que mandaron a traer de la Península. La única misa del año se celebraba en el local de la asociación de vecinos, cuya fiesta consistía en sacar al oreo el trono, "y luego una merienda o una cena dependiendo de las horas".

La tienda de aceite y vinagre de Antonio Hermenegildo, que ya no existe, completó el mapa, dando sustancia al antiguo terregal.

Con todo listo ahora se podía mandar a los chiquillos en verano a la playa, venga cuesta abajo, y tras la marea, venga cuesta arriba. "Se tardaba casi el doble en volver que en ir". El gasto energético era suplantado por los bocadillos de Nocilla que se zampaban en los zaguanes. Como el de la propia Díaz, que lo tiene convertido en un trocito de Puerto Rico centroamericano, si bien Mentado, que también es un jardinero de puntería e infatigable agricultor doméstico en unos cachos que tiene en Firgas, "para cuando te das cuenta es domingo otra vez", reivindica la atención y el riego de las plantas.

No es la única floristería de Escaleritas. Por la acera va cayendo un hilillo de agua de una casa por encima, la de Ramona Pérez Gil, a la que se entra a través de los pimenteros, claveles, tomates, parras y maracuyás que está regando en la raya del mediodía. Eso por una banda de la casa, ya que por la otra está la parte más zoológica con sus gallinas y sus patos.

Ramona Pérez Gil -"yo nunca me aburro"- ha continuado con la colonización del lugar, y en uno de los escasos llanos de la harto muy inclinada Escaleritas también ha creado sombra con más macetas y unos matos de medio porte.

"Es ahí, justo donde tengo el licencia municipal", dice señalando con la regadera roja a un moderno fotingo estupendamente terminado, pero de tan reducida eslora que podría aparcarse en el cuarto de piletas. En el capó pone que es de la marca Highland. Es el segundo microcoche que tiene y el solo hecho de que llegue hasta allí avala la valentía del aparato.

Ramona explica: "El primero me lo compré antes de saber conducir, y ya ve que me iba hasta Gáldar", avalando la teoría de que cuando la vida se pone cuesta arriba se agudiza el ingenio.

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