Hay una fecha en el calendario de todos los artenarenses que está señalada con rojo. No importa si residen en el pueblo o se han trasladado a otros municipios, el día grande de la Virgen de La Cuevita es, sencillamente, sagrado. Una tradición que se remonta a más de medio siglo atrás y una fe que puede con todo, hasta con el calor. Al llegar a Artenera al mediodía lo primero que cabe pensar es que casi el total vacío que se observa en la calle principal se debe precisamente a eso, al solajero que no da tregua y se impregna hasta en la piel. Pero no, ese no es el motivo por el que tan solo unos pocos se animan a estar en la vía pública buscando cobijo en cualquier trozo de sombra o, en su defecto, refrescándose a golpe de abanico o lametón de helado. La realidad es que la inmensa mayoría de los que ayer se congregaron en la localidad más alta de la cumbre grancanaria se encontraban, como bien avisan algunas vecinas, escuchando misa previa a la procesión. Y es que con solajero o no, la patrona de los folcloristas y los ciclistas de la Isla está siempre muy bien arropada, aunque haya que tirar de agua y sombrillas para no asfixiarse en el intento.

Basta con echar un vistazo desde cualquiera de las puertas que están abiertas de par en par, para ver que la iglesia está completamente abarrotada. Tanto, que los últimos que llegan tienen que conformarse con el umbral para poder escuchar la celebración que está marcada por los cantos y la música. "Así se hace más llevadera y la verdad es que es muy bonita", cuenta Noelia Sánchez mientras intenta que Gema no se aleje mucho de su lado. Ambas han venido desde Telde junto al padre de la pequeña de 21 meses para disfrutar de una jornada diferente. "Vimos que había fiesta y aprovechamos para ver otra cosa distinta, porque yo, por ejemplo, no había estado nunca aquí", explica, "y me está gustando mucho, aunque alguien no me deje verlo con tranquilidad", apunta divertida. Y es que la niña lleva consigo la rueda que le regaló su abuelo y, claro, con eso no puede jugar en una parroquia, así que le ha tocado a mamá salir a la calle con ella.

No muy lejos, a apenas unos metros de donde la chiquilla saca partido a su sencillo juguete, otros visitantes aguardan a que dé comienzo el evento que allí les congrega. Y dadas las condiciones del día, un banco a la sombra se convierte el mejor aliado para la espera. "Yo ya entré a saludar a la Virgen, pero ahora no entro porque hace mucho calor", asegura Josefa Afonso Pérez. Ella, junto a varios amigos y su tío Pedro, quien tan solo le lleva 19 años, han acudido a su cita anual con Artenara desde Arucas. "Hemos subido en guagua y, después de comer, en guagua nos vamos", explica quien mañana cumple 66 primaveras. "Venimos desde hace muchos años porque es una fiesta muy bonita que nos gusta mucho", asegura.

Del grupo aruquense allí presente en el asiento, uno de los que más ha participado en los festejos patronales del municipio cumbrero es Pedro Pérez Viera, el tío de Josefa de quien ella presume, sobre todo, por su faceta de labrante de piedra. "Yo venía aquí desde niño, porque era músico y tocaba y toco la trompeta". Es justo este don suyo el que le hace recordar una anécdota que, inevitablemente, le saca la sonrisa. "Una vez vine yo a la fiesta y me puse a tocar y enseguida se pusieron a bailar, pero en ese momento el cura estaba rifando una bandurria y vino a decirme que me fuera porque le estaba quitando a la gente. Pero entonces llegó el alcalde y le echó la bronca porque decía ahora que estaban los vecinos animados no se lo iban a estropear", rememora. "Eran otros tiempos en los que había mucha más devoción", asegura Pérez quien, a sus 85 años, lo único que no sabe hacer en la vida es "montar en bicicleta".

El olor a incienso que se intensifica y el Ave María seguido de los gritos de: "¡Viva la Virgen de La Cuevita!" rompen la retahíla de recuerdos de antaño. Los abanicos que, hasta entonces se había movido al ritmo de las notas clericales, encuentran otro hábitat en el que no son menos necesarios. La calle comienza a llenarse y los primeros voladores surcan el cielo. La banda Aires de La Aldea interpreta los primeros acordes que siguen en sintonía los feligreses que van a acompañar a la imagen durante su recorrido por el empedrado urbano del pueblo. Entre ellos se encuentra María Luisa, miembro de la familia González conocida en Artenara, entre otras cosas, por su carácter numeroso. "Dieciséis vivíamos en una misma casa", recuerda, "y todos estábamos deseando que llegara la fiesta para estrenar ropa". Para ella la Virgen es lo más importante, no solo en su día. "Cuando éramos niñas subíamos todas las tardes a La Cuevita a verla y a rezar", asegura antes de integrarse en la procesión que nunca se pierde, a pesar de que ya no vive en su localidad natal.

"Es que no está lejos", aclara Gertrudis Díaz Pérez, consuegra de María Luisa a quien todos conocen como Tuli. A diferencia de su familiar, ella sí vive todavía en Artenara, si bien al casarse se mudó del barrio de Las Cuevas al de Chajunco, como explica. Tuli también es fiel a su cita con su patrona. "Antes esto era mucho más familiar, pero ahora viene muchísima gente de fuera". Un hecho que ella achaca a la fe, "que mueve montañas" y si no es por eso, "al menos vienen para pasárselo bien". Y es que en sí el pueblo también ha cambiado. "Aquí no había carretera, era todo un caminito por el que subíamos de noche, alumbrados por pequeñas hogueras, para acompañar a la Virgen a su cueva". Díaz Pérez se refiere al momento de la subida que ayer, después del último paseo de la santa patrona por el empedrado urbano del pueblo, se celebró al caer la tarde. Y una vez más, Nuestra Señora, volvió a su camerino arropada por sus fieles.