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Dentro verano Ingenio de Santa Lucía

De buceo por el océano Palmera

Cuando el sol cae recto sobre el Ingenio de Santa Lucía Las Tirajanas entran en calma chicha

Manuel García Araña hace el único ruido que se escucha en el mediodía del Ingenio de Santa Lucía. Lo hace con el motor de un camión de la Officine Meccaniche, un OM 40 de principios de los 70. Cuando apaga la máquina la atmósfera se asienta.

Las explosiones de sus pistones dejan salir una dosis de calor extra de la cabina. Pero él no parece estar hirviendo. Fue vacunado de joven en los infiernos de Cabeza Playa, en el Sáhara, cuando trabajó en los yacimientos de fosfatos del Fos Bucraa, que es donde nacen los sirocos que residen en Canarias.

En esta banda del cauce de las Tirajanas los veranos son tan profundos que no se planta nada de nada. Así fue de antiguo, "porque el calor siempre existió", incluso cuando la era del tabaco. Manolito, que hoy tiene 68 años recuerda los semilleros y secaderos de hojas en sus empalilladas que luego recogía en puñitos de un kilo o menos un tal señor Medina, que era de lejos, para acabar ardiendo en los Krüger y Mecánicos, "o vaya usted a saber el camino que le daba".

El Ingenio de Santa Lucía es un lugar techado por palmeras y no existe a ojos de satélite. Hay que margullarlo para toparse con sus decenas de casas con techos a dos aguas, presididas por la vieja escuela. Pero vieja, revieja. Era tanta la fecundidad de los antiguos de Ingenio, que excepto en la casa de Manuel, en la que eran apenas dos hermanos, el resto eran auténticas maternidades de diez, doce, catorce, "y hasta dieciocho chiquillos".

El fenómeno provocaba una explosión demográfica con un gran bullicio bajo el palmeral que solo paraba cuando el verano ponía el sol en su vertical, entrando a saco por el pago. Para entender la virulencia de la calor mixturada por la humedad vegetativa, el hombre ilustra que los cachetones no venían por escaparse con diez o doce años de edad a bañarse en una chorrera junto al Tabuco, donde estaba el molino de agua, sino por el hecho de salir escondidos aprovechando la hora de la siesta y el consiguiente riesgo de jarearse bajo esa radioactiva solajera.

La fauna humana se combinaba con vacas, "mucha vaca", y también cochinos. Los cochinos, concretamente, los traía un señor cargados en los cerones de los burros. Eran cochinillos chicos chicos, cuyo primer periplo por la isla los llevaba hasta el Ingenio desde Carrizal. En sus primeros días de vida pensarían que el mundo eran sucesivas curvas en un planeta de polvo.

Hasta el mismo marchante terminaba reventado por la gira y dormía en el pajar de las vacas del padre de Manuel. "Le daba de comer al burro y de cenar al hombre, cosa que agradecía muchísimo".

En esos años del hambre se dormía y residía casi al raso y muchas de las casas ni siquiera tenían lo que se conoce como un piso.

Eran suelos de tierra que solo gracias al formidable palmeral cubrían con esteras de palmito en un lugar de gran tradición cestera. "Se hacían escobas, ceretos, y lo que le digo, esteras". Manuel García Araña pone en marcha su añejo pero acicalado OM 40. Rián para donde tiene unos cochinillos de apenas horas..., y el cochino total..

Al paso por el interior del oasis recuerda las desaparecidas tienditas de Pepe Cubas y la más afamada de Flora, tienda-bar, también cerrada. Dice que carne, lo que viene siendo carne, era lujo exclusivo de privilegiados para una población vegetariana a la fuerza, salvo por los quesos y los sueros.

A Manolito lo conocen también como el de la granja de cochinos. Ahí está la instalación en lo alto de un requiebro. La está vendiendo, pero aún le quedan algunos chanchos, como una madre recién parida con doce muchachos llegados al mundo hace doce horas; tres cochinos haciendo cochinadas uno encima de otro; y ños, un cochinazo de más de 300 kilos de peso con los cataplines como pelotas de baloncesto. Pero no los dos cataplines juntos, sino cada uno de ellos.

Ni el propio García Araña sabe cómo coño ha sucedido.

- Con estas dimensiones se merecería hasta ponerle un nombre.

- "En estos casos especiales les solíamos poner Antonio".

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