Cada año, al venir para celebrar juntos la solemnidad del Nacimiento de María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, a la que veneramos como Patrona y protectora, encontramos algún aspecto que acentuar por su especial relieve. Este año 2016 recordamos que este templo de la Virgen del Pino fue declarado por el Papa Benedicto XV hace cien años Basílica Menor. Esta memoria no puede ser solo la mención de una fecha para volver la página y seguir caminando como siempre; podemos considerar qué significado tiene este hecho, y relacionarlo y aplicarlo a nuestra vida.

En la actualidad en la Iglesia se consideran Basílicas Mayores los cuatro grandes templos de Roma: El Santísimo Salvador o San Juan de Letrán, Santa María la Mayor, San Pedro en el Vaticano y San Pablo Extramuros. Hay también más de un millar y medio de templos que han sido declarados Basílicas Menores. En nuestra diócesis tienen este título La Catedral de Santa Ana (por Bula de León XIII de 1984), este Templo de la Virgen del Pino (por Rescripto de Benedicto XV de 1916) y el templo de San Juan Bautista de Telde (por Breve de Pablo VI en 1973).

Quisiera destacar dos aspectos de lo que significa designar o declarar Basílica Menor a un templo. El primero, que ese templo es lugar de encuentro de la Comunidad cristiana por algún motivo singular y con intensidad o frecuencia especiales. El segundo, que por esa designación la Comunidad cristiana que allí es convocada manifiesta una particular vinculación con el Santo Padre, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal.

Ambos aspectos: lugar de encuentro singular, y vinculación con el Santo Padre, nos aportan en este inicio de curso importantes motivaciones para lo que nos hemos propuesto y nos proponemos seguir cuidando como Iglesia Diocesana. El Curso Pastoral pasado iniciamos un Plan de trabajo para unos años que se centraba en la propuesta del Papa Francisco: configurar la Iglesia Diocesana en Conversión Pastoral y en Salida Misionera. Queremos dar a nuestra Diócesis una forma actual y lista para evangelizar. Para este curso 2016-2017, y dentro de esta propuesta general, queremos que nos una en la tarea diaria y común el lema: Jesús y su evangelio nos reúnen. Atendemos pues la propuesta del Santo Padre en un doble sentido: en su propuesta general, que se concreta en el Plan de Pastoral; y, además, en la celebración del Año Jubilar de la Misericordia. Jesús y su Evangelio nos reúnen, y por eso este curso queremos volver a descubrir y fortalecer nuestra conciencia de que somos Iglesia, y, convocados por María en este templo, que somos Iglesia Madre, e Iglesia Madre de Misericordia. Nuestra Madre y Patrona, a la que acudimos juntos en esta Basílica del Pino, nos muestra en las bodas de Caná lo que debemos acentuar y aprender a valorar con mayor interés este curso.

María de Caná nos enseña, nos motiva y nos consuela en la "hora" de las dificultades. En el Evangelio de San Juan, María aparece solo en dos ocasiones: en las bodas de Caná y en el Calvario. Ambos momentos tienen una semejanza que refleja la intención del Evangelista. En ambos se trata de la Hora de Jesús, que será la hora de entregar su vida por amor nuestro; en ambos jesús llama a María 'Mujer', para indicar que ella es la primera Mujer del mundo nuevo que nace con esa entrega de la vida de su Hijo; en ambos están presentes los discípulos, beneficiados del momento: en Caná creció la fe de los discípulos en Jesús, que transformó el agua en vino; y en el Calvario, Jesús anuncia a María una nueva maternidad, y Juan y en él todos nosotros, recibimos de labios de Jesús a María como Madre. María es la Madre de Jesús, pero es, además, figura y modelo de la Iglesia Madre. Es esto lo que tenemos hoy que aprender de ella, y, por su intercesión, llegar a serlo en realidad: ser Iglesia, ser Madre tierna y solícita, y ser Madre de Misericordia.

Las palabras de Jesús a su Madre y a Juan son una fórmula de revelación, dice el Papa Francisco, que comenta así el nuevo anuncio de Maternidad en el Calvario: Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio. Al Señor no le agrada que falte a su Iglesia el icono femenino. Ella, que lo engendró con tanta fe, también nos acompaña "al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús" (Ap 12,17) (EG 285).

Que formamos Iglesia, que somos Iglesia por el BAutismo y en la fuerza del Espíritu Santo parece una obviedad, un dato archisabido; pero permanentemente necesitamos reavivar la conciencia de que lo somos. Nuestras comunidades también participan de las lagunas de nuestra sociedad presente: individualismo, personalismo, búsqueda de lo original con menos gusto por lo común. Nosotros mismos censuramos el parroquialismo y el grupismo como obstáculos para la anhelada evangelización.

Nos hace falta en lo más íntimo del corazón una espiritualidad de comunión, una fuerte conciencia de comunidad, y en la práctica exterior una potenciación constante de las estructuras de comunión, que hacen vivir a la Iglesia como familia y como instrumento de unidad y signo y germen de unión en la sociedad. La existencia y el normal funcionamiento de los consejos Pastorales en todos los niveles y las Coordinadoras no están precisamente en su mejor momento.

El Papa Francisco nos anima a saborear lo que él llama el gusto espiritual de ser pueblo? Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior (EG 268). Uno no vive mejor si escapa de los demás, si se esconde, si se niega a compartir, si se resiste a dar, si se encierra en la comodidad (EG 272).

Las palabras que María dirige a Jesús en Caná ponen de manifiesto su corazón maternal, que descubre las carencias que pueden mandar al traste lo que se está celebrando. Nadie de entre los responsables de la organización de los festejos de boda ha percibido que se ha acabado el vino. La boda está a punto de decaer en una fiesta fracasada. Si miramos este momento también como lugar de revelación, las bodas de Caná se nos convierten en una parábola de la marcha de la Humanidad, y María como quien señala las carencias de los esfuerzos humanos para conseguir la felicidad, la alegría que todos buscamos, como Iglesia y como sociedad. Y señalando la carencia: no tienen vino, hace la propuesta de la solución: Haced lo que mi Hijo os diga.

Nuestra Iglesia Diocesana, nuestras comunidades parroquiales, de consagrados o nuestros grupos de seglares debemos ver en María de Caná una propuesta iluminadora para la tarea de este curso. Descubrirnos como Iglesia con corazón de MAdre, atenta a lo que está pasando, sabiendo leer en las dificultades y en los sufrimientos de nuestros hermanos, sin encerrarnos en nuestros templos y salones para continuar cuidando a los que no se han ido.

Y no basta con que sepamos advertir lo que falta a los hombres de hoy, sino que debemos empezar por reconocer lo que nos falta a nosotros mismos, lo que quizás hemos perdido en poca o mucha medida. No podemos señalar a la sociedad para decir que le falta Dios para ser feliz, sin preguntarnos por lo que nos falta de experiencia del Dios vivo y de gusto por el Evangelio, a nosotros, los que nos llamamos y nos vemos como creyentes.

Y con María podemos aprender a descubrir que nos faltan los jóvenes; a veces decimos que se marcharon de la Iglesia, cuando en realidad en los últimos años pocos estuvieron realmente en ella. Nos faltan los pobres; es cierto que se acercan a nuestros despachos de Cáritas y encuentran solución a algunos de sus problemas, pero ¿son realmente de nuestra familia? ¿forman parte de nuestras asambleas? ¿les llega una palabra sobre Jesús? Nos faltan tantos hermanos como estaban antes con nosotros y se marcharon, aburridos, cansados de mediocridad o heridos por el antitestimonio. Nos faltan familias y la alegría de sus niños, nos faltan parejas heridas en la experiencia del amor, que a veces hemos visto como proscritas o incluso excomulgadas. Nos faltan vocaciones: al sacerdocio, a la vida consagrada, a la entrega comprometida en catequesis, en Cáritas, en liturgia, etcétera.

En Caná María, la Mujer, recibió el anuncio de que todavía no había llegado "la hora" de su Hijo. En el Calvario, en la Cruz, llegó la "hora", la de pasar de este mundo al Padre, la de amar hasta el extremo. Y María, la Mujer, estuvo presente, testigo del amor misericordioso de su Hijo hasta el extremo. Y escuchó y acogió en su corazón las palabras del Hombre nuevo, el Hijo auténtico: ¡Padre! Perdónalos, no saben lo que hacen. Y al ladrón ajusticiado con él: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Y, como encargo, la Maternidad nueva, la del perdón y la misericordia: Ahí tienes a tu hijo. Juan en el Calvario, tampoco tiene nombre propio, es el discípulo al que Jesús ama, eres tú y yo, discípulos amados de Jesús. Y María, la Mujer, cumplió el encargo La vemos en el centro de la primera comunidad acogiendo y perdonando a los discípulos, a los que no comprendieron a su Hijo, a los que lo abandonaron, a los que lo negaron.

La Maternidad nueva de María, su acogida, su perdón y su misericordia, son también un modelo para nuestra Iglesia Diocesana. Jesús -nos advierte el Papa Francisco con sus palabras y con sus gestos- quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura (EG 270).

La Iglesia Diocesana quiere mirar la sociedad y al misma Iglesia con los ojos misericordiosos de la Virgen que invocamos en la Salve. Quiere ser comunidad de perdón, de acogida, de cercanía, de sanación de heridas, comunidad que trata con misericordia porque hemos visto en Jesús el rostro de la misericordia de Padre Dios, que nos trata con misericordia a nosotros. El Papa Francisco expresó un deseo, que queremos cumplir: como un recuerdo, -dijo- como un "monumento" de este Año de la Misericordia? sería hermoso que cada diócesis pensara: ¿Qué podemos dejar como recuerdo vivo, como obra de misericordia viva, como llaga de Jesús vivo en este Año de la Misericordia? (Vigilia de Oración, 2 de abril de 2016). La propuesta en la que estamos trabajando es que podríamos entrar en alguno de los proyectos existentes que, en el contexto de la defensa de la vida, prestan atención y acompañamiento a las mujeres y a las familias en las que se da un embarazo no deseado, o problemático, o de riesgo. Trabajemos para que la Iglesia Diocesana sea Madre de Vida, Madre de Misericordia.

Que el señor nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo.