Hacía ocho años que la Fiesta del Charco, el ritual más singular del municipio de La Aldea, no se celebraba en domingo. Su coincidencia con el fin de semana provocó la llegada de un torbellino de más de 15.000 visitantes a la desembocadura del barranco, dispuesto a empaparse en barro y atrapar a la codiciada lisa. "Puede que este sea nuestro último Charco con la carretera antigua", sentenció con esperanza el vecino Rafael Pérez, ya que la apertura de los túneles que unirán El Risco con La Aldea está prevista para finales de este año.

El sueño de muchos aldeanos está cerca. Oficialmente solo a un par de meses en el tiempo. La inauguración de la nueva carretera, anunciada por el Ejecutivo para el próximo mes de diciembre, pondrá fin a décadas de "aislamiento" y riesgo de accidentes de tráfico. No solo será una mejora en la calidad de vida de los vecinos, sino además facilitará el acceso al pueblo de " turistas y muchos otros grancanarios que todavía no conocen La Aldea". Pedro García, Pancho Casas o su cuñado José Vicente Saavedra acudieron ayer a su cita anual con la ilusión de despedir una etapa de la historia del municipio tras el chapuzón en El Charco y poder dar la bienvenida el próximo año a los invitados de la fiesta con una carretera alejada de interminables curvas e imprevisibles desprendimientos de cascajos.

"Queremos compartir con el resto de la Isla el espíritu familiar que se vive estos días en La Aldea. Nos gustaría que todo el mundo entienda que para nosotros, el Charco, es como una bendición. Y esperamos que el próximo año la gente se anime a venir con los nuevos túneles", explicó Casas en medio de una masa humana que a eso de al mediodía ya había invadido el muelle al ritmo de la Banda de Agaete.

Para los aldeanos El Charco es como el "broche de oro" a una semana llena de reencuentros con amigos, fiesta y alegría.

Se trata de un día que muchos llevan "todo el año esperando". "No importa la edad ni los problemas, en el Muelle Viejo todo el mundo baila". Hasta Dominga Suárez, más conocida como Mamina, quien a sus 85 años tenía a todo el público eclipsado con sus besos y sus vueltas de pasodoble. Horas más tarde la abuela de La Aldea se atrevía incluso a revolcarse en el barro, ya dentro de la charca, como una auténtica niña de Primaria.

Tal es la magia que desprende la Fiesta del Charco para los vecinos del municipio que logra incluso reunir a familias originarias de La Aldea que ya no viven en el pueblo. Los hermanos García se reencuentran todos los años en la tierra que les vio nacer, aunque muchos de ellos ahora residan en el sureste de la Isla. "Nos encanta volver a nuestra casa, a la playa de nuestra niñez y disfrutar de la fiesta", desvelaron Nina y Alicia tras explicar que este año la familia lucía una camiseta para las fiestas con la imagen de su madre en forma de homenaje, ya que había fallecido hace apenas unos meses. "Ella nunca se perdió un día como éste. Nos inculcó la tradición de venir y por eso hoy añoramos su ausencia", añadió García mientras avanzaba hacia la zona de El Chozo.

Allí, entre pinos y palmeras, se juntaron las parrandas y las neveras de los visitantes llenas de "tortilla y bocadillos". En la de Rafael Ramos, camarero del Restaurante la Culata II de Valsequillo, se coló una paella para 120 personas. La primera vez que vino al Charco, "cuando era un chiquillo", aseguró el visitante, le dieron de comer muy bien en La Aldea. En aquella ocasión dijo que la próxima vez le tocaba invitar a él. Y así lleva haciéndolo hace 28 años. Ayer mientras repartía el manjar entre sus padres y nietos, aseguraba que la razón principal que le empuja a desplazarse hasta La Aldea cada año es la sonrisa con la que le reciben sus anfitriones. "Seguro que antes de llegar aparcaron sus problemas a la entrada del pueblo. Algunos se tendrán que enfrentar a ellos a la salida, pero mientras estén aquí, en El Charco, la gente es simplemente feliz", confesó el cocinero.

Tras el estampido del volador que marca la batalla en El Charco desde hace cerca de un siglo, muchos regresaron a casa con barro "hasta en las cejas". Puede que alguno consiguiera meter algún pescado en la cesta, pero la mayoría volvió con agujetas en pies y mandíbula, de tanto "bailar y reír" al sol.