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Opinión

La casa del poeta de Moya

Estado en el que se encontraba la casa en el siglo XX. LP/DLP

El 24 de julio de 1966, el gobernador civil de entonces, Alberto Fernández Galar, acompañado del presidente del Cabildo Insular, Federico Díaz Bertrana y de las autoridades de los municipios de Firgas y Moya, fueron a visitar las obras que por aquellos años, a bombo y platillo y en las cercanías del "18 de julio", se inauguraban por toda la geografía isleña, y, obviamente, de toda España.

A las 10 de la mañana llegaban a Moya, con la villa repleta de autoridades y pueblo, que en esto de las recepciones oficiales, mostraba la gente antes más entusiasmo que en los últimos años. Visitaron la iglesia, y se habló de lo mucho que Moya necesitaba para cubrir las necesidades de sus habitantes: viviendas sociales, Hogar de Juventudes, captación de aguas en Fontanales (respetando Escalona), electrificación para los barrios que faltaban, apertura de la carretera de Los Tilos a Fontanales por el Laurel, suministro de agua domiciliaria, escuelas, etcétera. Finalizado el acto en el Ayuntamiento, Fernández Galar inauguró una de las obras de aquel año, y que iniciaba una necesaria recuperación de la figura del genial poeta de Moya para los vecinos del lugar donde había venido al mundo, inaugurando el parque que llevaría el nombre de Tomás Morales, para su gloria y para la de la propia Villa de Moya.

Y allí mismo comenzó a hablarse de lo que hacía muchísimo tiempo, debía Moya a Morales; de tal manera que -pasado el periodo estival- en septiembre de 1966 -hace ya medio siglo-, el Cabildo Insular tomaba un acuerdo en pleno, a propuesta del consejero-delegado de Educación Castor Juan Gómez; de "crear la Casa-Museo de Tomás Morales, respecto a cuyo emplazamiento y gestiones de establecimiento" se encomendaba a la propia Comisión, que, haciendo honor a los cambios y mudanzas de la política en los años 60, pasaba a denominarse "de Educación y Cultura".

Gestiones que comenzaron inmediatamente con los herederos del médico y poeta de la Villa Verde y de aquella otra Villa Azul, cercana al mar, donde enraizara por razones de amor y trabajo.

Y la casa, cercana al barranco y la iglesia, a la que en poema sentido, Morales recordara: "Y he recordado el breve rincón de un pueblecillo; una casa tranquila inundada de sol; unas tapias musgosas de encarnado ladrillo y un jardín que tenía limoneros en flor. Una pequeña rubia como un fruto dorado, cuyas pupilas eran de una apacible luz, y un audaz rapazuelo de correr alocado vestido con un traje de marinero azul. Primavera era el hada de sus juegos pueriles... En la huerta sonaban los gritos infantiles que callaban, de pronto, bajo la tarde en paz; cuando una voz llegaba, serena y protectora, desde el balcón, donde una enlutada señora llamaba dulcemente: Guillermina... Tomás..." Los Morales llegaron a Moya de la mano dura y cruel del general Francisco Tomás Morales, que en fascinante carrera militar en tierras venezolanas, defendió la colonia a sangre y fuego -sobre todo a sangre-, hasta que no tuvo más remedio que volverse de aquellas tierras que dejaban de ser españolas-. Subteniente, en 1812; coronel, en 1815; general, en 1821. A su vuelta, en 1826 es designado para el mando militar del Archipiélago. En pago de tanto, y con tan poco para pagarle, el Gobierno le concedió los últimos restos de la selva que cubriera casi toda la inmensidad de la Gran Canaria: la Montaña de Doramas en 1831, pese a las protestas los pueblos que consideraron agredidos con ello sus derechos: Guía, Moya, Teror y Firgas. En agradecimiento, el bizarro militar bautizó con los nombres del Rey y de la Reina -San Fernando y Santa Cristina- parte del cortijo recibido.

Y aunque no fue descendiente directo del general (cosa de agradecer); sí lo fue de un sobrino del mismo, Francisco Tomás Morales y Morales, que al soco de su tío se vino desde el sur de la isla a los verdores moyenses. Casó con Ceferina González Castellano, de Arucas, con lo que la familia quedo relacionada con lo "mejorcito" de las tierras plataneras, dándose con ello con la circunstancias de que el padre del poeta, Manuel Morales, era primo de la marquesa de Arucas (hija de su tío Bruno), del poeta Domingo Rivero (hijo de su tía Rafaela) o del insigne periodista y escritor Francisco González Díaz (hijo de su tío Manuel); amén de la parentela Rodríguez Quegles, Matos, Manrique de Lara, etcétera. Que vendría con los años. Vamos, que la principal herencia del general de Agüimes fue colocar muy bien a su parentela.

Pero volvamos al tema: acordadas las condiciones, retirada la farmacia que ocupaba una de las habitaciones de la planta baja de la casa; en 1971 se acuerda acometer las obras (valoradas en un millón de pesetas) de reparación de la Casa-Museo de Tomás Morales, que presentaba un estado casi ruinoso y "disponiéndola para que cuantos actos se celebren en el futuro en honor del poeta puedan tener por escenario la citada casa. También se aprueba el gasto de 80.000 pesetas, importe del traslado y asentamiento de la estatua funeraria del artista, obra de Victorio Macho, y pavimentación de la plaza donde se colocó..."

En 1974 se trasladó a su recinto la Biblioteca Municipal y siguieron las obras (asesoradas por el artista y técnica cabildicio Santiago Santana) que, a mi entender -y sobre ello me extenderé más ampliamente en otro escrito- desvirtuaron por completo la perfecta simetría e idiosincrasia de la construcción.

Y el 25 de octubre de 1976 (diez años después de su adquisición) se inauguraba la Casa-Museo de Tomás Morales en su Villa de nacimiento, con motivo del cincuenta y cinco aniversario de la muerte del poeta. El Cabildo Insular pretendía convertirla en la Casa de la Poesía Insular, "con objeto de exaltar los indiscutibles valores que dentro del marco poético han dado las islas a la literatura española", algo que, cuarenta años más tarde abogó por recuperar.

Una exposición bio-bibliográfica; conferencias de Alberto Darias, Lázaro Santana, Joaquín Blanco, Pedro Almeida, Sebastián de la Nuez y Eugenio Padorno exultaron la celebración con temas como "La arquitectura de la renovación urbana en Canarias 1880-1931", "La poesía de Alonso Quesada", "Fernando González y sus caminos", "Néstor de la Torre", "Saulo Torón desde las canciones de la orilla" y "La poesía de Tomás Morales", cerrando una semana de honor y gloria para las tierras moyenses de hace cuarenta años.

Hoy, muchos canarios se enorgullecen de ser herederos del apellido de la familia Morales, desde el edil capitalino David Suárez, José Aguiar, Juan Morales González, Leonor Valle, David Bujanda Aguiar, Leonor González Morales, y tantos otros.

Pero los que con más orgullo defienden el patrimonio poético y personal del poeta del Atlántico son los hombres y mujeres de la propia Villa de Moya. Honor que nadie, nunca, les podrá discutir.

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