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El maestro luxemburgués

Jean Gruen, que reside hace 16 años en Playa del Inglés, aparca las tijeras de su peluquería los domingos para deleitar a los devotos de la catedral con un concierto de música barroca

Jean Gruen junto al órgano de la catedral de Santa Ana, que construyó en 1862 Antonio Portell. JUAN CARLOS CASTRO

Cuenta Jean Gruen (Luxemburgo, 1956) que cuando toca el órgano siente que una ráfaga de "paz y tranquilidad" se apodera de su cuerpo y lo eleva hasta la morada celestial. Hace 16 años este peluquero de origen italo-francés llegó a Playa del Inglés, en el municipio de San Bartolomé de Tirajana, en busca de "buen clima" y un hogar en el que poder disfrutar de una "pasión" que descubrió con seis años de edad pero que no pudo desarrollar en el conservatorio hasta los 40. Cada domingo, antes de la misa de mediodía, Gruen da la nota barroca en el órgano de la catedral de Vegueta.

Desde su peluquería multicolor de la Avenida de Tirajana, en Playa del Inglés, Gruen afirma que los músicos y los peluqueros tienen en común que son siempre gente "pobre". En plena temporada alta, Gruen no para de recibir clientes en su establecimiento, sin embargo, las cosas a lo largo de su vida no siempre le han caído del cielo.

Con seis años se "enamoró de la música clásica". Las monjas del colegio al que asistía en su Luxemburgo natal le transmitieron la admiración por Bach, Händel, Vivaldi y el resto de autores que conforman el canon barroco del siglo XVIII. Formó parte de la coral en la iglesia de su barrio hasta que tuvo 20 años. "Primero como soprano y luego como tenor", matiza Gruen con orgullo mientras despunta con la tijera la melena de un cliente.

A los 28 años emigró a París, donde llegó a tener incluso su propia peluquería. Un día, con ya 40 primaveras cumplidas, decidió hacer "de una vez por todas" realidad uno de sus sueños y se matriculó en el conservatorio para aprender a tocar el órgano. En el único día libre a la semana que tenía, recorría 100 kilómetros en tren para asistir a las clases. El esfuerzo "valía la pena", comenta Gruen, porque era lo que realmente "me hacía sentir vivo". Con el tiempo, el peluquero se decidió alquilar "por horas" el órgano de la iglesia de Saint Sulpice, ya que no tenía dinero para comprar el instrumento y su formación requería "practica". Una vez que acabó los estudios, comenzó a tocar los domingos por la tarde, siempre de forma gratuita, en la iglesia de Saint Joseph de París.

Había alcanzado su meta, pero el frío europeo se volvió cada vez más "insoportable", sobre todo, desde que en 1998 aterrizó en Maspalomas para pasar una semana de vacaciones con amigos.

"El Sur, la Isla, en general, me cautivó. El Sol, la playa, la gente... desde el principio tuve claro que tenía que volver", recuerda con gesto nostálgico. La vuelta a casa se hizo incluso más "cuesta arriba" con las molestias del tráfico y la "contaminación" propia de las grandes ciudades. Ni corto ni perezoso, Gruen se embarcó de nuevo en un chárter para estudiar "en terrero" las posibilidades que le ofrecía Gran Canaria para emprender una nueva vida. "Lo único que tenía claro es que si no podía tocar el órgano, no me iba a mudar a la Isla. Era mi única condición. Y, por suerte, encontré mi lugar", exclama el barbero.

Al llegar a Gran Canaria, el luxemburgués centró su atención en la ciudad capitalina. Aunque residía y trabajaba en Playa del Inglés, Gruen comenzó a conocer la oferta cultural de Vegueta, pero también del resto de municipios de la Isla. Visitó Arucas y su basílica, Telde y su iglesia de San Juan, Valleseco, Guía y hasta Teror. Quería conocer todos los órganos que tenía disponibles la Isla para poco a poco encontrar un alma generosa que le tendiera una mano.

Fue en la iglesia del Santo Cristo, en Las Canteras, donde la encontró. Allí Paco, el organista de la ermita, le invitó a tocar en primeras comuniones y los domingos por las tardes. Luego continuó en la ermita del barrio de Escaleritas con conciertos de música francesa. El mérito de Gruen no solo residía en su labor altruista a la parroquia sino que en la mayoría de las veces para llegar a su destino desde Maspalomas tenía que pasar horas en guagua con transbordos incluidos. En alguna ocasión, también llegó a tocar el órgano del Templo Ecuménico de Playa del Inglés junto a un músico alemán, pero las oportunidades que le brindaba la capital le seducían mucho más.

Tras ofrecer algún concierto que otro en la parroquia de Santo Domingo, el músico comenzó a tocar el órgano de Teror y Arucas, hasta que ambos se estropearon. "Una gran pena, dada la buena acústica que ambas iglesias poseen", lamenta Gruen. En alguna ocasión también llegó a interpretar sus piezas en San Juan de Telde, Santiago de Gáldar y en la ermita de Santa María de Guía. Sin embargo, el gran día llegó cuando cumplió 50 años. En aquel cumpleaños su amigo Paco le regaló una experiencia que "jamás" olvidará: le invitó a tocar el órgano de la catedral de Vegueta por un rato. Tras su debut en Santa Ana, el organista del templo, Heraclio Quintana, le propuso tocar todos los domingos a las 11.00 horas. Desde entonces, ya hace casi una década, Gruen deleita a los visitantes de la catedral con un concierto de los maestros franceses. "Cuando me jubile, me mudaré a Vegueta para así tener el órgano más cerca", adelanta Gruen.

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