De niño Abel Kormos (1981, Hungría) soñaba con ser pintor. Estudió Bellas Artes en su país de origen antes de iniciar el vuelo a otras latitudes del mundo con mejores oportunidades laborales. Tras ganarse la vida de mozo de almacén en Irlanda, decidió echar raíces en Gran Canaria por ser una tierra "amable y acogedora". A su llegada al Sur comenzó a trabajar en los naranjeros de Fataga y en el sector de la construcción de nuevos hoteles en Amadores. Un día, por mera casualidad, descubrió que con arena y agua salada podía labrarse su propio futuro. Desde hace ocho años el húngaro recuerda con sus esculturas de más de 30 toneladas de árido a los turistas del Faro de Maspalomas, que aunque vistan manga corta, en diciembre siempre llega Papá Noel.

Como todo buen artista, Kormos ha tenido que dedicarse a otros quehaceres laborales a lo largo de su vida. La pintura siempre ha sido su "válvula de escape", tanto en su pueblo natal (Székesfehérvár, antigua capital de Hungría), como en Ibiza o Tenerife.

Trabajase en una fábrica, en la zafra o en un andamio, "la posibilidad de crear conceptos nuevos y de transmitir a la gente su visión particular del mundo a través de su obra" ha sido una meta constante en su vida.

Lo que nunca imaginó es que esa actividad tan anhelada no llegaría acompañada de pincel y lienzo sino de arena y espátula.

En 2008, en un paseo cotidiano por la playa de San Agustín, conoció a varios compatriotas que se dedicaban a la escultura de arena. De ellos aprendió la técnica y del público consiguió la aceptación que a día de hoy le permite vivir exclusivamente de su obra artística.

Estas Navidades ha optado por conceder a Papá Noel y su saco lleno de regalos un lugar central en su composición de arena. Sin embargo, no ha querido dejarlo solo en estas fiestas, soleadas en Maspalomas, y ha invitado al posado navideño a Homer Simpson, al tiburón blanco de las películas de Steven Spielberg y a Bob Esponja y sus amigos Patricio y Calamardo.

"He optado por estas figuras porque gozan de gran popularidad entre los turistas y, si algo he aprendido en este tiempo, es que cuando algo funciona bien, mejor conservarlo a lo largo del año", explicó ayer Abel junto a su obra.

"Cada mañana es diferente" para Kormos en su lugar de trabajo. Puede que el viento, que sopla con ahínco en esta zona, se haya llevado parte de la arena o incluso que el sol haya evaporado el agua de mar. "Menos mal que siempre nos quedará la sal para salvar parte de la obra", asegura el arenista.