Catorce hombres y mujeres fueron enterrados en el siglo XVI en Gran Canaria con ritos extraños. Eran trabajadores duros, algunos rezaban a Alá, muchos creían en dioses de su África natal, otra se encomendaba a San Francisco, pero todos reposan lejos del cementerio: Eran esclavos.

Unos doce millones de africanos fueron llevados a la fuerza a América entre los siglos XVI y XIX para trabajar en extensas plantaciones, la mayoría de caña de azúcar. Es una historia más que conocida, un tráfico de seres humanos que empezó antes de que Europa dominara las Indias... y más cerca.

Los documentos históricos citan en reiteradas ocasiones el uso de mano de obra esclava en Canarias, Madeira y Cabo Verde, el primer Nuevo Mundo que conocieron castellanos y portugueses antes de lanzarse a la conquista del continente recién descubierto por Colón y, precisamente, en una de las industrias que financió aquella gran empresa en sus inicios: las plantaciones de caña de azúcar.

En el caso de Canarias las referencias sobre el esclavismo desde los inicios de la conquista, en el siglo XV, son abundantes, pero faltaban pruebas físicas.

Ocho investigadores de las universidades de Stanford (EEUU), Cambridge (Reino Unido), Santa Elena (Perú), Las Palmas de Gran Canaria y el País Vasco y la empresa Tibicena han publicado en American Journal of Physical Anthropology que la rara necrópolis hallada en 2009 en la Finca Clavijo, de Guía, durante unas obras es lo que se sospechaba: un enterramiento de esclavos de varias razas.

Pero no uno cualquiera: "Es el cementerio de esclavos más antiguo del mundo atlántico, el antecedente más antiguo del que se tiene constancia de la diáspora africana hacia América", defiende el arqueólogo de la ULPGC, Jonathan Santana. Los científicos han estudiado los cuerpos recuperados en esa necrópolis (ocho esqueletos intactos y seis más removidos) con varios enfoques: la medicina forense, técnicas de ADN y análisis molecular, la arqueología y el saber acumulado en yacimientos esclavistas de EEUU y el Caribe.

La ciencia forense revela que murieron jóvenes, la mayoría en la veintena, y con lesiones de columna que sugieren que realizaban un trabajo muy duro, las mismas que se han documentado en plantaciones negreras de caña de Carolina del Sur, Surinam y Barbados.

Los restos han sido datados entre finales del siglo XV y principios del XVII, pero hay dos elementos que permiten acotar más aún su origen: una moneda de cuatro maravedíes resellada por el Cabildo de La Palma en 1559 y una medalla con las imágenes de San Francisco de Asís y la Inmaculada Concepción propia del siglo XVI.

El ADN de esas personas revela que una era una mujer canaria aborigen, mientras que cuatro son probablemente individuos de raza negra y otros seis pertenecen a un linaje presente tanto en Europa como el norte de África.

"Dado que hay muchas referencias históricas al tráfico de esclavos procedentes del norte de África en Canarias, pensamos que esos individuos eran moriscos", explica Rosa Fregel, bióloga especialista en ADN de poblaciones antiguas de la Universidad de Stanford.

Su colega Santana apunta otro detalle interesante: es raro que aparezca una aborigen, porque en esa época la Iglesia y la Corona ya había prohibido esclavizar a los indígenas canarios e incluso se permitía a estos acceder a cargos de los cabildos como "cristianos viejos", algo todavía vetado, por ejemplo, a los descendientes de musulmanes y judíos. "Quizá se trate de alguna mujer mestiza".

La forma de enterrarlos también resulta curiosa, porque no responde ni a rituales cristianos, ni puede ligarse con el Islam, ni encaja con las prácticas aborígenes, sino que sugiere sincretismo habitual en las sociedades criollas, lo que refuerza el valor del yacimiento, apunta Fregel.