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Arucas

El hombre de las cuatro razas

El aruquense Ramón Martín tiene en casa todos los perros 'oficiales' del Archipiélago

Pancho, Sofía, Garafi y Prince son los 'hijos' del aruquense Ramón Martín, cuatro ejemplares que representan las cuatro razas de perros reconocidas en Canarias. Un archipiélago de perros reunido en una sola casa.

Ramón Martín tiene a día de hoy 81 años, nacido en vísperas de la Guerra Civil, poco más de un mes antes, el 1 de junio del año 36. Aquella contienda acabó cuando tenía cuatro años, pero él sigue dando batalla, soltando podencos y hurones jueves y domingo a la caza del conejo desde 1948.

Los 81 años no son peso para un Martín que arriba, en Camino de la Cruz, un calvario de cuestas que sitúa su casa a media altura de la Montaña de Arucas, sube y baja laderas como si en ello le fuera una Transgrancanaria.

Allí es donde mantiene a sus cuatro perros, y donde se domiciliará un quinto que está por llegar, el lobito herreño, que aún no está reconocido como raza canaria, pero que como también considera que está a punto, lo va a añadir a la colección.

De momento, de los cuatro es Pancho el que parece dirigir el cotarro, si bien el animalito, de pancho, solo tiene el nombre. Es este un ser vivo que en principio no cabe en la foto. Hay que hacerse para atrás para que quepa en el visor. Martín lo intenta atar en corto para el retrato pero como resulta que se encuentra altamente interesado en Sofía todo él es una masa muscular indómita, propia de la adolescencia de su año y siete meses de edad, y que acaba en un rabo centrifugador que tras cada oler a la perrita adquiere velocidades de rotor de helicóptero. Antes de que se eleve del suelo Martín esconde a Sofía, que es cuando se le acaba el combustible a Pancho, convirtiéndose de golpe en un perro de compañía, quizá por lo aprendido en las clases de compostura que cada dos veces por semana en el Club de Perro de Presa Canario, en la capital de la isla, bajo la batuta de Antonio Miguel Martel.

El majorero Prince también trae cierta fuga, que no es flojo, pero se le ve con más aplomo, con más masa gris en la cabeza, de hecho asegura Martín que es el mejor guarda de la jauría mientras que el garafiano, que llega desde unos cachos más abajo, donde los frutales, arrambla por la ladera arriba en modo tractor con la reductora puesta, facilitando la fuerte pendiente a un Martín que va por detrás cogido a remolque. Si es que no lo para en seco en el llano aún hoy seguiría escalando montañas.

Todo esto lo ve la podenca Sofía, de tan solo cuatro meses, con la elegancia propia de los lebreles, eso sí, una vez pasado el soponcio de su truculento encuentro con Pancho. Y es aquí, en el podenco, donde Ramón Martín exhibe su particular máster en la raza cazadora, porque de su mano estuvo en los años 80 el lograr para ella la primera declaración oficial de reconocimiento para uno de los perros más emblemáticos del Archipiélago. De hecho, fue el primero en lograrlo, y según afirma Martín, gracias a Flecha, la podenca que llevó en 1982 a la Universidad de Córdoba para participar en el I Simposio de las Razas Caninas Españolas. Según ilustra Ramón, en los años 70 se formó un importante lío cuando un matrimonio francés pretendía 'secuestrar' una pareja de perros cazadores isleños para registrarlos en su país. A partir de entonces y con el apoyo de la Sociedad de Cazadores de la que era miembro el aruquense realizan unas cuantas exposiciones de los ejemplares, una en las actuales oficinas municipales del Metropole, y otras en la Montaña de Arucas, con jueces peninsulares. Hasta que tiran para la península con un sesudo estudio de las características de la raza, además de un completo vídeo de cómo se la gastan los cazadores isleños trajinando conejos en riscos, malpaíses y caideros.

"Una de las delegaciones que más objeciones puso fue la del podenco ibicenco", recuerda Martín. Ciertamente el primo se le parece de lejos, pero la actitud era muy otra. "Aquellos perros de Ibiza no hacían más que dar saltos, y yo les dije que si soltara uno de esos en Canarias al segundo brinco se mataba". Porque resulta, y esto no venía ni en el informe ni en los estudios científicos, que el podenco canario es un perro "con el hocico pegado al suelo". Y retó al Simposio, "si la perra no sale pitando a buscar un conejo en el patio no la reconozcan", y también amenazó a Flecha: "Si no lo haces bien no vuelves conmigo a Canarias". Amigo, la solté, pegó la nariz al piso y se puso a cazar entre macetas".

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