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Agüimes

"Cuanto más viajo, más me convenzo de que hay que romper las fronteras"

"Por un lado una va dejando huellas pero también va trayendo consigo las que recibe de los lugares", destaca Paqui Domínguez

Paqui Domínguez, esta semana en la Casa de los Camellos de Agüimes. S. BLANCO

¿Qué se va a encontrar el lector en las páginas de 'Huellas compartidas'?

Experiencias, vivencias, incluso olores o sabores, itinerarios, personas? en Huellas compartidas hay ese espíritu de quien sale de casa para llenarse de otras experiencias, de otras vidas, de intentar llevar y traer e ir viviendo.

¿Por qué es tan necesario salir fuera de la zona de confort?

Hay que salir para volver, porque un viaje te sirve para llegar a casa y reflexionar, analizar, valorar lo que se ha vivido y en este caso, escribir y compartir.

¿Qué lugares se recorren en los capítulos del libro?

Hablo de mis viajes de 2011 a 2015. Empiezo en la India, que visité en 2011. Siempre, aunque sea algo muy recurrente, se dice que hay un antes y un después de un viaje a la India, pero es cierto, sí que lo hay. A continuación nos vamos a Sudáfrica, Zambia y Botswana y después Vietnam, Camboya, Laos, Argentina, Chile y Brasil.

¿Son las huellas que deja la viajera en los lugares que visita o las que dejan en ella esos sitios?

Las dos cosas, por eso son compartidas. Por un lado una va dejando huellas pero también va trayéndose consigo las que va recibiendo de los lugares, de las personas y de las actividades.

Estas huellas parecen el reverso de las cicatrices...

¡Sí, claro! Son tantos los recuerdos que a veces una tiene el vértigo de olvidarlas, pero son huellas profundas.

¿Es Paqui Domínguez una viajera que no se separa de su libreta?

Ha sido una dinámica mía el hacer una crónica diaria de lo que vivo en los viajes. Esa crónica la envío a familiares y amigos que van siguiéndome capítulo a capítulo y día a día. Después, cuando nos encontramos, me preguntan cosas que yo dejo en el aire pero que les han creado interés. Cuando decido ponerme manos a la obra con el libro empiezo a recoger todo ese material y a adaptarlo en forma de libro. He estado casi un año preparando todo el material, elaborándolo, corrigiéndolo y recorrigiéndolo hasta la saciedad? Ha sido un trabajo intenso y bonito.

Ese proceso es como volver a viajar, ¿no?

Cierto. Además, no sólo es que vuelvas a viajar, sino que traes de nuevo a tu mente imágenes de personas que no forman parte de tu vida cotidiana. Por ejemplo, el traductor-chófer de la India: de repente te puedes acordar de la enseñanza que un día te dio un señor que era devoto de Vishnu pero que después iba a las capillas católicas porque era devoto de San Antonio. Al preguntarle por qué lo hacía, respondía que todos los caminos llevan al mismo lugar. Te impacta y cuando lo estás recuperando otra vez te das cuenta de cuánta verdad tenía.

En el libro hay enseñanzas adquiridas en todos estos lugares. ¿Es un modo de recordarnos que es necesario mantener la esperanza en el ser humano?

Sí, una total y absoluta. Cuanto más viajo y visito lugares del planeta, más me convenzo de que debemos romper las fronteras. Pienso, por ejemplo, en la comunidad más aislada de África, en Madagascar. Llegas allí, estás un rato con aquella gente y aunque estamos en tiempos diferentes debido a la modernidad, existen muchas cosas en común. Sobre todo el ser humano, su esencia.

A veces que también se encontrará uno lo contrario, decepciones por el camino?

Lo digo en la contraportada del libro. Hay un maestro filósofo de hace 3.000 años, Confucio, que dijo "Dondequiera que vayas, ve con todo tu corazón". Yo lo estoy poniendo en práctica ahora. Hay que ir con la mente abierta, receptiva. Puedes estar a dos metros de un león y descubrir que no eres una presa para él.

¿Lo que nos hace falta es, entonces, no dejar nunca de intentar esforzarnos por convivir?

Exactamente. Es lo que decía antes sobre romper fronteras, porque allá donde vas recibes tanto? ¿Tú sabes lo que es la sonrisa de un niño en la India con la mirada profunda? Eso no tiene valor, eso tienes que vivirlo. Por mucho que te lo cuente en un libro o en una entrevista, no es como vivirlo.

Sin embargo, vivimos tiempos en los que lo que ocurre es todo lo contrario: levantamos fronteras tanto físicas como psicológicas. ¿No hay una contradicción?

Si te das cuenta, ocurre hasta en nuestra comunidad más próxima: cada vez ponemos más puertas, rejas, ventanas blindadas? Benditas las horas en las que vivíamos con las puertas abiertas y salíamos a la calle y dábamos una voz para llamar al vecino. Hay cosas transformadas de tal manera por la modernidad que empieza a ser necesario echar alguna mirada hacia atrás o ir a sitios donde la vida es diferente, como en Cabo Verde, donde la vida es como aquí en los años 60 o 70. Allí yo me siento como cuando estaba en mi pueblo siendo adolescente.

¿Por qué esa modernidad no nos ha permitido superar el miedo al otro, sea quien sea o represente a quien represente esa otredad?

El miedo es la desconfianza. Cuando sientes miedo ante una situación, una circunstancia o una persona no es porque esa persona te esté irradiando miedo, es que tú lo estás sintiendo desde ti. En una aldea que visité los niños huían de mí, les causaba miedo, pero no porque yo les fuera a hacer daño, sino porque era blanca, canosa y mayor.

¿Qué responsabilidad tiene la política en este temor al otro, o a lo desconocido?

No es una cuestión de buscar culpabilidades. También los empresarios o los medios de comunicación la tienen. Todo aquello que intente controlar o subordinar a la comunidad tiene bastante responsabilidad. Eso sí, está la parte individual y colectiva de no dejarse avasallar o pisotear por los grandes intereses que nos sobrepasan.

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