El trabajo siempre callado e invisible de la mujer ha desempeñado un papel fundamental en la cultura tradicional de Gran Canaria, sin derechos reconocidos y con múltiples cargas, algunas recogidas en las fotos históricas que el Cabildo de Gran Canaria invita a contemplar con motivo del Día Internacional de la Mujer este miércoles 8 de marzo.

Un amplio abanico de imágenes antiguas muestra el duro y esencial papel que la mujer ocupó en la cultura tradicional de Gran Canaria en los fondos de la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (Fedac), que ha realizado una selección de las imágenes que han regalado en los últimos 120 años para que su labor no caiga en el olvido

Lavanderas en la acequia en 1911, mujeres recolectando cochinilla en 1928, aguadoras, alfareras, guisando loza o moliendo almagre son algunas de las instantáneas que podrán ser contempladas en blanco y negro o sepia.

En el entorno de una sociedad mayoritariamente pobre, la mujer era madre, esposa, ama de casa, compañera de oficio, colaboradora en el campo, artesana y hasta trabajadora en almacenes de empaquetado sin que, a cambio, recibiera más que un jornal, sin alta laboral por parte del empresario, que guardaba ese derecho para el hombre.

El día a día de la mujer comenzaba aún de madrugada, cuando debía organizar la casa para después salir a trabajar al campo, o bien al patio a realizar labores de alfarería o bordado con las que complementar los exiguos ingresos familiares.

En otras familias, la mujer elaboraba además quesos o cultivaba en la huerta millo, papas y arvejas, entre otros vegetales, productos que vendía en el mercado o intercambiaba por bienes necesarios en su hogar.

El desarrollo del cultivo del tomate, sobre todo en el sureste grancanario, llevó a muchas mujeres a ´emigrar´ a esta latitud de la Isla y ocupar puestos en fábricas de empaquetado o trabajos en los tomateros, a donde muchas veces acudían con sus hijos menores, que dejaban en cajas mientras ellas laboraban.

La actividad del tomate y su labor ocupaban gran parte de su jornada, un trabajo que tantas niñeces, adolescencias y maternidades arrebató en pos de un mísero sueldo y de una humilde cuartería que les diese cobijo.

Su participación continuaba después en trabajos de artesanía, comercio e industria, muchas veces en función de la dedicación del marido, hasta ocupar el día que ya hacía rato que había finalizado y terminar apenas descansando unas horas para empezar otra vez una nueva jornada idéntica a la anterior.