Hace 26 años que Wilson Teddy Domínguez Díaz, más conocido como Crazy Wilson, se subió por primera vez a un péndulo para comenzar a dejar sin habla a sus espectadores. Lo cierto es que lleva por detrás cuatro generaciones de su familia en el circo y él, perteneciendo a la quinta, es sin duda el vivo reflejo de la pasión por esta vida. Es acróbata y ya apuntaba maneras desde pequeño cuando subirse en cualquier lugar, estuviera a la altura que fuera, se convertía en todo un reto que ejecutaba sin mayor complicación.

Así, desde que comenzó a mostrar todo lo que lleva dentro, porque asegura que es un don lo que lo acompaña, lo llamaron para formar parte del Ringling Brothers Circus, el más grande de Estados Unidos. Desde entonces no ha cesado de añadir magia y motivos por los que taparse los ojos en sus números. Ahora, lleva desde Navidad en Gran Canaria en el Cirkus Kaos, donde estará hasta el domingo que viene para después volver a Alemania. Y, como el que no quiere la cosa, derrochando la locura que lo caracteriza, se ha hecho con su público en la Isla.

Pegados a la costa yendo hacia el Norte, en el municipio de Moya, los colores gris y amarillo representativos de este circo, "el mejor de España", puntualiza Domínguez, llama la atención desde la carretera general. Dentro, sus integrantes ensayan duro cada día para ofrecer los mejores espectáculos a los que se desplazan hasta sus asientos buscando emociones fuertes y razones por las que estremecerse. Entre ellos, convive hace unos meses Wilson con su vitalidad siempre presente e ideas que le rondan por la cabeza con el fin de innovar constantemente. "La gente repite muchas veces y me gusta siempre hacer cosas diferentes, no ser uno más, aumentar la adrenalina y pasar los límites", señala con ambición y pasión en cada una de sus palabras.

Es de padre colombiano, madre venezolana y abuelo español, familia propietaria del Royal Star Circus de Colombia donde todos los varones se dedican a la acrobacia. De niño estuvo en un seminario y aunque le ofrecieron una beca de estudios en España si se convertía en sacerdote, "dije que no quería", apunta. Dejando a un lado la sotana para vestirse como un acróbata de primera, aunque eso no quita que "en cada acto doy gracias a Dios y le pido su bendición de rodilla", reafirma su gran amor por el riesgo y las alturas, llegando a cada una de las cimas que se ha propuesto a lo largo de su vida.

"Una vez dominé el péndulo, quise hacer mortales y, aunque me decían que estaba loco, un día decidí darle una sorpresa al dueño del circo en el que trabajaba", relata. Asimismo y advirtiendo al propietario de que "pasaría en su negocio algo que jamás olvidaría y que daría de qué hablar en el mundo", dio esa mortal estando el péndulo a diez metros de altura sobre el suelo y alcanzado un metro y medio desde el mismo con la vuelta. Asegura que ese día el mandamás "se puso a llorar", un recuerdo para la historia del Madison Square Garden de Nueva York, donde sorprendía en ese entonces.

A continuación vinieron las series de mortales, "porque en la primera los asistentes se suelen tapar los ojos, y lo que no saben es que vienen más", puntualiza con brillo en su mirada y orgulloso al saber que llega a dar 16 seguidas, alcanzando hasta los tres metros sobre el péndulo. Y así, cada movimiento sin agarres y sin trucos, solos él y el aparato que se convierte en una extensión de su cuerpo. "Cuando estoy dentro veo lo lindo de la vida, me olvido de todos los problemas y desconecto del mundo. Sólo pienso en lo que estoy haciendo y en el aplauso posterior del público, que se pongan de pie como agradecimiento sabiendo que les he dado todo, porque no hay dinero que valga tanto como eso", se sincera con emoción.

Improvisación

Su humildad y sencillez se captan a simple vista, lejos de presumir que ha sido número uno en Montecarlo en el año 2008. Es un hecho que da todo de sí en cada espectáculo, en los que siempre juega con la improvisación, y afirma que su éxito reside en "ensayar, pensar para ser siempre top y no estancarse, y nunca copiar". Además, garantiza que si tuviera que describir con una palabra lo que este arte supone en su vida, "sin duda, es amor, porque esto es lo que da la conexión necesaria".

Crazy Wilson no sólo se sube al aparato que lo hace girar, sino que se encarga de diseñarlo y crearlo con sus propias manos. Ha hecho alrededor de 15 y, aunque tiene uno en mente del que no quiere desvelar ningún detalle, el que utiliza actualmente en Alemania, "aquí me han prestado uno", fija, lo creó hace dos años después de uno entero trabajando duro en él. Con orgullo, en cada número presume de su bebé artístico que tiene la forma de una moto Harley Davidson, "la presento tapada con una sábana negra y cuando la quito nadie se puede imaginar lo que haré dentro de ella", cuenta.

Y en Moya, aunque no lo acompaña su amago de motocicleta, tiene algo mucho más impresionante para dejar su huella en las Islas antes de volver al país germano, donde hace de las suyas en Circus Krone, "el más grande Europa y de los mejores del mundo", determina. "Es algo que jamás se ha realizado en el mundo con este espectáculo y lo he presentado aquí", relata con felicidad mientras muestra el aro que lo acompañará en los próximos números -hasta el domingo 26 de marzo- que le quedan en la Isla. El artilugio, de grandes dimensiones, se estrenó ayer acompañado de fuego alrededor, y este acróbata que no teme a nada dio uno de sus increíbles saltos mortales pasando por el medio en lo alto del péndulo, que quedó en segundo lugar en la trama sin luz. Es un hecho que si en el tiempo que lleva con Kaos ya ha causado furor entre los espectadores y ha puesto en pie a un público entero en las funciones, dando de qué hablar, esta novedad que seguirá ofreciendo en sus próximas intervenciones quitará las ganas de pronunciar palabra.

Aún así, para Domínguez nunca es suficiente y, aunque acaba de estrenar su nueva idea, seguro que ya está pensando en otra más sorprendente si cabe. Cuando comenzó tuvo claro que quería ser diferente, que ir lento como el resto en esta modalidad no era lo suyo y que la acción era lo que ansiaba, por lo que incorporó acrobacias, volteretas o saltos a la comba en su interior. Ejercicios condensados en 15 minutos que se hacen eternos para aquellos que temen por el artista "y que salen sudando después de taparse los ojos para no ver", afirma.

Pero él no tiene miedo, "sólo respeto porque sé que es peligroso y tiene mucho riesgo", agrega mientras comenta que sólo se ha caído tres veces ensayando en toda su carrera con el aparato. "La primera me rompí un dedo, la segunda cuando desperté estaba en el hospital con tres costillas rotas antes de Montecarlo y la tercera me quebré las dos piernas", alega como gajes del oficio y convencido de que "es experiencia y cuando uno cae sólo queda aprender". De esta manera, señala que es necesario mantener una buena condición física para facilitar que todo vaya sobre ruedas, "ni fumo, ni bebo", añade seguro de sí mismo.

Cuando habla de esta, su gran pasión, dice a boca llena que se trata de un don "y este nunca te lo pueden copiar, porque es lo que ocurre con las cosas que te nacen dentro". Asimismo, con 43 primaveras y después de haber pasado "por los tres mejores circos del mundo", es consciente de que no cambia su profesión por nada del universo. Es su primera vez en Canarias y en Kaos, una intervención que se debe a la gran amistad que lo une con su dueño Enrique Polo, "aunque si no fuera un circo de primera como es, no me hubiera quedado, por lo que tengo mucho que agradecer", fija.

Él dice que lo lleva en la sangre y los que lo han visto no lo dudan ni un segundo. "Es como sentirse el Messi del péndulo", bromea con razón mientras garantiza que no se siente como un loco, "simplemente hago mi trabajo". Hay que dar gracias a Wilson por su falta de cordura dentro del Kaos.