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De BIC en BIC Molino de Los Cazorlas, San Bartolomé de Tirajana (11)

La prodigiosa turbina del gofio

Los Cercados Altos de Fataga ilustra su monumental paisaje con uno de los molinos más singulares de Gran Canaria. Un cubo de 12 metros de alto imprimía potencia de 'cohete'

La prodigiosa turbina del gofio

Existe un molino de agua en Cercados Altos de Fataga que a efectos actuales tuvo que ser en su tiempo la gran turbina del gofio, el cachivache definitivo para desmigajar grano a mansalva. La virguería se encuentra empotrada en un quiebro imposible, de los tantos que se encuentran en el barranco de Las Tirajanas, un cauce salvaje que entre sus muchos alardes tiene la capacidad de convertir la capa superior del planeta en un corrugado en el que un centímetro de superficie nunca está a la altura del siguiente, lo que siempre obligó al isleño de allí a vivir con una pierna por encima de la otra y a sobrevivir en desniveles.

En 1880 y a medida que la población va a en aumento, con sus mayores cultivos y el consiguiente incremento del jilorio se hizo patente la necesidad de darle macho a la molienda a ritmo industrial, en una sociedad que hasta ese siglo o bien molía por su cuenta en casa o tiraba de muelas de menor enjundia. Así fue como a un señor llamado Bernardo Cazorla Jiménez encarga la construcción del invento, en la que participa cuando aún era un niño el que sería también su molinero, Manuel Moreno Falcón.

El chisme iba a 'carburar' por la fuerza hidráulica de las aguas vinculadas a la Heredad de Fataga, y en apenas unos veinte años la propiedad estima que necesita de una rectificación para imprimir más potencia al tinglado. Y procede, ya a principios del siglo XX, a 'mejorar', casi tunear, una infraestructura que desde su terminación y por arquitectura, lugar y sistema, hoy representa uno de los mejores ejemplos de la cultura agrícola.

Para multiplicar el caballaje la ocurrencia consistió en doblar la altura del cubo que envía el agua a las paletas, lo que fue llamando la atención del vecindario al alcanzar la impresionante altura de 12 metros, y sobre la que vierte el agua una acequia sostenida por cinco pilastras que salvan el risco, que es así como se presenta en su apariencia actual.

A medida que la obra iba tomando cuerpo crecía la expectación, en un mundo en el que cada individuo que observa es un ingeniero en potencia. Aquello pintaría como un Saturno V, (y que luego se comportaría casi igual a ese cohete que llevó al hombre a la Luna).

Así llegó el día que toca abrir las tornas para comprobar la mejoría. La inauguración no solo no decepcionó a nadie, sino que ofreció un entretenido espectáculo cuando el agua cogió fuga gota a gota hasta convertirse en una indomable tromba que despachó en su bajada todo lo que encontró a su paso y algo más, reventando el mecanismo primitivo, y desastrando barranco abajo incluso a la competencia, al que hasta ese día se conocía como El Molino Chico.

Cuando todo terminó de escurrirse volvieron manos a la obra, pero ahora escalonando la torre para dosificar la presión y reponer desde las muelas a las paletas.

Aún hoy llama la atención aquella osadía que parece colgada de su precioso acueducto, que es lo primero con lo que se encuentra el visitante desde arriba, construido con pino de tea y piedra, y que es el que da catarata a la columna que imprime la fuerza del sistema.

Cuando por fin se ajustaron las potencias a la capacidad del mecanismo por aquél dramático método prueba-error, el molino se convirtió en el epicentro del moler en Las Tirajanas. Hasta ahí llegaban tongas de sacos de granos de cebada y millo a lomos de bestias, y también en hombros de hombres y mujeres desde el barranco de Fataga, desde Los Sitios, o de la otra vertiente del Macizo de Amurga y más allá, convirtiéndose por derecho propio en uno de los más importantes del entorno de Santa Lucía.

A pesar del descalabro inicial, el conjunto siguió trabajando hasta los años 60 del siglo pasado, con el consecuente abandono posterior hasta que el Cabildo logró rescatarlo declarándolo Bien de Interés Cultural y luego procediendo a una restauración dirigida por la arquitecta Guacimara Delgado Quintana, salvándolo así de su derrumbe por el mal estado que ya presentaban tres de las mencionadas cinco pilastras sobre las que se apoya la acequia.

Así se sustituyen los nuevos sillares y se consolida con mortero de cemento blanco, cal, arena y piedra. Además se enfoscan las paredes sustituyendo las tejas de la casa cueva del propio molino, porque hay que subrayar que la construcción se introduce en el risco.

No menos monumental, si se observa con ánimo de imaginar, tuvieron que ser los esfuerzos para enhebrar la red de acequias, y si se le sigue el curso por laderas y quiebros, recrear los trabajos de alpinismo que requería no sólo guindarse a esas alturas, sino el que lleva consigo acarrear los materiales hasta esos lugares imposibles.

Bajo esa mirada el Molino de Los Cazorlas también ejemplifica la singular cultura hidrológica que es una constante en la vida de los hombres y mujeres de la isla, propio de un territorio en el que cada gota es un diamante, y que de alguna manera, aunque hoy parezca anecdótico, queda patente cuando llega un chubasco de sustancia, que es cuando se moviliza el canario hacia los caideros, los barrancos que atronan o la entrada de caudales en las presas, embelesado por un paisaje que fue antiguo y que se fue perdiendo a medida que el tesoro líquido acabó entubado.

Protecciones

En todo este contexto queda escenificado el molino de Fataga, que por ello exhibe una caterva de protecciones, ya que también está catalogado por el Plan General de San Bartolomé de Tirajana, municipio al que pertenece, e inventariado por la Fedac como Bien de Interés Etnográfico.

Y es que ese trajín molinero que hoy escenifica el de Los Cazorlas es la culminación de una mecánica vinculada a la agricultura de secano que se remonta al siglo VIII d.n.e, con dataciones que delatan la presencia de una comunidad humana en el fondo del barranco de Fataga, "que a buen seguro", explica el arqueólogo de Tibicenas y guía de Patrimonio del Cabildo de Gran Canaria David Naranjo Ortega, "aprovecharon las tierras fértiles de lugar para plantar el cereal que les mantenía con vida".

La naturaleza del producto les obligaba a ejecutar una molienda que en sus orígenes se hacía de una manera muy sencilla con un pequeño molino naviforme, casi de bolsillo, o con otro circular también denominado romano.

Estos últimos se extraían de una manera muy peculiar en las distintas canteras que existían en la isla. Primero la tallaban en el paramento, "con bastante pericia", puntualiza Naranjo, "para extraerla sin romperla". Un ejemplo de esto es visible en la bautizada como Montaña de los Quesos, entre la carretera de Los Cuchillos y la Era del Cardón, que se lleva el nombre por la forma de las muelas talladas allí por los indígenas que quedaron sin sacar.

En el proceso de adaptación de los antiguos canarios a lo que ofrecía su territorio, llegaron a aprovechar las diferentes granulometrías de la toba volcánica para buscar las formas y texturas más idóneas para mejorar la calidad del grano.

Luego, con el descubrimiento del continente americano se complementan esos antiguos cereales con el millo, que tendrá que ser molido por los nuevos colonos con otro tipo de piedras y a otros niveles de producción, que requieren un continuo mantenimiento de esos materiales al punto que se tiene que recurrir a verdaderos especialistas, a canteros con virtuosismo de pianistas, para afinar las piedras, que ya no son de mano sino de cientos de kilo de peso, y que se elevan y viran con unas cinchas para poder piquetearlas con regularidad. Y es que la naturaleza del gofio tiene mucho que ver con lo fino que quede el conjunto, algo especialmente importante para..., la dentadura de sus consumidores.

Con la fricción de dos teniques no solo se desmigaja el grano, también las propias tosca generando una descomposición del material sedimentario que entra a formar parte de la 'dieta', creando un serio problema de dentición cuando no la voladura de una pieza, que afectó desde a los antiguos canarios a nuestros abuelos.

Entre los primeros, según señala el arqueólogo, los restos hallados en los distintos yacimientos de Canarias presentan una compleja abrasión de los dientes por este motivo, pero que tampoco es algo exclusivo de Canarias. "Estudios recientes en Pompeya destacan lo mismo", asegura.

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