A las 12.38 minutos de la tarde el equipo de mantenimiento de carreteras compuesto por Antonio Rodríguez Navarro, Pedro Rodríguez y Antonio Segura desalmaban con un tajo de rotaflex y un toletazo de mandurria la señal de tráfico de prohibido el paso que mantenía a los aldeanos fuera del mundo a través del norte.

Fue un momento celebrado a ritmo de charanga a pie de piche con el ancestral tema endógeno Soy aldeano, y también de sangre: Antonio Rodríguez se llevaba en la operación "un cacho uña", según el parte médico ofrecido por él mismo a este periódico mientras mostraba la avería.

Pero no hubo dolor. Pocas veces en la historia de una cuadrilla de mantenimiento se gritan vivas mientras se desastra una señal de tráfico. El puente de La Aldea, donde todo acaba y todo empieza en el ir y venir del municipio era ayer después de la inauguración del mayor túnel de Canarias una plaza pública, en la que el personal peatón era saludado a golpe de pita por los coches, algunos con sopladeras guindadas de retrovisores.

El terregal anexo convertido en aparcamiento, el restaurante El Puente con mayor trasiego de costumbre, y la charanga. "Es que va a venir el alcalde", explica un señor casi de la misma edad que la de José Isbert cuando interpretó a don Pablo, el alcalde de Villar del Río, el pueblo que esperó a unos americanos que nunca llegaron en Bienvenido, Mister Marshall.

Porque al igual que allí, el alcalde Tomás Pérez no apareció. Pero es que tampoco estaba previsto. Fue un run run de combustión espontánea que se corrió por el pueblo y que por efecto contagio fue acrecentado el censo. Allí estaba Pedro Afonso, de 41 años, de La Aldea y con trabajo en Telde y que en los últimos cinco meses de cierre por el norte emplea -entre que va y que viene- tres horas de su vida diaria. Con el túnel cree que "ganamos en tiempo y salud", si bien va a proceder hacer una cata cronometrada a ver cuánto más de tiempo y de salud gana a partir de ahora. En este segundo apartado seguro que algo, que no en balde una ambulancia con luces de emergencia fue el primer vehículo en salir pitando rumbo Agaete.

La carretera del norte, ahora, tendrá menos jaqueca y un 20 por ciento menos de mareo. Lo cuenta Cristo Rodríguez, de 43 años, viajero de fin de semana al norte a cuenta de un hijo que juega en alevines. Va a Gáldar, Guía, Barrial. Los chiquillos van por el sur los viernes recién almorzados a dar la vuelta a la isla a chutar balones. "El que no vomita llega con tonturas, con lo que jugar es imposible", sentencia mientras señala dos chinas marcadas en el parabrisas y la carrocería de su Toyota. "Me cayeron por la noche y del susto casi me risco".

Poco más allá Adonay del Toro, director, y Augusto Valencia, tesorero de la charanga ordenan un nuevo tema. Momento que aprovecha el trompeta y profesor de la escuela municipal Marcelino Vega Martín para dar "una exclusiva: el lunes la vuelven a cerrar".

Aludiendo así a los continuos desprendimientos que sufre el tramo aún sin construir, el que queda desde El Risco a Agaete, una mitad de obra que hizo de ayer en La Aldea una parranda incompleta.

Lo resumía Sonia Almeida, de 44 años, que partió hace 30 de la localidad por "falta de opciones profesionales", pero de la que no se ha separado de ella cada fin de semana. Asevera que la apertura del túnel es "sensacional, sí, pero una alegría a medias" y que no parará las reivindicaciones en un pueblo "que es de lucha".

Quienes también respiraron con cierto alivio eran Carmelo Fuentes Campos y Amparo Benítez, del restaurante El Puente. En los últimos cinco meses han sufrido un peculiar guineo que les tenía hasta el moño, el de cientos de turistas que al encontrarse la carretera cerrada entraban en su restaurante a pedir rumbo para salir de La Aldea. Al principio bien, pero a medida que pasaban las semanas "eran 50 personas diarias entrando a preguntar", de modo que no podía ni terminar una ensalada. Optó por dibujar un gran mapa con explicaciones en inglés. Pero ni con esas. Ayer la pareja celebraba no tanto el túnel como el fin de su establecimiento como oficina de turismo sin retribuciones.

Arriba en el centro urbano, el mediodía era campo de trincheras. El casco está en obras, el aldeano en general en el nuevo asfalto y en la iglesia una solitaria sor Maribel limpiaba a fondo los bancos del templo. Sor Maribel pensaba en el mejor confort de los enfermos que penan más por el viaje de curvas que por sus propias patologías. Y Estefanía Espino, que apareció por la plaza con sus dos mellizos, anunciaba que este fin de semana, en vez de playa se va de gira a El Risco a tomar café y estrenar el túnel.

Abajo en La Playa, Tony Ramírez, del restaurante Luis, confesaba que ha hecho acopio de materia para el sábado y el domingo. Espera acrecentar la clientela a la que ofrecerá un pescado, "tan, tan fresco, que muere aquí en la vitrina".