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De BIC en BIC Heredad de Aguas de Arucas y Firgas (12)

Los arquitectos del agua

La Heredad de Arucas y Firgas fue durante siglos un inagotable manantial de recursos económicos. Con su red de acequias y depósitos se sufragaron decenas de obras públicas

Sede de la Heredad de Arucas y Firgas, ubicada en el primero de los dos municipios.

Con la Gran Canaria aún caliente de batallas de Conquista, los europeos ponen manos a la obra talando la laurisilva y la madreselva para salpicar de caña de azúcar el nuevo territorio.

A finales del siglo XV, con el dominio de Pedro de Vera y la incorporación de la isla a la Corona castellana, se emite la Real Cédula del 3 de enero de 1508 en la que se recoge la institución de las heredades, que se deben regir por juntas y bajo la supervisión de la Real Audiencia.

Para poner en marcha el nuevo invento, que nació salpicado de follones y protestas para el malvivir de Juana la Loca, -que primero envió a un emisario para poner orden sin lograrlo-, en 1531 coge ferry desde la península el licenciado Francisco Ruiz de Melgarejo, visitador general de la Corona, al que se debe tanto el ordenamiento de las heredades como la imposición de los llamados alcaldes de aguas, que serían luego protagonistas de siglos de conflictos abiertos y también de los silenciosos.

En un mundo por hacer en el que por no existir no existían ni los ayuntamientos, la heredad se torna autoridad en forma de agua.

Los cultivos del oro blanco requieren caudales a mansalva, por extensión y por biología, lo que suponen grandes obras de infraestructura, algunas asombrosas como el túnel de la Mina que desvía las aguas de Tejeda hacia San Mateo y el Guiniguada. O la red capilar de acequias con tramos colgados del mismo aire que se tejen en la abrupta orografía de los barrancos del norte insular.

Desde el minuto uno la Heredad de Arucas y Firgas, que aúna los principales personajes que participaron en la lucha de ocupación, comienza la construcción de la red de conducciones. El ballestero burgalés Tomás Rodríguez de Palenzuela va talando el bosque de Doramas con la misma fuga que construye ingenios por el Lomo de San Pedro arriba, camino de Firgas, una villa en la que levanta la ermita de Juan Ortega, justo al lado de otro de los trapiches movidos por fuerza hidráulica.

Aquello era una mina monetaria. Con la boyante riqueza va empatando conducciones, creando la primera acequia de principio a fin en 1529, la que conectaría los caudales del barranco de Las Madres hasta Firgas, para luego llegarla a Arucas. Esas construcciones eran de puro barro, lo que provoca el llamado quiebro de acequias, unas quebradas por la propia naturaleza de la sustancia, y las más por la permanente conflictividad por las aguas cautivas.

Este tira y afloja obliga a la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas a ponerse en contacto con los afamados labrantes del lugar que, a partir del siglo XVII, comienzan a construirlas con la mampostería que lucen en la actualidad, formadas con las denominadas 'piedras de medida' que según la Heredad, son únicas en el mundo. David Naranjo Ortega, arqueólogo y guía del Servicio de Difusión de Patrimonio del Cabildo, las califica de "obras salomónicas, o las venas que llevan el agua por el cuerpo de la isla", salvando barrancos, lomas y quiebros con acueductos, cuando no por túneles.

El conjunto, que se completa con los depósitos que primero son albercones y estanques y luego presas es una engrasada máquina de hacer caja, con una Gran Canaria que rezuma culantrillo por sus esquinas, y cuya agua se mete en el sistema por pura gravedad, la energía más barata que existe para mover hectómetros cúbicos.

De hecho, los pozos y galerías que ya requieren de formas de extracción que implican gasto apenas tienen menos de un siglo de vida. Pero de todas formas aquel aprovechamiento no era exclusivo de los herederos de los grandes señores de la Conquista. Naranjo Ortega asegura que esta instituciones arrastran "muchas veces una visión sesgada y clasista sobre su rol como ostentadores del poder y la riqueza, así como el dominio sobre sus habitantes, pero también hay que pensar que jugaron un papel, no solo en la isla de Gran Canaria sino en el resto del Archipiélago, de motor económico, social y dinamizador de la tierra", además de colocar los primeros pilares de la infraestructura insular.

De la tesorería de la Heredad de Arucas y Firgas salieron fondos para participar en la construcción de carreteras, casas, colegios y asilos para ancianos, en una lista interminable que incluye casas consistoriales, plazas, parques, teatros o cementerios.

Fueron los grandes inversores de los puentes que surcarían el norte isleño, de las obras del Puerto de la Luz, de la catedral de Santa Ana, de la Casa Palacio del Cabildo, o del 70 por ciento de la iglesia de San Juan Bautista de Arucas, sin olvidar su apoyo financiero a la disputa política que culmina con la división provincial.

Por pagar pagaron hasta 5.000 pesetas para comprar el primer avión, -un Breguet XIV de la I Guerra Mundial-, que llevaría el nombre de Gran Canaria por los cielos, una aportación de sustancia si se tiene en cuenta que el aparato costó 21.000 pesetas y que en enero de 1924, junto con el aterrizaje en los terregales de Gando de otros dos bautizados Tenerife y Archipiélago Canario, fueron el germen de la aviación en las islas.

La Casa de los Repartos

Pero mucho antes, durante siglos, representaban el papel de los inexistentes ayuntamientos, poniendo orden y también sus lógicas dosis de desconcierto hasta que se constituyen las corporaciones locales hace 200 años.

En el caso concreto de la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas, sus reuniones se realizaban en salas de fortuna así como en un edificio enfrente al actual hasta que en 1912 se terminan las obras iniciadas en el año 1909 del impresionante edificio dibujado por el arquitecto Fernando Navarro, y que recibe el nombre de Casa de Los Repartos.

El inmueble fue incoado Bien de Interés Cultural en 2015, en la categoría de Monumento, a los que suman desde hace apenas una semana otra declaración BIC a las dos presas de Pinto, ubicadas en el barranco del mismo nombre que se encuentra en el barrio aruquense de La Goleta. Fueron las primeras construidas en el Archipiélago, la Pinto I o Pinto de Abajo, y la 2 o Pinto de Arriba, ambas levantadas a pulso con mampostería entre 1899 y 1906.

Las filigranas se complementan con una red de acequias principales de 33 kilómetros, a las que se añaden los capilares, de distancia incalculable, o la Cantonera Real que se encuentra enfrente de la sede de Arucas, y desde la que se distribuían a los cuatro puntos cardinales los caudales hacia las fincas de sus propietarios, una cantonera que es la segunda, ya que la primera fue expropiada para hacer el cruce de la carretera de Arucas a Bañaderos, y que desde cientos de años, además de proporcionar el agua de riego, también fue el canal de abasto de la población, del que la Heredad fue la primera entidad en garantizarlo. Y con una serie de lavaderos incluidos, lo que añade otro elemento cultural más a su caterva de legados.

En la segunda mitad de siglo XX la historia de la Heredad fue languideciendo con la cultura del agua en pleno retroceso, paralelo al desarrollo del sector servicios inherentes al turismo, y el paulatino abandono de las grandes extensiones del cultivo de exportación en el norte. Además ahora las vías y grandes infraestructuras públicas se financian a través de convenios con fondos europeos gestionados por las instituciones públicas, al igual que el resto de las políticas sociales y su papel como promotor de esas políticas decae. Su protagonismo se desvanece, pero no por mucho tiempo.

A finales del siglo pasado, y con una gestión revitalizada, la Heredad recupera visibilidad, restaurando el edificio, abriéndolo de nuevo a toda serie de actos sociales y participando en programas de mayor alcance, como el Life-Rabiche, para lo que cede parte de sus propiedades en plena laurisilva para recuperar la paloma endémica de Gran Canaria, o también digitalizando su abrumador archivo que es un pozo sin fondo de historia isleña.

Por todo ese legado, el último hito que se apunta en el acervo de la institución fue la entrega el pasado 19 de marzo del galardón Roque Nublo que le otorgó el Cabildo por mojarse durante cinco siglos en la historia de Gran Canaria.

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