Si el cambio climático existe ayer quedó demostrado en la cumbre de Gran Canaria, donde desde hace unas cuantas eras nadie recordaba una Semana Santa a 1.700 metros de altitud a más de 17 grados al mediodía, con cielo despejado y sin bruma, neblina o garuja que por cada jueves de cherne de sancocho llegaba sí o sí, a secuestrar a los campistas en el interior de sus caravanas.

Ayer el Corral de los Juncos, con sus 80 caravanas de aforo máximo estacionadas y su vecindario flotante de medio millar de personas era un bucólico pueblo donde el único runrún lo ponía el timple de Félix Gómez, que como un resorte y acompañado de guitarra y una parranda compuesta por Pino Esther Zurita Delgado, Gonzalo Fleitas, Chano Hernández, Juan Rodríguez Tadeo y Olga Hernández tiró de cancionero para recibir a la visita aportando letra a la música de la tierra: " Ay torongo, torongo, lo que mi madre me hizo eso me pongo, una camisa que me queda chica, por la que asoma un ombligo redondo".

Una especie de polka a la fideuá, si se atiene al ritmo de espumadera que le pone Olga mientras lanza un "alza canario" y remueve el comistraje al calor de la bombona de gas. El grupo ha formado un distrito propio dentro de Corral de los Juncos, una suerte de patio interior perimetrado por tres potentes caravanas, sombra entoldada, mesa corrida para más de una decena de comensales, piso en verde encerado y pasillos naturales de acceso.

Un tinglado que antes de acabar la polka, folía o isa comienza a recibir a decenas de parientes. Los primeros llevan desde principios de semana y ayer, día feriado, disponían de todo preparado recibir a la parentela con el timple afinado.

El Corral de Los Juncos, que se encuentra a pocos kilómetros de Llano de la Pez es la joya de la corona de los recintos de los que dispone el Cabildo de Gran Canaria para el disfrute de los caravanistas. Dos agentes de Medio Ambiente de la corporación insular actúan de mantenimiento de la zona, y para lo que haga falta. Un caso práctico para entender la mecánica que rige en un lugar como éste, tenía lugar cuando el firguense Roque Marrero enjuagaba de tierra roja de Firgas las papas acompañado de Eugenia Santana en el chorro central del complejo, que es cuando para la ranchera oficial y sale una cabeza por la ventana interesándose por la intensidad del caudal.

¿Sale el agua con fuerza? Sí maestro, en un servicio cinco estrellas. El personal residente aparenta privado por la atención. Lo dice también Antonio Molina, de San Fernando de Maspalomas, mientras lava la loza del desayuno, y a pesar de que ha tenido que esperar hasta el mediodía para enjuagar los cacharros en ese único y codiciado chorro de agua cumbrera.

A todas estas siguen entrando caravanas. Ahí entra una que al criterio de los entendidos es una virguería en la materia. Una Pilote Explorateur FJ 733, es decir, ducha independiente, pata de soportes de antenas, paneles solares, terraza acristalada y sistema dolby sorround para más polkas a todo decibelio, aunque se debe subrayar que allí todo es silencio.

Nada de pelotas volando, chuletas salpicando, o reggaeton mix incordiando. Será el Corral de los Juncos, sí, pero no revueltos, con lo que se logra incluso hasta un adecuado ambiente para entregarse al estudio. En eso está Daniel Ávila, de 16 años y natural de Telde entregado a la asignatura de Economía. Estuvo ya por la mañana dándole al fútbol, a caminar, y ahora se encuentra en las consecuencias de la excesiva impresión de papel moneda, una práctica poco recomendable para "contener la inflación". Enfrente tiene a Adrián Godoy, más afanado en la geografía europea. Pero hay que dejarlos e irse con Jorge Álvarez, de la vill de Agüimes , para que no se desconcentren.

Álvarez tampoco se lo está pasando flojo. Tiene dos pequeños que han hecho una caseta más allá, se diría que casi un completo bungaló, y está en la gloria con su pareja Julia que no para de correr para un sitio y para otro.

Pero literalmente. Desde Corral de Los Juncos en el par de días que llevan se ha hecho millas al trote y al galope. Ya ha ido dos veces al Roque Nublo y también al Pico de las Nieves, a la Culata de Tejeda, a la Degollada de La Cumbre y ahora, desde que le de el almuerzo a los enanos, tira para el pueblo de Tunte por el Paso de la Plata, y regreso. "Es que me estoy entrenando".

Muchos más relajados está la enorme "familia de María y José", como la titula María Padilla, que junto con su esposo José González comandan otra versión de un Jueves Santo, la del día de picnic a mantel en el llanillo de entrepinos del vecino Garañón.

Una comitiva compuesta por los seis hijos: Jonathan, David, Dámaris, Raquel, Míriam y Abel y quince nietos, "y una sola nieta". José apunta la filosofía del día y de la vida, sin disimular que se encontraba en fase diez de felicidad: "menos bombas y más cariño", sentenció a la una y media de la tarde. El mensaje solo quedó por la cumbre. Poco después Trump soltaba en Afganistán una GBU-43, o la madre de todas las bombas. Con el señor González jamás hubiera pasado.