Juan Alonso Miranda comenzó a trabajar a los 12 años cuidando la finca y las vacas de Agustín Artiles, el conocido hostelero dueño de Las Grutas de Artiles, ya fallecido. El pasado fin de semana murió a los 63 años el dueño de los conocidos restaurantes Mallow tras no poder superar un cáncer convertido en metástasis. Su multitudinario funeral del pasado martes demostró el cariño y el afecto que los satauteños le tenían.

"El sacerdote me comentaba que hacía muchísimos años que no veía un entierro con tanta gente, como cuando murieron Carmelo Vega o Gonzalo Medina. Tuvimos que contratar dos coches fúnebres porque no cabían en uno todas las coronas de flores. Eso nos ha dado fuerzas para llevar este palo. Estamos hasta agobiados por tanta gente que nos viene a dar el pésame", señalaba ayer su nuera, Estíbaliz Reyes.

Era un hombre sencillo, humilde, campechano y trabajador. Su vida era el trabajo y el servicio a los demás, tanto que tan solo se permitió una afición importante: los caballos. Era un hombre enamorado de sus caballos, con los que tenía una cuadra denominada también Mallow. ¿Por qué este nombre?Porque es un pueblo de Irlanda que se dedica al mundo de los caballos, y como a él le encantaban estos equinos, le puso ese nombre.

Procedía de una familia muy humilde. Los padres de Juan 'Mallow', como se le conocía cariñosamente en el pueblo, trabajaban en los tomateros del Sur y vivían en una pequeña cueva en Pino Santo, Santa Brígida. Su vocación por la hostelería surge por la relación con Agustín Artiles, uno de los grandes del sector en aquella época.

Cuando a Artiles le hizo falta un ayudante de pinche lo puso a fregar loza. Empezó de freganchín, ascendió a camarero y posteriormente lo nombró jefe de barra. Cuando se dio cuenta de que valía para la hostelería y además le gustaba, lo destinó al restaurante del aeropuerto de Lanzarote, del que tenía la concesión administrativa.

En Lanzarote vivió una época con su mujer y allí nació su primogénito, Sergio. Luego vendrían Oliver y Aridane. Cuando su primer hijo cumplió ocho meses la familia regresó a Gran Canaria porque su esposa no se adaptó a vivir lejos de la familia.

Cuando regresó a su isla decidió emprender. Primero cogió un bar en Pedro Hidalgo y posteriormente montó bares en San Mateo, en Las Palmas de Gran Canaria, en la calle Rafael Cabrera, el Alcorac. En San Mateo fundó el bar y la discoteca Mallow con otros socios, pero al final se separó, dejó la discoteca y se quedó solo con el bar, donde trabajaba su hermano Domingo. Finalmente, se lo cedió a él y Juan se quedó con los negocios de Santa Brígida.

El Mallow de Santa Brígida se fundó en 1982, por lo que lleva 35 años consecutivos en la Villa. "Es el alma del pueblo. Cuando cierra el Mallow parece que está cerrada Santa Brígida. Parece un pueblo muerto". Y eso solo ha ocurrido en algún duelo porque el bar está abierto todo el año, desde la seis de la mañana a las dos de la madrugada ininterrumpidamente. El 24 de diciembre, día de Nochebuena, es el único día que cierra en todo el año.

El bar está en la calle peatonal Tenderete, en el mismo casco del pueblo. Está muy bien ubicado, a pocos metros del Ayuntamiento, de la parada de taxis, de una galería comercial y de varios supermercados. Por allí pasa el todo Santa Brígida. "Se puede decir que es el mentidero político y social del pueblo. Allí va la gente para ver y para que la vean", señala su cronista oficial, Pedro Socorro.

Era un trabajador nato. No podía dejar de trabajar y desde que le daban la oportunidad de emprender se arriesgaba siempre. Era un hombre que cuando emprendía no le importaba sacrificar lo que ya tenía. "Siempre me decía: Estíbaliz, no esté parada, siempre hay que avanzar. Yo le decía que con la crisis que había no era el momento de crecer".

Cuando montó el bufé en San Mateo fue en plena crisis económica, pero él no temía nada, decía que en la vida siempre había que avanzar. Él arriesgaba y emprendía continuamente. "En cada momento nos aparecía con un negocio nuevo". Amplió el Mallow alquilando el Günter, el restaurante que lindaba con el suyo, por lo que casi todas las mesas de terraza que había en la calle Tenderete eran suyas.

Tenía toda la vida por delante. Fue operado de un riñón y se lo extirparon en 2005. En principio el riñón sano le funcionó bien pero finalmente tuvo un tumor, un cáncer que se convirtió en metástasis. En estos últimos doce años se le propagó un cáncer que desconocía hasta que hace seis meses fue al médico por una neumonía y descubrieron que el cáncer deñ riñón se le había extendido al pulmón y se le declaró una metástasis.

El año de la operación, 2005, cogió un bufé en San Mateo y el restaurante La Bodeguita, además de otro local en Valsequillo. El año de la crisis se vieron con unos 50 empleados. "No podía estar sin trabajar y sin crear empleos en la hostelería, que era lo que conocía", comenta Estíbaliz.

Al final se quedó con los bares Mallow, el antiguo Günter, Tenderete y Sataute. Era una persona muy inquieta que siempre quería más. "Mi marido es como su padre: ama su trabajo y no soporta estar fuera de ahí. Son iguales los dos, muy bondadosos, físicamente se parecen mucho, son como dos gotas de agua".

A pesar de su enfermedad, siempre estaba dispuesto a echar una mano, aunque sus hijos mayores Sergio y Oliver y su nuera Estíbaliz ya se encargaban bien del negocio. El benjamín, Aridane, es jinete y siguió la afición lúdica de su padre con los caballos. Era el encargado de la cuadra Mallow, aunque ahora ya se está incorporando al negocio hostelero con el resto de la familia.

"Me quedo con muchos recuerdos, me contaba muchas batallas y anécdotas. Nunca tenía un no para nadie, nunca negaba nada. Tenía un espíritu positivo y siempre veía cómo se podían hacer las cosas". En las fiestas de San Antonio en Santa Brígida siempre trataba de colaborar con todos y con todo. Compraba equipaje para equipos de fútbol, daba los caramelos de la cabalgata de reyes, ofrecía el chocolate con churros a los niños en las fiestas y siempre ponía a disposición su cuadra para las famosas carreras de caballos. Sin él esas pegas eran impensables.

Tuvo ofertas para entrar en la política de mano de más de un partido, pero él siempre se mantuvo al margen. Eso siempre lo tuvo muy claro. Decía que el negocio no se podía mezclar con la política porque al final ni política ni negocios.