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Ingenio rinde homenaje al trabajo en el campo de Dolores Ramírez

La agricultora, muy vinculada también con el fútbol base de Carrizal, lleva 40 años al mando de una finca en Los Aromeros

Ingenio rinde homenaje al trabajo en el campo de Dolores Ramírez

Dolores Ramírez no podrá olvidar el día que vivió ayer. Tras toda una vida trabajando el campo de sol a sol, el Ayuntamiento decidió reconocer su labor con un homenaje en coincidencia con las fiestas de San Isidro Labrador. Fue tras la misa y antes del tradicional pase de animales cuando Loli, como todos la conocen en su querido Carrizal, recibió el cariño de un pueblo al que ha entregado también su tiempo libre a través del fútbol base. "Estoy como un niño pequeño cuando le regalan una bicicleta, ni por asomo me iba a pensar que se me iba a hacer este reconocimiento", aseguraba poco antes del acto.

Como para tantos otros, la vida no ha sido fácil para Dolores, pero eso no le ha hecho arredrarse. De bien pequeña corría por las calles del barrio de La Banda, justo al otro lado del límite municipal con Agüimes, pero un temporal hizo que la vida de aquella niña cambiara por completo. Su padre, Francisco Ramírez, tenía unos cultivos en la zona baja del barrio, pero "un temporal de viento arrasó con los invernaderos" y la necesidad de buscar un sustento para su familia -el matrimonio formado por Francisco y Dolores Hernández tenía cinco hijas- les llevó a recoger todas sus pertenencias y hacer las maletas buscando un destino mejor en otro lugar. Primero se marchó el padre y después lo hizo la familia completa.

Infancia sahariana

El lugar elegido para emigrar fue el mismo que el de muchos canarios que en la década de 1960 vieron en el crecimiento económico que entonces experimentaba la vecina costa sahariana una solución para la escasez que se vivía en un Archipiélago que aún comenzaba a descubrir el turismo. El Sáhara todavía era por aquel entonces una provincia española y El Aaiún recibía a todos los empleados de la empresa pública Fosbucraa, dedicada a la minería de fosfatos en la zona. El padre de Dolores era uno de ellos: "Era sargento del cuerpo militar que crearon para la vigilancia de la empresa", recuerda. La infancia de aquella niña que tuvo que abandonar sus raíces con menos de 10 años fueron en realidad dos: asegura que la que vivió en el África continental fue "muy cortita", aunque lo pasó bien, pero disfrutó más al regreso: "Volvimos a Gran Canaria en 1976 y aquí volví a encontrarme con toda mi familia y mis primos, por lo que fue como una segunda infancia".

El retorno a la Isla permitió a los Ramírez Hernández empezar una nueva vida con ciertas garantías de estabilidad al otro lado del barranco de Guayadeque, en Carrizal. Con el trabajo en el Sáhara habían logrado ahorrar algo de dinero y con él pudieron comprar una nueva finca en el barranco de los Aromeros, la misma que ella ha seguido labrando durante más de 40 años, incluso después del fallecimiento del patriarca en el año 2000. "Al principio eran dos invernaderos pequeñitos y acabamos quedándonos con la totalidad de la finca, en la que había varios propietarios", explica.

Dolores no necesita escuchar el gallo para levantarse: cada día a eso de las seis y media de la mañana ya está en pie. Tras organizar la casa parte camino de la finca, donde suele llegar a las ocho. A ojos de un lego el trabajo puede parecer rutinario, pero en realidad cada día es un poco distinto, porque como ella misma comenta, "si hay que quitar alguna hierba, se quita; si hay que plantar, se planta". Lo que no deja de ser es duro, por lo que a estas alturas, cuando se acerca a los 60 años, ha decidido aflojar el ritmo: "Ya no es como antes, ahora le dedico cinco o seis horitas y por la tarde, a descansar".

Dolores ve un gran sentimiento de solidaridad entre los agricultores. "Es la profesión que más unidos hemos estado toda la vida", asegura, y pone ejemplos: "Cuando empezamos en la finca con mi padre, nuestros vecinos, los hermanos Valerón López, plantaban una clase de hortalizas y nosotros otra, para no coincidir". De este modo todos los productos podían tener salida al mercado y si necesitaban algo que había cultivado el otro siempre podían trocarlo por algo de lo que hubieran recolectado ellos, para que en ninguna casa faltara variedad.

En los últimos años ha decidido vender sus productos a un supermercado de Carrizal. "Es una bendición, alguien que valora el cultivo y tu trabajo y que además cuando le entregas la mercancía te pone el dinero en la mano: eso es una lotería para cualquier agricultor". Antes de decantarse por esta opción vendía a los intermediarios,, aunque cuando recibía un precio bajo lo tenía claro: "Lo donaba a entidades como residencias o colectivos necesitados, porque me hace sentir más tranquila por el servicio a las personas".

Ahora reclama que los agricultores puedan jubilarse a los 60 años, porque a pesar de la mecanización las labores agrarias siguen resultando duras. Ella ya tiene un plan buscado para cuando ese día llegue: "Voy a vivir una vida de padre y muy señor mío".

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