Mis bisabuelos paternos y su familia eran pastores trashumantes que salían de la cumbre por épocas en busca de pastos y comida para el ganado.

Por la segunda década del siglo pasado mis bisabuelos estuvieron por Los Corralillos, por Tirajana, por el barranco del Polvo en la zona baja de Sardina. Siempre buscando el mejor alimento para el ganado, pero siempre regresaban a su lugar de residencia. Fue por el mes de mayo del año 1927 cuando decidieron mis bisabuelos, Manuel Guedes López y María Rodríguez Martel, salir de la cumbre (Cueva Blanca en Cazadores) con el zurrón cargado de ilusión y esperanza, el garrote bien firme, el ganado haciendo sonar las cencerras, unas gallinitas, la cochina y su lechón, el perro Tigre, una burra cargada con los atarecos, las lecheras, los baldes, la quesera, la empleita, los trastos y con los chiquillos que tenían hasta el momento: mi tía Antonia, mi tía María, mi abuelo Manuel, mi tío Juan, mi tía Juana, mi tío Antonio y mi tío Pepe con apenas tres meses y unos días.

Dejaron atrás su familia, su hogar, en busca de un lugar donde no le faltaran el pasto y la comida a su ganado, sustento único de la familia.

Llegaron a un lugar que ya conocían por ser pastor trashumante y pasar épocas con el ganado, y que ya habitaba Antonio Guedes López, hermano mayor de mi bisabuelo, que había bajado con el ganado vacío unos meses antes. Su familia, sus hijos Antonio y Pino (de su matrimonio con Pino Suárez, ya que enviudó joven) y su posterior mujer Antonia Guedes López y sus hijos Antonia, Julia y Juana (recién nacida), bajaron para quedarse meses más tarde.

Eligieron un lugar donde el viento azotaba en cualquier dirección, las cuevas llenas de pulgas, chinches y garrapatas. Fue ese lugar en el que se asentaron, adecuaron y, poco a poco, fueron aumentando la familia. Nacieron esos niños o chiquillos, como yo les llamo con cariño, que son mis tíos abuelos -siempre les llamo tíos porque el roce hace el cariño- y mi abuelo; también tía Cristina, tía Lucía, tía Teresa y tía Carmela, y por parte del hermano Antonio nació María entre este lugar y las más cercanas trashumancias que hacían.

Mientras los varones cuidaban el ganado, ordeñaban o trasquilaban las mujeres colaban la leche, apretaban el queso, sacaban suero, hacían las tareas de la casa en la época, los más niños soplaban los cuajos con una caña y los amarraban con tiras de plataneras, hacían los recados. De esta forma tan sacrificada, muy sencilla, humilde y con buen hacer, fueron ahorrando unas perritas, y dando lugar a los que de paso se les hacían, comprar queso, leche, suero, lana, baifos, y solidarizarse con los más desfavorecidos que se acercaban y nunca les faltara una taza de leche que beber, matar el hambre, cobijarse del frío y seguir el camino. Mi abuelo siempre decía: "Nunca nos faltó de comer, teníamos leche, queso, suero, beletén cuando parían las cabras, algún baifo para comer, y de lo que teníamos cambiábamos por fruta, legumbres y lo que hiciera falta". Pues así, y de esta forma tan honrada, sacrificada y humilde fue como fueron dando nombre al lugar, "vamos a Casa de los Pastores a comprar queso", "vengo de casa de los pastores", "voy a casa de los pastores a buscar suero, a comprar baifos..." Compraron cada familia su solar, uno al lado del otro, y fabricaron sus casas de idénticas características al lado de la familia los Pérez. En estas viviendas siguieron naciendo por parte de mis bisabuelos mi tío Francisco y mi tía Saro; y por parte de su hermano Antonio, Manuel, Juan y Angelita. Los chiquillos se criaron juntos, entran y salen de una a otra casa como si de una sola se tratara. En estas casas paraba el correo y dejaba las cartas de los que habitaban. Crearon la parada de los pastores, seguían vendiendo leche, queso, suero, lana y mucha gente tocaba en la puerta y sin importar la hora, ni quién, ni de dónde, se brindaba siempre con una taza de leche para que siguieran su camino o cobijo para pasar la noche. De esta forma tan sencilla, humilde y solidaria le dieron nombre a mi pueblo.

Mi abuelo, el mayor de los varones, contaba historias y hazañas del juego del palo que vivió con sus antepasados. Lo llamaron a la guerra con apenas 17 años, contaban que todavía era un chiquillo y no tenía cuerpo de hombre. Tuvo la oportunidad de regresar contando historias escalofriantes y "hecho un hombre", como decían los que lo vieron ir y volver. Su primo Antonio, contemporáneo con mi abuelo, también fue llamado a la guerra y también tuvo la oportunidad de regresar. Contaban que el día que ambos volvieron, cada uno con un cuadro de Nuestra Señora de África, fue una jornada de fiesta para la familia, dejaron todos de hacer sus quehaceres para el reencuentro tan emotivo e inolvidable.

Tío Juan, atleta de elite y de reconocido prestigio en el destacamento; tío Antonio, que en el Ejército por el año 1948 fue Primero Nacional en Lanzamiento de Barra y no pudo continuar a los Juegos Olímpicos por pertenecer a una familia humilde que apenas sabía leer y escribir. Mariquita Guedes cuenta que en una de las visitas acompañada por su prima Carmela (mi tía) a la cumbre a ver a sus familiares caminando y con un burro, la idea era ir turnándose un rato una y otro rato otra, montadas al burro, pero ella le tenía miedo y fue siempre subida Tía Carmela... al regreso deseaban asomarse a la loma de enfrente para ver de lejos las únicas casas "albías" y blanquitas de lo que hoy en día es Casa Pastores. Tía Antonia siempre con los bolsillos del delantal llenos de caramelos de nata... Con estas historias tan enriquecedoras y muchas más, siempre digo: mi pueblo, mi familia.

Y muchas gracias a ellos: estén donde estén, que nunca bajen los cachorros, ni tiren los garrotes, y a ellas que nunca dejen de apretar queso y sacar suero. Que estén orgullosos, porque de forma muy sacrificada y honrada dieron nombre a mi pueblo y crearon una familia llamada Casa Pastores. ¡Feliz 90 aniversario, Casa Pastores!