Como "las ovejas son de cumbre y las cabras siempre tiran para la costa", según desveló con palo de pastor en mano José Rodríguez, el valle de Mogán abrió ayer su ofrenda de San Antonio El Chico con más de medio centenar de cabezas caprinas. El ganado de Oliver Díaz, con tres machos revoltosos, marcó la senda de un jolgorio rico en pescado, aguacates y amantes de las tradiciones. Los vecinos de El Hornillo, El Palmito y El Cercado reavivaron este año el espíritu y la cachimba de Pedro Quesada con una carreta decorada en su honor.

Hace más de tres décadas a los hermanos Rodríguez (Nicolás y José) se les ocurrió abrir la romería de San Antonio con un ganado de cabras, que pastaba por las laderas del valle y descansaba en los corrales de Molino de Viento. Decenas de cabezas caprinas, encarriladas por Nicolás, se entregaban carretera abajo hasta la plaza Sarmiento y Coto, donde les esperaba el santo patrón del municipio turístico. Con los años la iniciativa se convirtió en todo un ritual. A día de hoy nadie da un paso en la romería de Mogán antes de escuchar el sonido de los cencerros por el valle. Tras la muerte de Nicolás y la desaparición de los animales en los terrenos aledaños al casco, esta tradición aún impera en la ofrenda.

Primero con un ganado de Tasarte y luego con los ejemplares de Oliver Díaz, pastor de El Hoyo (La Aldea), la ofrenda toma rumbo con la bendición de veteranos y jóvenes ganaderos.

Tras el rastro del pastor y su sombra de cuatro patas, de nombre Negro, los vecinos de Los Navarros, Lomo Quiebre, Barranquillo Andrés y Soria se encomendaron a la cuerda de parranderos y voces de romeros.

Playa de Mogán con un "petromar" por bandera cogió impulso. Los marineros, capitaneados en esta ocasión por José Alonso y Rafael Abrante, emprendieron el viaje con 60 kilos de bonito, 20 de caballa, 10 de salema y, por si fuera poco, un escolá que pesaba 15 kilos de cola a cabeza. Además, la barca rebozaba lapas, choco y cangrejos. Los pescadores de la cofradía sorprendieron a los visitantes con un paella de marisco en boca al final del recorrido.

Para rebañar el plato de tremendo manjar, los vecinos de La Humbrilla guardaban en lo alto de su carroza una panadera que hacía gala de las delicias a leña que tiempos pasados horneaba la familia de Mina Hernández. Ataviadas de pie a cabeza con ropa tradicional, Tina y Josefa Jiménez repartían mantecados y bizcochos a todo el que se unía a la fiesta.

Tras sus pasos corría un barranco lleno de frutas tropicales sancochadas al calor de uno de los "mejores climas del mundo". Los vecinos de Veneguera o Las Vistillas presumieron en el jolgorio de ser tierra no solo de suculentos tomates y aguacates, sino de gente que recuerda a los que ya no están con especial cariño.

Al homenaje que rindió Veneguera a doña Jacinta y Don José Marrero, con una réplica de la desgranadora de millo que la estirpe custodiaba en la finca de Posteragua y que en la actualidad "todavía funciona", se unió el recuerdo que brindaron los vecinos de El Hornillo, El Palmito y El Cercado a Pedro Quesada. Con una poesía escrita a puño y letra por la pequeña Marta Torres, el colectivo depositó a su llegada a los pies del santo la "cajita de fruta" que Quesada cada año preparaba con "anhelo y bondad" para estas fechas.

"Le pedimos a nuestro santo patrón que sigas siendo feliz en ese manto estrellado, ya que mirando al cielo no te olvidamos, amigo Pedro, el del Cercado", esbozaron en alta voz los vecinos tras alcanzar el escenario del parque urbano.

El humo de la cachimba de Quesada, ésa con la que "conquistaba a las muchachas de los supermercados", envolvió ayer la carroza de sus amigos.