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Servicios Sociales

Los pasajeros extraviados del aeropuerto grancanario

Más de un centenar de indigentes viven en las instalaciones de Aena

Petra da de comer a su perro Charlie en el aeropuerto grancanario. J.C. GUERRA

La problemática de los mendigos que viven en el aeropuerto de Gran Canaria continúa con el paso de los años. Más de diez personas viven de manera permanente en la terminal grancanaria. "Que pasen el día entero aquí son unos siete u ocho", desveló un agente de la Policía Nacional, "y dependiendo de la época del año, hay más o menos que vienen a dormir", añadió. Entre los que usan el aeropuerto como morada personal se encuentran varios indigentes grancanarios, otros tantos extranjeros y una madre e hija de nacionalidad alemana con su perro.

Rafael Ruan es originario de la capital grancanaria, pero a día de hoy tiene su campamento base en la terminal de llegadas nacionales del aeropuerto. Tiene su tinglado montado junto a las oficinas de la tripulación de Norwegian, donde duerme en un banco de cinco butacas. A menos de dos metros vive otro grancanario en otra bancada. "Hasta hace unos años malvivía en las calles de la capital", explica Ruan, que sobrevive con los enseres básicos. El porqué algunos mendigos isleños prefieren estar en el aeropuerto a las calles o los centros sociales radica en el espíritu solitario de cada uno. Ruan cuenta que se alejó de la ciudad por los vicios y la mala vida nocturna. "Aquí las noches son tranquilas, pese al bullicio de los pasajeros o las tripulaciones", explicó.

Pese a la mala imagen que muchos denuncian que dan, la situación no es exclusiva del aeropuerto canario. Casi todas las terminales-por dar un margen al error- que abren las veinticuatro horas en el mundo tienen a indigentes o viajeros perdidos durmiendo o viviendo en sus instalaciones. Ruan, como muchos mendigos de la Isla, prefieren rondar el aeropuerto por la seguridad y la caridad de los turistas. "Aquí sobrevivimos gracias a los turistas mayormente", afirmó Ruan, quien añadió que el personal que trabaja en las instalaciones de Aena nunca le dan nada. "Salvo alguna excepción puntual vivimos gracias a los turistas", desveló el hombre.

Ruan eligió venirse al aeropuerto para evitar tentaciones con las drogas o el alcohol. "Aquí no podemos adquirir ninguna de las dos", explica, "y la policía nos tiene vigilados". El hombre bromea diciendo que son los pocos que pueden dejar las maletas desatendidas en el aeropuerto y que no salten las alarmas. "Los agentes vienen a hacerte un chequeo inicial, pero luego ya nos tienen fichados y controlados a todos", aseguró Ruan, que admitió que la seguridad y la atención médica es uno de los factores por los que se vino al aeropuerto. Junto a los puestos de alquiler de coches hay una oficina que atiende las urgencias médicas de los viajeros. "Aunque inicialmente solo atienden a pasajeros, si ocurre algo urgente sé que me salvarán la vida", desveló Ruan.

Como él, muchos de los moradores acuden al supermercado en Ojos de Garza para abastecerse con las limosnas que ahorran. Ruan confiesa que intercambia tabaco con otros indigentes por alimentos o enseres. "Vivir en el aeropuerto está bien, tienes baño y techo, pero las tiendas son muy caras para nosotros", justificó Ruan.

Melani Holzmann, de 41 años, lleva viviendo en la terminal de llegadas con su madre Petra desde noviembre de 2016. Ambas son de nacionalidad alemana y llegaron a la Isla para pasar unas vacaciones y buscar trabajo. Su historia se truncó en Italia al pasar el control de seguridad. "Nos dimos cuenta de que nos robaron todo cuando llegamos a Gran Canaria", asegura Melani, que perdió su dinero, móvil y pasaporte, al igual que su madre. Las dos vivían en Milán, pero desde hace más de siete meses son las únicas mujeres que viven en el aeropuerto grancanario. Petra, de 65 años, vino cargada con tres maletas y su perro Charlie, con quien conviven en dos bancadas. Madre e hija llevan mendigando por el aeropuerto a la espera de conseguir un billete para retornar a Italia. Cuando son preguntadas porqué no piden ayuda al consulado alemán replican que ya lo han hecho y que se han negado a pagarles el pasaje de vuelta.

A primera vista Petra y Melani parecen unas pasajeras más que esperan o hacen escala en el aeropuerto grancanario. Pero la verdad esconde una realidad que las tiene atrapadas en busca de una salida. "Hemos intentado todo, pero como nos robaron los móviles no hemos tenido como contactar con nuestros amigos", explican. Las extranjeras se justifican alegando que son mayores y no tienen una vida social ni virtual muy ajetreada, con lo cual se encuentran en un callejón sin salida. "No tenemos familia a la que acudir ni amigos a los que llamar", declaró Melani.

Desde noviembre se han acostumbrado a un nuevo tren de vida al que no están acostumbradas. "Nos levantamos a las cinco de la mañana cuando comienza el jaleo de pasajeros", narra Petra, que según sus cálculos llevan más de cinco meses sin dormir ocho horas seguidas. Melani explica que se turnan para asearse en la medida de lo posible en los baños del aeropuerto antes de las ocho de la mañana. "Una siempre se queda con el perro y el equipaje", detalla la germana. Para desayunar comparten un café de la máquina con un trozo de pan. "Lo que más conseguimos en el aeropuerto son dulces", expone Petra, que pide un cigarro a todo ciudadano alemán que se pare a saludar a su perro.

Charlie, nombre del can, es también el único animal que vive en la terminal grancanaria de forma permanente. Según Melani, los agentes del puesto de la Policía Nacional les proporciona el pienso para Charlie. "Lo sacamos a pasear constantemente por el exterior", comenta Petra. Los animales no están permitidos en el aeropuerto grancanario, ya que para viajar con ellos tienen que ir dentro de su jaula. Charlie tiene la suya propia, pero tan solo la utiliza como caseta.

Las dos mujeres esperan que su odisea acabe pronto. "No perdemos la esperanza, pero siempre pensamos que el último día en el infierno iba a ser ayer", lamentó Melani, que reconoció que ambas se arman de valor para continuar sobreviviendo. "Damos las gracias porque por lo menos podemos quedarnos aquí", explica Petra, "pero cada día que pasa se hace más difícil". Melani cuenta que hace meses que se quedó sin maquillaje. "Nunca en la vida pensé que tendría que rebuscar en la basura por comida o cosméticos", desveló. Por suerte para ellas, su vecino aeroportuario, Ennio Simmonetti, las ayuda en las tareas más desagradables. "Es un italiano que está todo el día de aquí para allá rebuscando en la basura", comentó Petra.

Simmonetti es un pensionista de 73 años que lleva desde las navidades viviendo junto a las alemanas. "Llevo buscando un piso por debajo de 250 euros mucho tiempo", desvela. En lo que busca vivienda rebusca en la basura junto al control. "En el arco de seguridad es donde más comida se encuentra", detalla Simmonetti, quien también recoge el maquillaje que encuentra para dárselo a sus vecinas alemanas. "También trae juguetes para el perro de vez en cuando", añadió Melani. El pensionista aún vive en el siglo XX y dice no conocer el mundo online. "Yo pregunto a la gente por las cosas, no sé hacerlo a través de una máquina", explicó el italiano, que presume de haber estado en más de 60 países mientras muestra tres pasaportes llenos de sellos. "En muchos no habrá salido ni del aeropuerto", comentó Petra.

La delegada del Gobierno en Canarias, Mercedes Roldós, indicó que las autoridades poco tienen que hacer ante estos casos. "No es una situación nueva, ni única ni exclusiva del aeropuerto de Gran Canaria y se da, por desgracia, en varios aeropuertos internacionales", declaró Roldós. "Están en una zona de libre acceso y voluntariamente, si no hay delito poco se puede hacer", añadió.

Diego Ojeda, concejal de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Telde, explicó que al encontrarse en una instalación y no estar empadronados en su municipio poco pueden hacer. "Ya hace unos meses actuamos de manera excepcional con una noruega que estaba a punto de dar la luz", desveló Ojeda, que en ese caso los Servicios Sociales entraron en escena. Aena, por su parte, sostienen que no pueden hacer nada para acabar con su situación de precariedad y la imagen que da a los usuarios. "Si no acepta ayuda y no comete ningún delito, hay poco que hacer".

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