La mañana soleada y apacible en Eggenburg, en la región de la Baja Austria, fue propicia para el recuerdo por parte del pintor Arnulf Neuwirth, quién a sus 95 años se preguntaba cómo alguien de Agaete había dado con su paradero, provocando que despertara su español dormido desde hacía 66 años, puesto que no lo había vuelto a hablar, según decía. Mientras, yo observaba con asombro su capacidad para recordar con detalles aquella etapa de su vida, en la que la mediación de don Luis Delgado, el guardamuelles, logró que don José Bermúdez, el maestro de la generación octogenaria, no sólo le dejara su casa en la actual Avenida de los Poetas, sino que entre los dos le buscaran los muebles necesarios para hacer la estancia un poco más cómoda, como así nos lo recuerda el propio Arnulf Neuwirth en unas declaraciones hechas en 1947.

"Pasé tres años bajo el sol tropical en una de las islas Canarias en una casa solitaria junto al mar. Las olas del océano golpeaban la orilla, casi llegaban hasta la puerta de mi casa de modo que las tablas de la puerta eran salpicadas por el agua salobre. Por delante tenía el mar límpido, por encima de mi cabeza las palmeras y detrás de la casa, plantaciones de platanales de color verde esmeralda. En este entorno disponía de tiempo y tranquilidad para meditar sobre esta sabia sentencia china: 'Quien quiera convertirse en un buen pintor debe leerse 10.000 libros y caminar 10. 000 millas'. En lo que concierne a las millas que se deben caminar", continúa Neuwirth, "he seguido la enseñanza de la sabiduría china fielmente, y probablemente he caminado mucho más en mis andanzas por los países balcánicos, por Francia, España, Portugal y la parte francesa del norte de África."

Entonces Las Nieves no era ni la sombra de lo que es actualmente. De todo el sector pesquero artesanal, sólo 30 familias vivían y convivían junto con los aparejos y artes de pesca, en unas casillas en primera línea de playa sin la protección del muro de contención que actualmente supone la actual Avenida de los Poetas, mientras que el resto de las familias de pescadores vivía en el barrio de San Sebastián, de ahí el nombre de Pescadores en una de sus calles y otras dispersas por la Villa de Arriba y Barranco Santo.

Así era Las Nieves que Arnulf Neuwith conoció, a pesar de lo cual, no sólo no la olvidó sino que, perdidas algunas de sus pinturas y dibujos debido a los avatares propios de la guerra, volvió a pintar desde la lejanía aquel Agaete que le había acogido, que le había ayudado a sobrevivir y al que nunca olvidaría.

En el mes de junio del año 1949 la prensa anunciaba la pronta terminación de un grupo de 30 viviendas en Las Nieves, de Agaete, "donde quedarán perfectamente y dignamente alojadas 30 familias de pescadores residentes en dicho lugar, las cuales, debido al grave problema de salubridad que planteaban sus chozas y miserables alojamientos, han merecido el principal desvelo del organismo sindical".

Fue Luis el guardamuelles quien introdujo al pintor austriaco en el ambiente marinero, llamándole mucho la atención no sólo la variedad de especies, el colorido y nombre del pescado, la faena de varar los barquillos en la playa y el trabajo en tierra entre redes y aparejos, sino la parada al mediodía para hacer la siesta después de comer, aprovechando cualquier rincón donde hubiese una sombra y que Arnulf Neuwirth recoge entre sus dibujos.

Los apodos familiares le dificultaban al pintor austriaco el aprendizaje de los nombres de pila de los pescadores, igualmente podría ocurrirle ahora, puesto que, en ese aspecto, muy poco ha cambiado el Agaete que conoció con respecto al actual, donde aún se asocia el nombre de las personas con el gentilicio familiar como son los Gomeros, Sanguchos y Piñeros, los del Molino, Mirandas y Alejos, los Serrunos, los Nanos, Machales y Mechúos, los de Graciliano, Seitos y Moganeros, los Machucos, Cubines, Lajillas y Faneques, los del Sepulturero, los Nueces, Cangrejos e Ingleses, o los Patamala, Capiros y Diepas, entre otros.

Y si por una parte estaban los apodos familiares, por otra y por derecho propio e idiosincrasia, destacaron personajes como Mano Isidro, Juan de To, Mano Alejo, José el Sangucho, Manuel el Chico y Manuel el Niño, Chano el Machuco, el Cápita y Matías el de Mano Alejo, recurriéndose a este último en caso de emergencia, una vez jubilado Luis el guardamuelles.

Nunca olvidaré aquel 5 de marzo de 2008, cuando solo en el andén de la estación ferroviaria de Eggenburg, en aquellas horas tan de mañana, me identificaba con aquellas mujeres agaetenses, pescadoras y con arrestos, con el baño lleno de pescado a la cabeza, cabrillas se me antojaban, dispuestas a traducir en sustento familiar la faena de la noche marina, pregonando el ¡ fresquita muchachas, fresquita!, ¡a la sardina fresca, muchachas, vivitas!, por todas las calles del municipio. Con mi baño a la cabeza cargado no de pescado, pero sí de ilusiones, de incógnitas y algo de incertidumbre, eché a andar dejando que la inercia me llevara cuesta abajo.

Mientras bajaba la pendiente recordé a María Méndez, a Juana María y a Mana África, a Juana la de Juan de To y los años que pregonó el pescado de Agaete en la Romería del Pino, en Teror, a Concha a Carmita y a Pepita las Machucas, a Pinito la de Conene, a Siona la de Mano Isidro, Juana Miranda y a Nieves la Bachá, Antoñita y Mariquita las Cubinas, a Lola la de Tontón, a Tina y Obdulia las Mechúas, a Maruca la Canaria, a Lola Pérez y a Lola la de Chano el Mojito, a Nieves y Carmen las de Seíto, a Lola la Totorota y a sus hijas Mari Nieves y Toñi, Anita la Capiro y Nievecita, a Lola la del Molino y Gregoria la Gomera, Nievita la Palmera y Lola la Caitano, sin olvidar a Mariquita la de Matías el de Mano Alejo hasta llegar a Estela, mujeres pioneras en la invención de la marcha atlética olímpica, donde nunca se supo si corrían o caminaban de prisa cargadas con aquellos baños a la cabeza, mujeres que otrora, además de vender pescado en Agaete, se desplazaron a los municipios vecinos, cuando no a las medianías en tiempos de hambrunas, vendiendo y a veces cambiando, sardinas tostás por pan, papas y millo; mujeres sin las que no se entendería la historia de la pesca artesanal y de bajura en el Puerto de las Nieves. Mujeres.

Absorbido por la luz, el paisaje y el paisanaje agaetense, el pintor austriaco guardaba aún impresiones de la mar y el viento y también de tierra adentro. Acompañado por Luis el guardamuelles realizaría varias caminatas para conocer el extraordinario paisaje del Valle de Agaete, llamándole la atención la flora, los lagartos y los cultivos tropicales; en más de una ocasión llegó hasta El Sao primero, donde visitó los molinos de agua, continuando hacia El Hornillo cuyo poblado troglodita aún recordaba.

En una de aquellas excursiones llegaría hasta Tamadaba, las montañas míticas que contemplaba todos los días desde el Puerto de las Nieves y que junto con la Punta de la Aldea, fueron el motivo que me llamó la atención y por el que me acerqué e identifiqué aquel cuadro en el Museo de la ciudad de Viena y que a pesar de que en la cartela reza como Puerto de las Nieves, 1942, en una de sus cartas me indicaba el pintor que también tiene otro título: Autorretrato.

De las Ramas vividas, Arnulf Neuwirth dejó constancia en una de sus composiciones pictóricas en la que recrea la Ermita de Las Nieves, el almacén de empaquetado de tomates que estaba en la trasera de la misma y el Roque Antigafo, dos papagüevos con el armazón que los sostienen y sus bailadores al descubierto, mientras que en primer plano recrea las faenas agrícolas realizadas por mujeres y hombres ayudados por camellos, entre túmulos de la necrópolis aborigen de Las Nieves, actualmente desaparecida, pero que junto con la del Maipez, Arnulf Neuwirth conoció y visitó varias veces.

Con el paso de los años, aquellas Ramas celebradas en circunstancias adversas tanto para Agaete como para el mundo, evolucionaron cualitativa y cuantitativamente. Ramas vividas, bailadas y vivenciadas. Ramas aprendidas y aprehendidas que van más allá de quienes pretenden encorsetarla a la luz de supuestas teorías, tan respetables como caducas y estériles por excluyentes, en cuanto a su origen y destino, razón por la que me posiciono una vez más- por inclusión-, con la Rama de los sentimientos, en donde tiene cabida quienes a ella se entregan y participan, habiendo tantas Ramas- en una sola- como personas la bailan y la sienten, porque el hecho espiritual, el de los sentimientos, está por encima de cualquier hecho puntual sea cual fuere su tendencia.

Es la Rama un acontecimiento dancístico que pocas normas conlleva, seguramente en su simpleza radica su grandeza y es esa grandeza, la que nos eleva haciendo que miles de personas compartamos el espacio público y vibremos cada cual con sus razones, ya sea bailando, mirando pasar la comitiva, retransmitiéndola en directo que para eso la tecnología nos lo ha puesto al alcance, fotografiándola o simplemente compartiendo en silencio las ausencias.

En aquellas Ramas de la niñez y de la inocencia, mi generación estaba ilusionada con estrenar zapatos nuevos y camisas de vichy a rayas o a cuadros- que es lo que había- y que dejaron marcada en mi para siempre, la vocación de toldo de playa que aún tengo. Quienes teníamos familia en Las Palmas esperábamos con ansiedad en la Plaza de Tomás Morales a que llegaran en el coche de hora el día 3 por la tarde, comentábamos el nerviosismo que nos impedía dormir esperando el paso de la Diana en la madrugada del día 4, o el temor a los manotazos de los papagüevos en La Rama y el colorido de las bengalas en La Retreta.

Con visión de adolescente disfruté viendo a don José de Armas, ayudado por don Santiago Ubierna, pintando los papagüevos y aquellos óvalos representativos de los diferentes pagos y caseríos del municipio, que formaban parte de la decoración callejera, sin perder de vista como bailaban la Rama aquella gente mayor, familias de pescadores y gente de promesas la mayoría, entre los que sobresalían- nunca me cansaré de contarlo- Manuel el Carila y Lola la Marta.

Con actitud juvenil no sólo bailamos La Rama, sino que el grupo generacional de amigos, participamos en aquellas Comisiones de Fiestas que culminaron en el año 1972, con la declaración de la Rama como Fiesta de Interés Turístico Nacional y a pesar de que crecimos viendo y bailando los llamados bailes de salón: tangos, valses, pasodobles y foxtrot, en el Casino La Luz, la revolución musical de la década de los sesenta, nos cogió en plena adolescencia y cantamos y bailamos al son de la música italiana llegada de los festivales de San Remo en las voces de Doménico Modugno y su Nel blu dipinto di blu, más conocido como Volare, Gigliola Cinquetti con No tengo edad y Dio come ti amo , Claudio Villa cantando No pienses en mi, sin olvidar a Nicola di Bari y El cuore e uno zíngaro o Giani Morandi metiendo el dedo en la llaga con No soy digno de ti, un argumento demoledor para nosotros adolescentes acomplejados por causa del acné, el cambio de voz y la barba incipiente con pelusilla. Para cuando llegaron los discos de Mina e Iva Zanicchi ya teníamos algunos años más.

También escuchamos Speedy González en el bazar que tenía Mariluz la de la Funeraria en la calle Guayarmina y los domingos, a la salida de misa, practicábamos el twist en la Plaza de la Constitución, donde Toni el de Casto tenía un kiosco; todo esto alternado con los ensayos de la Banda de Agaete que entonces era municipal y ensayaba entre semana en el Ayuntamiento.

Avanzada la década llegó la música inglesa más de Los Beatles que de Los Rolling Stones y por supuesto la de todos aquellos conjuntos españoles como fueron Los Bravos, Los Pekeniques, Los Sirex, Los Relámpagos y Los Brincos, entre otros muchos. Fue la época de los guateques y de las pandillas y como no íbamos a ser menos, mi grupo generacional parejero como el pueblo que nos vio nacer, fundamos también la pandilla de 'Los Rebeldes' y bailamos todas aquellas canciones, las de Adamo, las del Dúo Dinámico, las de Juan y Junior y muchas más.

Para entonces la modernidad ya había aterrizaba en La Rama y se desgajaba en grupos que iban abriendo la comitiva a su aire, bailando y cantando desde el Popotito hasta el West Side Story, pasando por el Submarino amarillo, para continuar con las llamadas canciones del verano.

Ahora en los años de madurez voy a buscar La Rama que antes me traía mi padre y bailo en el tramo de calle y lugares con los que me identifico, de los que guardo gratos recuerdos de vida. En esa Rama del sentimiento y de la inclusión que es la que defiendo, les aseguro que bailo con los presentes sin olvidar a los ausentes, sobre todo a quienes se han marchado para siempre a vivir su Rama en otras estancias.

La misma hospitalidad que Agaete le proporcionó al pintor austriaco Arnulf Neuwirt -al que le rindo mi particular homenaje al no renunciar a que alguna vez sus obras cuelguen de las paredes de la Casa de la Cultura, y a que algún rincón del Puerto de las Nieves lleve su nombre- es la hospitalidad que nuestro pueblo ha ofrecido, en múltiples ocasiones, a todas las personas a las que Agaete y su gente enamoran. Y si emocionante fue el encuentro con aquel pedazo de Agaete hecho pintura en el Museo de la Ciudad de Viena, no menos lo fue cuando en la última feria de turismo en Stuttgart (Alemania), me encuentro con la gran foto mural de Guayedra, presidiendo el espacio de Gran Canaria dentro del estand de las Islas Canarias.

Algo está cambiando. Se está promocionando Agaete como espacio medioambiental y tendría que haber una correlación de intereses entre la promoción exterior y el cuidado del espacio por parte del conjunto de los agentes turísticos- cada uno de nosotros lo somos- que operan en el municipio. Y observé en las guías turísticas impresas en alemán en relación con Agaete, la preponderancia medioambiental y cultural como son las rutas de senderismo a Tamadaba y el Charco Azul en El Risco, la etnografía, la artesanía, la arqueología, la gastronomía, el tipismo arquitectónico sencillo del pueblo blanco, el Tríptico Flamenco, los alojamientos con un plus añadido por su diferenciación y también, claro está, La Rama. Ya sabemos por qué apostar, me dije.

Históricamente, el maridaje entre paisaje y paisanaje ha sido una de las grandes fortalezas de Agaete- si no la más- razón más que suficiente para apostar por la calidad de vida y por la excelencia en la prestación de servicios, tanto para los residentes como para los visitantes, dado que éstos forman parte de la regeneración económica que Agaete necesita y en un momento en el que la touroperación ha puesto sus ojos en el municipio. También es un buen momento- siempre lo es tratándose del pueblo de uno- para sentir el orgullo de pertenencia a la comunidad, para sentirnos copartícipes del mito construido a lo largo de más de cinco siglos de historia, de la historia prehispánica aborigen y de la posterior a la conquista castellana, para seguir apostando cada cual dentro de sus posibilidades, por ese Agaete del que hablamos y no paramos, por ese Agaete que nos llega al alma.

Llegada la hora del almuerzo en mi visita a Eggenburg, el matrimonio Neuwirth me invitó a comer. Cuando íbamos llegando al restaurante de la fonda en el centro del pueblo me dice Arnulf Neuwirt de manera jocosa: No sé qué pescado nos dará hoy Luis el guardamuelles, a lo que respondí que aunque llevara 66 años sin hablar el idioma, la socarronería agaetense no la había perdido? Saldamos el intercambio con la complicidad de una sonrisa imborrable.