Miedo, llantos, angustia, incertidumbre e impotencia. Después de una noche sin dormir, "porque a ver quién es capaz de echarse con todo esto, si no es un ánima bendita", asegura Adolfo Rodríguez, vecino de Cueva Grande que ayer tuvo que dejar su casa al ver como el fuego se acercaba. El grancanario, natural de Tejeda, describe lo vivido durante el día de ayer como un auténtico fin del mundo. "Podía ver como el fuego crecía en la Cumbre y se acercaba como caído del cielo", relata mientras explica que "me dio mucho miedo verlo de tan cerca, sobre todo porque parecía que estaban lloviendo bolas de fuego ". Hoy, un nuevo amanecer que cambió la 'lluvia'naranja y rojiza por la que todos agradecieron cargada de agua y que no ha cesado en todo el día facilitando las labores de extinción.

A lo largo de la mañana familias enteras fueron desalojando el polideportivo de San Mateo, donde fueron evacuados tras el incendio, para volver a sus casas, una vez las carreteras de acceso abiertas. Alrededor de las once de la mañana ya solo quedaban unas 20 personas, la mayoría vecinos de Cueva Grande, esperando para recorrer uno de los caminos más interminables de sus vidas ante la incertidumbre sobre el estado de sus viviendas. "No sabemos lo que nos vamos a encontrar, es horrible, pero cuando nos fuimos ayer [a primera hora de la tarde] se veía el fuego acercándose a casas cercanas y ya sabemos que hay coches quemados y animales que no pudieron escapar", señala Rodríguez.

A su alrededor cientos de historias e infinitos miedos que el fuego ha dejado a su rastro La tristeza se podía palpar en cada rostro, e incluso en el de los voluntario o en el de los vecinos de San Mateo que aprovecharon la festividad del pueblo para dar apoyo "sobre todo moral", afirma Julia R., una vecina que, a pesar de sobrepasar los 70 años, estuvo durante la noche de ayer y la mañana de hoy junto a los afectados, conocidos o no.

"Uno de los momentos más duros fue ver llegar a familias con niños pequeños o con personas mayores que no se pueden valer por sí mismos", cuenta Lumi Santana, concejala de Servicios Sociales de San Mateo, que tampoco se ha apartado del lugar. Asevera que las lágrimas fueron una constante, tanto como el sueño estuvo ausente.

Más arriba, dejando atrás el pueblo de cobijo, el paisaje se volvió cada vez más desolador. El olor a pino habitual que siempre avisa de la llegada a un lugar de orgullo para los grancanarios se transformó en aroma a humo y cenizas que gritaba desolación. El color verde se transformó en negro y la tristeza se palpaba en cada esquina. "Esto es un infierno", comentaban voluntarios de una protectora de animales que buscaban sobrevivientes. Y aunque la Isla está de luto y tanto los rostros como los paisajes muestran pena, el lado solidario, entre voluntarios -tanto para ayudar a las personas como a los animales- y las labores de los equipos de emergencia, dieron ese rayo de luz que confirma que la unión hace la fuerza. "Además la lluvia, que se agradece con el alma", garantiza uno de los desalojados.