El paso de las llamas ha dejado una estampa desoladora en la zona recreativa de Los Llanos de Ana López. Contenedores de plástico derretidos, pinos calcinados, madera quemada y una tierra calcinada que echa humo al caer la última lluvia del verano.

Como si del Parque Nacional de Timanfaya (Lanzarote) se tratase, la cumbre de Gran Canaria es una olla a presión que dispara humo allí donde aún quedan restos del incendio. La tierra ha pasado de verde a un color negro, propio del infierno que están viviendo en estos momentos sus habitantes.

Desde Cueva Grande (San Mateo) hasta La Cruz de Tejeda, el camino luce tenebroso. No solo por la neblina que ha despertado hoy junto a las montañas de Tamadaba, sino por el aire grisáceo que desprenden las cenizas de casas, cuadras de caballos, corrales de ovejas y pino quemado. Mucho bosque quemado.

Entre vehículos de Emergencias y algún que otro extranjero que se echaba las manos a la cabeza al llegar a Tejeda, algunos vecinos paraban en las inmediaciones de Los Llanos de Ana López con gesto sombrío y lágrimas en los ojos. "Esto es una maldición", exclamaban algunos, desde el interior de su vehículo al observar un merendero azotado por las llamas y una tierra, que a pesar de agradecer el rocío de la mañana, estaba de luto.

A la altura de Las Mesetas, el llanto se escuchaba por algunas casas de los vecinos. Dolores Mayor, con 74 años de edad, aún no se creía lo que veían sus ojos: el fuego se había llevado por delante la casa de su madre y "toda una vida dentro". "Lavadora, nevera, comida, sábanas y muchos recuerdos", aseguraba mientras caminaba por las paredes derruidas de su vivienda.

"Al menos hemos podido salvar a los caballos", decía con tristeza. El fuego ha arrebatado a esta familia una veintena de ovejas, conejos, gallinas y un hogar con casi un siglo de historia familiar.