Los vecinos de Agualatente, Risco Blanco, Lomito de Taidía, Taidía y El Morisco se levantaron ayer con el corazón en un puño, con los ojos puestos en el humo y en el helicóptero que se afanaba desde por la mañana en apagar las llamas en los riscos de Las Tirajanas. "Escapamos locos", asegura Arcadio Martín Torres, propietario de una granja escuela de burros situada en Santa Lucía, justo en el límite con el municipio de San Bartolomé.

Desde su finca, en la subida a Taidía, se veían los pinos arder en la cordillera durante la noche. "Si el fuego baja se me queman los 62 burros. Fue terrible", asegura Martín, que no pegó ojo porque estaba pendiente de sus animales, de sus albaricoques y de sus olivos, entre otros árboles frutales que tiene en su finca de 40.000 metros.

El pensamiento de que todo se quemaba lo tuvo sobre las diez de la noche, cuando el Gobierno de Canarias dio la orden de evacuar desde Taidía para arriba: las llamas, en ese momento, avanzaban descontroladas hacia Las Tirajanas. Martín, con otros vecinos, sacó el tractor para hacer un cortafuegos y proteger las casas de la zona, pero no hizo falta usarlo porque las llamas no llegaron a bajar por la ladera, sino que corrieron paralelas al pueblo, en dirección a Temisas y Guayadeque. De pino en pino y, a cada paso, el esqueleto negro de los árboles que se recortan contra el cielo.

"Nos salvó el viento", explica Martín. El viento y el descenso de las temperaturas, porque a las dos de la madrugada las llamas perdieron intensidad y todos comenzaron a respirar aliviados.

Los mayores del lugar fueron evacuados a casas de familiares, uno en ambulancia porque estaba en silla de ruedas, impedido para valerse por sí mismo, mientras que los más jóvenes permanecieron en Los Moriscos, con los coches en la carretera, refrescando las casas con las mangueras y pendientes de ayudar a quien lo necesitara.

Uno de lo que se quedó fue Carmelo Pérez Rodríguez , un empleado municipal que ayudó a Protección Civil y a la Policía en las evacuaciones. Sacó de las casas a cinco mayores. "Era muy triste verlos salir desconcertados, sin nada en las manos", cuenta Pérez. El resto, unas 150 personas, se fueron en sus coches o con familiares o se refugiaron en la granja de Martín, que la puso a disposición del Ayuntamiento de Santa Lucía para quien necesitara cobijo. Allí pasó la noche Santiago, de 82 años, hasta que a las tres de la madrugada vio que no había peligro y volvió a su casa en Taidía. "Nadie se deja quemar", le dijo a su hermano, Mateo, que le llevó un caldero de comida para almorzar al día siguiente.

En ese momento, sobre las 13.00 horas, la carretera que sube a La Culata seguía cortada y Mateo tuvo que negociar con la Policía para pasar el control. Le dejaron porque la vivienda de su hermano estaba al lado de los agentes y el incendio controlado en ese sector, con varias unidades de bomberos del Cabildo y del Gobierno preparadas por si era necesario intervenir. No hizo falta porque el foco del fuego estaba muy lejos de Santa Lucía y de San Bartolomé de Tirajana, explica el alcalde de este último municipio, Marco Aurelio Pérez. Sólo un helicóptero trabajó de forma activa durante la mañana.

Otro vecino que también temió por sus animales es Rafael Pérez, que explota una ganadería con su hermano en la parte alta de Taidía, una de las zonas más cercanas al incendio. "Las llamas estaban ahí mismo, pero nos ordenaron evacuar y había que poner a salvo a la familia", rememora Pérez. El ganadero se fue, pero se quedó abajo, en Los Moriscos, por si pasaba "lo peor" y tenía que volver para abrirle la puerta a sus animales. "Tenemos 400 cabras y 40 vacas. Nos las íbamos a dejar morir", añade.

Más abajo, en la gasolinera del barranco de Tirajana, estaba Paco Sordiño. Cuando cerró a las diez de la noche, la cosa estaba "fea", pues las llamas se veían desde el mismo pueblo, con un metro o así de altitud. Pero estaba tranquilo por la dirección del viento, que empujaba el fuego hacia atrás y en dirección a Guayadeque. Luego, por la noche, refrescó, y Sordiño se sintió aún más aliviado, sobre todo al llegar al trabajo a las cinco de la mañana y comprobar que el incendio había remitido en esa zona. "Si pasa esto en agosto, con la ola de calor, no sé qué hubiera ocurrido", agrega. En la cabeza de todos los tirajaneros estaba el incendio que devastó la cumbre y las medianías hace diez años.

En el restaurante El Mirador vivieron la noche con intensidad porque hace siete años sufrieron destrozos en sus instalaciones por otro incendio. Esta vez, además de la cara de susto de los turistas, sólo tuvieron que cambiar los manteles dos veces debido a las cortezas de los pinos quemados, los cuales llovían sobre la terraza. Otros vecinos que se acercaron a primera hora para ver sus casas fueron Arturo Rivero, José López y Domingo Hernández, esta último preocupado porque no podía pasar y perdía las dos horas que tenía para regar.