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La isla de los paisajes perdidos

El geógrafo y fotógrafo Javier Gil León retrata la paulatina desaparición de la agricultura y ganadería en el interior grancanario

El geógrafo y fotógrafo Javier Gil León. LP/DLP

Desde finales de los años 80, cuando Gran Canaria recibe los primeros fondos europeos del programa Leader de Desarrollo Rural de la Comisión Europea, Javier Gil León ha ido diseccionando el paisaje humano del interior grancanario.

Gil, geógrafo por la ULPGC y Técnico Superior de Fotografía Artística por la Escuela de Arte y Diseño, ofrece hoy a las 19.00 horas en la sede de la Real Sociedad Económica de Amigos del País una conferencia, apoyada en un fondo fotográfico de un centenar de imágenes, en la que se retrata un interior isleño con una población rural en descenso y que paulatinamente va perdiendo los usos agrícolas y ganaderos tradicionales.

El geógrafo establece un paralelismo. "Cuando se denuncia la desaparición de los yanomami en Brasil todo el mundo sale a denunciar el hecho, pero no ocurre lo mismo en Canarias con los pastores, por ejemplo, que han sido durante siglos los que han velado por todo un acervo cultural y han cuidado de nuestro patrimonio medioambiental durante siglos".

Unos pastores que, a medida que se ha ido desarrollando urbanísticamente la isla, "han tenido que sobrevivir y refugiarse en los lugares más inaccesibles, en los paisajes de piedra, en unos espacios naturales protegidos que paradójicamente no los considera como verdaderos agentes del desarrollo de esos entornos, a pesar de que desde antiguo han 'construido' y gestionado esos parajes".

Con el transcurrir del siglo XX al XXI, según expresa Javier Gil, en medianías y cumbres se está dibujando un entramado agrario "de fin de semana", en alusión a una agricultura de fortuna que ya no se considera como fuente de ingresos, sino de complemento económico. Y por tanto, "se observan los bancales descuidados, cuando no abandonados".

De sus retratos ha desaparecido el hombre que acarrea follaje, el que utiliza el burro como medio de transporte o el vaquero que pastorea reses.

También se han esfumado los aperos, "como el arado o la yunta, relegados hoy a elementos de identidad en fiestas y romerías, pero nada más".

Por todo ello es especialmente crítico con las millonarias inversiones en un desarrollo rural que no ha tenido efecto, "porque no se ve savia nueva en el campo, no existen los jóvenes que retoman las explotaciones rurales. Es cierto que hay ganaderos que han invertido en queserías, en cubas de frío, en prensas y maquinaria, pero no son esas nuevas generaciones".

Achaca culpas a políticas "en las que cada área de las respectivas administraciones han tomado un camino lineal, en vez de confluir en un trabajo conjunto en el que Medio Ambiente se ponga de acuerdo con Urbanismo, Turismo, y Obras Públicas, y todos ellos a su vez con los responsables del sector primario de manera que sea posible crear zonas verdes y productivas donde hoy se están abriendo esos grandes espacios abandonados cerca de las urbanizaciones, como ocurre con Siete Palmas o Las Mesas. Ahí habría que multiplicar las zonas verdes asociadas a San José del Álamo. De esa forma los jóvenes podrían ver camino de, o desde sus casas, tal y como lo hacían sus abuelos, los acebuches, dragos y palmeras, junto a terrenos en cultivo". Y no es tanto una cuestión de dinero, asevera, "como de una administración conectada"

Pero también achaca la pérdida de este entramado a una sociedad que, según aprecia, "no valora productos como el queso, que no está dispuesta a pagar el auténtico precio que significa a unas joyas únicas en el mundo, reconocidas internacionalmente y que no están compuestas solo de cuajo y leche, sino de un poso cultural de cientos de años, de la preservación del paisaje, del mantenimiento de un lenguaje vivo que aún cita 'baifo', 'goro' o 'beletén', alejándolo por tanto de una curiosidad museística, por no hablar de un esfuerzo que no conoce de días libres, fines de semanas y vacaciones".

Este quebranto, además, no implicaría solo la paulatina pérdida de todos estos elementos, sino incluso de una raza ganadera que ha sido domesticada y cuyo saber no es algo tangible y recuperable, porque requiere de percepciones y sutiles gestos que solo pueden ser asimilados durante generaciones.

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