La Provincia - Diario de Las Palmas

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Agaete

Gran Canaria, a sardina viva

Las sardineras de Agaete con los baños en la cabeza cargados de pescado. BRITISH PATHÉ

La productora de documentales British Pathé, una de las más prestigiosas de Europa en el siglo XX, con más de 85.000 películas históricas en su haber, acercaba sus cámaras a las islas en 1962 para rodar tanto en Tenerife como en Gran Canaria dos deliciosas piezas que retratan, como pocas, las condiciones de la vida rural de la época, casi en vísperas del desarrollo del turismo y en plena explosión de la agricultura de exportación.

Son apenas 7,51 minutos, que comienzan en el Pueblo Canario con el tropicalismo de decenas de isleños ataviados con el traje de Néstor de la Torre y el rianga rianga de la música de fondo. Sunshine and color, según resume la voz en off. De la fiesta se pasa a lo que hoy se llama una escuela taller-, no más que una tabla de aglomerado con sillas-, donde la chiquillería aprende los secretos de los calados de Ingenio y la manufactura de sombreros de palma, todo ello enmedio de unos frutales y tuneras, in the open air, es decir, al oreo. La cosa se va poniendo buena.

El glamour de los primeros planos da paso, al minuto y 27 segundos a la Gran Canaria dura y profunda, con familias enteras, incluso niños de todas las edades, y hasta el perro bajo ese mismo solajero, enlatando tomates con un garbo prodigioso y un aguante físico aún más extraordinario.

Solo 14 segundos después el equipo gira al norte, a la Cuesta de Silva, donde los bancales de platanera pintan de meseta a costa del verde masivo de las matas, dejando apenas un resquicio para dejar paso a la carretera del infierno que conectaba el norte con el resto insular por El Hormiguero. Es hora de desflorillar y ahí se adentra el cámara, para sacar a un compadre en faena con naife, y cachorro, camisa y calzón estampados con uno de los tintes más prodigiosos que ha dado la naturaleza, la leche de plátano en flor, de la que aún no se ha inventado lejía equivalente.

El siguiente plano es el corte de un buen racimo de banana, según el inglés, que tras un atrevido fundido aparece cargado sin aviso previo en el hombro de un turista que entra recto por un reactor Caravelle VI-N de la compañía belga Sabena, a modo de equipaje de mano. El documental se regodea en varios planos dedicados al fenomenal aparato, capaz de volar sin hélices, solo con un par de tubos en las alas que echan fuego por la cola. Tras ese logro tecnológico, regreso al paleolítico, con dos cristianos, uno delante de una yunta de vacas y otro por dónde el rabo, a los mandos de un arado mesopotámico. Un tercero transporta cañas a bordo de un burro en cuesta y, de repente, tras una brevísima parada en Las Canteras con sus sombrillas multicolores: Agaete, quizá la auténtica estrella de la producción en toda su gloria.

Minuto 4, y 33 segundos. Tres lanchones con remos llegan de la faena y arriban, callao arriba entre las olas, en la playa de Las Nieves. Ahí esperan sus mujeres para recoger y vender la zafra de pescado. Es hora de consultar a José Antonio Godoy, memoria de la villa, para ver qué es lo que ahí se cuece.

Lola 'la Totorota' y compañía

"Oh, yo lo que ahí detecto a simple vista es a Mano Isidro, Agustín el Cubín, Juan y Juana los de Juan de Tó, Antonio el Machuco, Perico el Piñero, María Méndez, Leonor la Pupula, Lola la Totorota, Juana María, María Antonia la de Paco el Sangucho y a Mariquita la de Matías el de Mano Alejo".

Y dibuja el cuadro, de cuando aquella playa de Agaete era "el punto económico de la pesca de bajura, en la que se salía a faenar de madrugada para llegar a tiempo de mercadear por la mañana con el pescado. Las mujeres lo pesaban en el mismo callao y unas se iban a los primeros bares que surgían en el pueblo, como La Granja o El Cápita, y otras marchaban por la villa a pregonar ¡viviiita la sardina fresca, muchachaaa, viviiita! A lo mejor con los gritos también se fundía la música de la pianola del afilador, cuando no del amolador, que era un señor que arreglaba los lebrillos con unas grapas gordas".

El guardia municipal controlaba que las sardineras no salieran con los baños de hojalata cargados a Gáldar o Guía hasta que la villa estuviera bien surtida de los frutos de la mar. Existía una ordenanza que prohibía abastecer a lo ajeno antes que a lo propio.

Había quién se llegaba al arco del Huerto de Las Flores, en el que una de sus columnas abarcaba la carnicería y la otra la pescadería, enrejada con unas ventanillas por las que se pasaba el pescado o la carne vendida, frente a un mostrador de mampostería con un hierro sujeto de los extremos donde colgaban las pesas. Era la lonja, y también el WhatsApp, el Facebook ancestral. Sanguchos, Cubiones o Piñeros se intercambiaban ahí la información local con el resto de la población, en una vida centrada en la agricultura de tierra adentro.

Internet de alpargata

La falta de agua corriente aglutinaba al personal en nodos de comunicación extremos, como los lavaderos y los chorros, donde el guineo era aún mayor, un tráfico de información en hora punta sobre todo en épocas de zafra agrícola, de septiembre a mayo o junio, cuando los pueblos estaban rebosantes de vida.

Con horarios partidos en las labores agrícolas, 90 minutos para comer, los mediodías marcados por las campanas del Ave María, y para la suelta de la tarde por el Ángelus, el trasiego de esa internet de alpargata se disparaba.

Salían los trabajadores de las fábricas de zapatos, los niños del colegio, que confluían con las sardineras de Las Nieves, y se disparaba también el trueque de los asalariados que plantaban lechuga, zanahoria, coles o jaramagos en las orillas que quedaban libres de las grandes explotaciones tomateras y plataneras, para conseguir así una pella extra con la que complementar una nóminas de tristes sueldos.

En el trabajo todos arranchaban por igual, a veces en formato bangladesí, como las costureras de la pacotilla dirigidas por el terorense Antoñito Naranjo, un mayorista que repartía la ropa cortada que las mujeres cosían en serie. "Ojo, que no era alta costura", frena en seco Godoy, "sino de corre que te pego, que es de lo que hoy hablamos, es decir, vaqueros de genérico despuntados de aquella manera con la Singer y la Alfa, o camisas de rayas y cuadros Vichy. No había más".

Con el alba y el ocaso se oía el ralentí de los coches de hora calentando la culata mientras estibaban en el techo medio mundo de quesos, lecheras, puños de millo y animales vivos que iban a parar a las familias acomodadas de Vegueta, las que tenían referentes en los campos, como los Manrique de Lara en las Longueras, en el Valle, y que les enviaban a través de sus mayordomos las riquezas frescas del interior.

Al timón de aquellas locomotoras de verguilla se encontraba Chanito González, más conocido como Chanito Cardones, -"que casó en Agaete y que era de Cardones"-con el cobrador Francisquito Sánchez, que se enfrentaban a dos y tres horas de ruta proa a la capital.

A las horas de la tarde, en Las Nieves, el mundo se cerraba. Le llamaban muelle pero apenas fue refugio. La avenida era una hilera de casetas donde se guardaban aparejos y utensilios de faenar, y la barriada de pescadores eran casas de patios abiertos plantadas sobre calles de tierra y polvo.

La postal la remataban las barquillas varadas y la cola de dragón que dibuja el macizo aldeano, formando el idéntico circo de azul y salitre en el que, desde que el mundo es mundo, se posa el sol.

Apagada la luz en el ocaso se cerraban puertas y ventanas. En el mar se trabaja de noche y madrugada, a la contra de la vida algo más diurna de la agricultura. A las seis en invierno Las Nieves era el silencio enterrado por el rumor del marisco que frota los callaos entre las espumas, y la brisa diseñando bolas de hulagas que patrullan el pago dormido.

Muchos de los que esperan a que el sol vuelva a encenderse para echar el trasmallo son hoy nuestros octogenarios inquebrantables en el sufrimiento y la carestía, los que levantaron la isla sin conocer la herramienta ni la mecanización ni el fuera borda, a cielo descubierto. Son los rostros castigados por el esfuerzo que otorgaron a las generaciones venideras la rampa de lanzamiento que impulsó una sociedad mejor. Va por ellos.

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