Fuera, en la noche cerrada, ya sólo se oyen los ladridos de perros famélicos. Dentro, a los pies del enfermo, en una silla dispuesta junto a la cama donde yace, se ha sentado el doctor José Molina Orosa. Hace rato que concluyó con las atenciones estrictamente médicas.

Ahora permanece allí simplemente para acompañar a aquel hombre, tan humilde como la habitación en la que ambos se encuentran. No tardará demasiado en irse. Mañana habrá tarea dentro y fuera de horario, porque tocar en su puerta es el primer recurso de los desesperados.

Una vez más se marchará sin cobrar, eso si no deja caer furtivamente una peseta que la familia descubrirá al día siguiente, suficiente quizás para las medicinas. El galeno, apoyado en el bastón que le acompaña desde joven para compensar su cojera, abandona la vivienda entre gestos y palabras reverenciales que él considera innecesarios.

Este modo de obrar del doctor José Molina Orosa (1883-1966) ayuda a comprender la talla de su figura en la historia de Lanzarote. Jugó un papel clave en la dura tarea de mejorar el infame nivel sanitario con el que la Isla se asomó al siglo XX y su empeño dio como resultado la apertura del Hospital Insular en 1950, un hito.

El cariño popular no sólo se mantiene vivo, sino que es suficiente para dar alas a iniciativas institucionales para que su nombre ocupe el lugar que merece. El diputado regional socialista Manuel Fajardo Palarea defendió el pasado miércoles en el Parlamento de Canarias una Proposición No de Ley que instaba al Gobierno de Canarias a nominar el actual Hospital General, dependiente de la Consejería de Sanidad del Ejecutivo, como Hospital Doctor José Molina Orosa.

La iniciativa contó con el respaldo unánime de la cámara (por el Partido Popular intervino Fernando Figuereo y por Coalición Canaria lo hizo Manuel Fajardo Feo). Llegaba así a buen puerto la declaración institucional aprobada por el pleno del Cabildo el 28 de julio de 2006 tras una propuesta elevada por la Mesa Insular de Sanidad, presidida entonces por el propio Fajardo.

Lina es una de las grandes guardianas de la memoria de su padre. En el salón de su casa destaca un mueble bellamente tallado donde se cobijan los recuerdos en forma de recortes de periódico, fotografías en sepia y papeles que dan fe de algunos de los pasos vitales y profesionales del médico. Las paredes están repletas de retratos.

En la mayor parte de ellos se ve a un joven de gesto grave. Por eso destaca tanto una en la que aparece con una sonrisa antológica junto a su mujer, Inocencia Aldana Lorenzo, en una de sus escapadas veraniegas a La Santa (Tinajo). El otro protagonista de la escena es un camello de mirada socarrona.

También tenía salidas socarronas el doctor. En una de las anécdotas que se le atribuyen, un amigo le comenta muy preocupado que un tercero presume de una virilidad que él, enrabietado, creía difícil igualar a su edad y le pedía consejo. "Diga usted lo mismo", le recetó.

Lina sigue entre papeles. Sus primeras palabras son de agradecimiento. "Hay que dar las gracias al pueblo de Lanzarote, a todos los que apoyaron en el Parlamento y en especial a Manuel Fajardo Palarea", dice.

En estos momentos se acuerda también de Monso, una persona, recalca, que contribuyó de manera decisiva a difundir el conocimiento de la labor de su padre y a su nombramiento como Hijo Predilecto. Se acuerda de sus hermanos, sobre todo de los que no están aquí para disfrutar del momento (Inocencia, Agustín y Gonzalo).

Habrá que hacer hueco en el mueble para más papeles.