"Trabajábamos como se trabajaba allá cuando... Íbamos, y le metíamos candela hasta qué se yo..." Miguelo Tejera es uno de los últimos hombres que quedan vivos de los centenares que desde los años cuarenta se dejaron la espalda en los ocho aljibes cobijados en las laderas de Guatisea (San Bartolomé) y Montaña Blanca (Tías). En el segundo de los casos se utilizó incluso a presos del franquismo, aunque Miguelo, al igual que su hermano Andreíno, ya fallecido, lo hizo como jornalero. Ayer, desde la atalaya de sus 77 años, se lamentó del estado de abandono absoluto que sufre la que no deja de ser una de las mayores obras de ingeniería hidráulica de Lanzarote, al margen de su valor histórico: "He dicho un montón de veces que no costaría tanto recuperarlas y usar el agua para regar".

Ignacio Romero se asoma a una de las cavidades practicadas en un costado de Guatisea, desde donde se divisa San Bartolomé a vista de pájaro. Montaña Blanca, a cuya cima subió en varias ocasiones José Saramago, se ve al frente, en dirección sur. Ignacio es guía de una ruta organizada por el Ayuntamiento de Teguise que traerá a unas cuarenta personas para que conozcan este vestigio. "Es una muestra de la cultura del agua y de todas las calamidades que se pasaban en Lanzarote", resume este joven experto en las tradiciones insulares que, al igual que Miguelo, no entiende qué hacen los aljibes enterrados bajo capas de olvido.

Al meter la cabeza, como hace el guía, los ojos se encuentran con una cavidad de unos ocho metros de alto, unos cuatro de ancho y alrededor de veinte de fondo. Hay seis aquí y dos, de mayor tamaño, en Montaña Blanca. Lo primero que se piensa es en el inmenso trabajo que tuvo que suponer horadar estos huecos en la piedra. "Yo estuve en 1962 ó 1963, por ahí, con mi hermano, que era el capataz, el Mudito, Kiko, Mario y otros más. La roca no era demasiado dura tampoco, pero nos teníamos que echar allí los días enteros con una horita para comer al mediodía", rememora.

Los disparos de las escopetas de los cazadores han borrado a perdigonazo limpio la inscripción de la placa en la que se daba fe de que las obras habían sido promovidas por el régimen de Franco. Hoy se sabe, pero ya no se lee porque es imposible hacerlo. Lo cierto es que los canales de estas infraestructuras llegaban directamente hasta Tías y el centro de San Bartolomé para abastecer a la población en los tiempos en que el agua no salía del grifo. "En San Bartolomé la despachaba el señor Bartolo, que era el celador y que iba siempre con una varita de membrillo debajo del brazo", recuerda Miguelo.