"Me acuerdo que desde chiquito venía en el burro de mi abuela desde el Varadero de Puerto del Carmen, después de tomarnos una taza de chocolate". Aduén Morales, de 25 años, camina junto a un grupo de amigos por la carretera de Tinguatón tras nueve años ausente de esta tradición familiar que ahora retoma tras terminar los estudios. Este joven fue uno de los miles de peregrinos que ayer se dirigieron a pie hasta la ermita de Los Dolores en Mancha Blanca (Tinajo) desde prácticamente todos los rincones de la isla.

La patrona de Lanzarote es el nexo de unión de todos los conejeros. Eso lo sabe bien, la lanzaroteña Lidia García, que a pesar de residir desde hace 40 años en la avenida de Escaleritas de Las Palmas de Gran Canaria cumple con su promesa de venir cada mes de septiembre caminando desde el pueblo de Mácher para ver a su Virgen.

Una devoción que algunos a pesar de ser todavía unos niños llevan grabada con sangre. Adrián Díaz lleva cinco años (cumplirá 15 mañana lunes) caminando descalzo desde el pueblo de Tahíche. Su madre, Carmen Delia Valdivia, reconoce que aguanta bien el trayecto y que es algo que él siempre ha querido hacer. "Tengo ya callos y no me duele", aseguraba Adrián justo en el momento de comerse un bocadillo de mortadela en el Monumento al Campesino.

"Mientras se pueda seguiremos viniendo caminando", decían ayer Ascensión de León y Dolores Domínguez. Y es que los lanzaroteños saben muy bien lo que es caminar hacia Mancha Blanca. Porque en ocasiones se tardaba varios días en llegar a este santuario, sobre todo los que procedían de la isla de La Graciosa. El sol se pone en Los Dolores. Pero la luz de la Virgen de los Volcanes sigue guiando a una multitud de lanzaroteños que desea cumplir con el rito de llegar a pie hasta la ermita. La fiesta continúa.