- Usted es de Gran Canaria, pero lleva más de una década residiendo en La Graciosa. ¿Cómo llegó a esta isla?

- Llevo catorce años viviendo en La Graciosa. Llegué a esta isla después de que me nombraran como profesora sustituta en el colegio Ignacio Aldecoa. En realidad, me dieron a elegir entre Fuerteventura, Lanzarote y La Graciosa, pero la plaza de docente de matemáticas que me ofertaron en esta última isla era la que más me gustaba. Aquí conocí al que hoy es mi marido y me he quedado por eso, aunque mi esperanza es regresar algún día a Gran Canaria.

- ¿Cómo ha cambiado La Graciosa durante ese tiempo?

- Muchísimo. Cuando llegué no había ni escollera en el muelle ni calles que ahora existen. No obstante, sigue habiendo unas condiciones de aislamiento que no han variado, a pesar de que se han mejorado las comunicaciones marítimas y cada vez viene más gente de fuera durante todo el año y no sólo en la época de verano. La idiosincracia de la gente de La Graciosa no ha variado mucho y tiene unas ciertas características que están condicionadas, quizás, por el aislamiento que vivieron anteriormente. Son gente trabajadora y honrada pero mantienen un círculo un poco cerrado, pues todos ellos son familia. Aparentemente, da la sensación de que no es así, pero el que vive aquí percibe que el de fuera sigue siendo de fuera.

- El diagnóstico que ha realizado la Consejería de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias sobre la situación del Archipiélago Chinijo destaca el excesivo crecimiento turístico en La Graciosa en poco tiempo y las amenazas que ello supone para seguir conservando no sólo los recursos naturales de esa zona sino también la esencia marinera de la Isla, uno de sus principales atractivos. ¿Comparte usted esa valoración?

- Creo que sí, el crecimiento ha sido exagerado y se ha hecho sin control de ningún tipo. Hay muchas personas que están viviendo del turismo pero otras no y le desestabilizan toda su vida. Da la sensación de que estamos viviendo en un hotel. Cuando entramos en la época baja con poco turismo se vive muy tranquilo y se descansa muy bien. Pero el problema llega en el verano con la afluencia de más visitantes. Al no tener ningún tipo de normas, no te dejan descansar. Habría que exigirles a los clientes una serie de condiciones para que nos permitan descansar y también hace falta más vigilancia.

- ¿Hay alguien que viva exclusivamente de la pesca, aún hoy en día?

- Muy poca gente, se contarían con los dedos de una mano. La mayoría vive del turismo y del sector servicios. Se ha perdido el carácter marinero. Cuando fracasó la pesca en el Banco Canario Sahariano mucha gente se marchó a la construcción, los bares y restaurantes. Cuando llegué a La Graciosa los jóvenes decían que iban a estudiar en la Escuela de Pesca, pero hoy en día nadie opta por esa formación. La mayoría de los chicos hacen módulos de formación profesional y luego no vuelven a la Isla.

- ¿Es demasiado tarde para frenar el desarrollo que ha tenido La Graciosa?

- No, aunque hay cosas que costarían y que no se han podido regularizar con el Plan Rector de Uso y Gestión, pero se podría intentar. No hay ningún tipo de control de las personas que entran en La Graciosa y se están metiendo muchas cosas que no son buenas y que podrían perjudicar, incluso, al turismo.

- ¿Cómo afrontan el elevado precio de la cesta de la compra derivado de la triple insularidad que padecen?

- No nos queda más remedio que comprar aquí los productos porque no podemos estar desplazándonos a Lanzarote cada vez que nos gustaría. Si por lo menos hubiera siempre productos básicos en las tiendas, aunque los tengas que pagar caros, los compras. Pero a veces no hay ni siquiera lo básico y no encuentras en toda la Isla ni huevos, ni papas, ni leche. Por poner sólo dos ejemplos; el litro de leche cuesta más de un euro; y el kilo de queso que en Lanzarote vale nueve euros, aquí está a más de catorce euros.

- La poca estabilidad del profesorado es otro de los problemas añadidos que tiene la Isla.

- A los profesores se les debería dar alguna compensación, aunque sea en puntos. El centro educativo tiene varios proyectos que se llevan a cabo, pero no es lo mismo que sean asumidos por distintos docentes cada año. En la actualidad, además de mí, solo la profesora de francés, que es de Gran Canaria, reside en la Isla. Por otro lado, en parte creo que el profesorado está más motivado a trabajar aquí si puede regresar cada día a su casa en Lanzarote, lo que redunda de forma positiva en su trabajo y en el ambiente del centro educativo.

- ¿Qué diferencia hay para un alumno acudir a clase en un colegio de Lanzarote en vez de hacerlo en La Graciosa?

- Muchísima. Hay diferencias positivas y negativas. El alumnado es poco y te facilita la tarea docente. Hay más familiaridad, pues todos los chicos se conocen y es como si estuvieran en la casa o en la calle juntos todo el día. No hay separación entre la vida de la calle y el colegio.

- ¿Qué opciones de ocio tienen los jóvenes cuando salen de sus clases?

- Realmente, sólo tienen una batucada y lo demás es ir a bares o caer en otros vicios.

- ¿Los políticos han dejado de lado La Graciosa?

- Creo que no. La Graciosa ha estado muy mimada pero, evidentemente, hay muchos problemas por solucionar. Aparte del control turístico, hace falta saneamiento, un dinamizador para los jóvenes que les haga actividades, una biblioteca...