La Provincia - Diario de Las Palmas

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Festividad de Los Dolores Historias del pasado

Días de rezos, fiesta y aguapata

Manuel Díaz Rijo fue uno de los primeros niños que se bautizaron en la iglesia de Mancha Blanca

Un peregrino capta con su móvil a la imagen de la Virgen de los Dolores. ADRIEL PERDOMO

El final del verano siempre llega en Lanzarote por las fiestas de Los Dolores. En los campos apenas quedan las últimas uvas de malvasía, que se guardan como tesoros, como el mejor de los postres con el que brindar en estos días de fiesta, rezos y el reencuentro siempre grato con los amigos.

Cerca de Mancha Blanca, dónde cuenta la leyenda que la virgen frenó la lava y salvó del fuego a los vecinos de Tinajo, se encuentra La Vegueta, un mirador de lujo, en medio de la lava y las viñas, con hermosas casas solariegas, de grandes ventanas por las que se filtra la luz y el paisaje puede verse en todo su esplendor.

Manuel Díaz Rijo nació en una de esas casonas con porche en la entrada y un jardín bien cuidado rodeado de enredaderas vertiginosas y cactus tan grandes que parecen no tener fin. Cuando apenas tenía ocho o nueve años se acuerda de ver la hilera de coches que venían de Arrecife y como a paso lento pasaban por delante de su casa, "yo salía y los saludaba con la mano, y ellos, claro está, me respondían. Eran cosas de chiquillo, pero lo recuerdo con gran satisfacción, además la mayoría eran conocidos de mi familia".

El padre de Manuel Díaz Rijo fue durante años el secretario del Cabildo, como persona de autoridad y muy reconocida, recibía la visita de amigos y compañeros de trabajo y tertulia, que después de pasar por la ermita de Mancha Blanca volvían a hacer una visita a don José Díaz Santana.

"Por los Dolores en mi casa se mataba un cochino y se invitaba a mucha gente. Se ofrecían las últimas uvas de la cosecha y por supuesto vino". En aquellos años, finales de los treinta del siglo XX no existía la costumbre de la romería, "eso, para mí, sucede de forma reciente, cuando yo vivía en La Vegueta eso no pasaba. La gente no venía caminando de todos los pueblos de la isla".

Un grupo que sí hacía este camino procedía de Haría, "nosotros los llamábamos los harianos, y nos gustaba mucho verlos. Venían de noche, cantando, como una parranda y se quedaban a dormir cerca de mi casa, bajo algún árbol. Alguna vez fuimos hasta donde estaban ellos para escuchar como cantaban, era muy divertido".

También le gustaba ir caminando hasta la ermita, en una de esas deliciosas excursiones, de la mano de su madre, con sus tíos y primos, y de fondo los enarenados de La Vegueta, como un tapiz de negro picón.

Don Manuel, pocos como él para llevar con tal distinción ese apelativo, es sobre todas las cosas el hombre que hizo el milagro de convertir el agua salada en dulce. Este ingeniero naval fue uno de esos soñadores capaz de convencer a las autoridades de aquella época que el agua y la electricidad eran posibles en el Lanzarote de mediados de los años 60. Don Manuel, a sus 87 años, tiene muchas historias que contar, tantas, que el que escucha nunca se aburre, siempre puede descubrir algo nuevo que desconocía de aquellos años que cambiaron el futuro de la isla de los volcanes.

Manuel Díaz Rijo, vive en Madrid, pero nunca ha podido olvidarse de su tierra, de su Vegueta, y de Tinajo. Recuerda con gracia que fue uno de los primeros niños, en realidad el segundo, en ser bautizado en la iglesia de Los Dolores: "Don Tomás, que era el cura entonces, no quería trasladarse hasta Mancha Blanca para bautizarme, pero mi padre lo convenció y al final accedió. Cuando llegaron, según me dijeron, estaba también la señora que cuidaba la iglesia, la santera. Ella había tenido una hija, seguramente habría nacido casi al mismo tiempo que yo. Habló con el cura y primero bautizó a la chica y después a mí, así que soy el segundo niño en estrenar la pila bautismal de Mancha Blanca".

Se ríe con el relato, con la historia que su padre le contó unas cuantas veces y con las andanzas de ese famoso cura, don Tomás, "las mujeres le tenían miedo. Era muy grande y siempre iba montado en un caballo. Cuando estaba en misa, incluso rezando, y entraba una señora sin velo, no dudaba en darse la vuelta y echarla de la iglesia, por eso cuando llegaban a algún sitio, la gente salía huyendo".

Otra de sus anécdotas es que al parecer con el trajín de abrir la iglesia de Mancha Blanca para su bautizo al cura se le olvidó llevar la sal, "ya sabes que antes a los niños se les ponía un poco en la boca, y como a mí no me lo hicieron, así salí yo, medio desabrido". Este año no podrá venir a Tinajo por Los Dolores, pero don Manuel Díaz Rijo seguirá sin poder olvidar aquellos días felices en La Vegueta.

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