Cada rincón de las Islas Canarias tiene su encanto propio, pero siempre hay unos lugares que por unas u otras razones, a cada persona les impacta de forma diferente. Y he de reconocer que Teguise es un pueblo que me robó parte del corazón en cuanto lo visité por vez primera.

Parafraseando un párrafo de la obra de teatro "Usted tiene ojos de mujer fatal" escrita por Enrique Jardiel Poncela en el año 1932, de Teguise puede decirse, como de la rubia del cuento, que era blanca y tenía ese "no sé qué" que se nos mete en el corazón no se sabe cuándo, que se nos agarra no se sabe cómo, que nos incita no se sabe a qué y que nos arrastra no se sabe adonde...

Teguise amanece en esta mañana de sábado con toda la calma del mundo, como si el tiempo se hubiera detenido dentro de las casas terreras pintadas de blanco inmaculado. Llama la atención, nada más llegar a la plaza del pueblo la presencia de una oficina de Bankia ocupando un enorme caserón que conserva su estructura, muros y puertas de madera antigua perfectamente armonizadas con el resto del entorno. No ha construido un bunker de hormigón, mármol y cristaleras blindadas como acostumbran a hacer en nuestras capitales en las calles donde se instalan en "manada", locales tan pretenciosos como tenebrosos, que en cuanto acaban su jornada de trabajo transforman la calle un mausoleo siniestro. Aquí se ha conservado la arquitectura típica del lugar.

No hay apenas gente por las calles, es un sábado tempranito, pero sus innumerables restaurantes ofrecen el desayuno a quien se acerca por allí. Es todo amabilidad y hasta los mantecados tienen un tamaño "king size". El domingo, día del mercado artesano, a esta hora el bullicio callejero estará garantizado. Teguise es un pueblo que ha sabido aprovechar con inteligencia y buen gusto su entorno para transformarlo en una especie de parque temático del tipismo lanzaroteño y del comercio de la artesanía propia y foránea.

En la amplia Iglesia del pueblo, con aire de catedral, destaca un gran órgano de tubos. Es de suponer que los paisanos se deleitarán con su música en las misas dominicales siguiendo un refrán que podría decir, aunque no dice, que a Dios rogando y con el oído escuchando, que la música amansa a las fieras y predispone el espíritu para los mejores sentimientos. Como resistiéndose a dejar atrás la Navidad, un simpático nacimiento elaborado con papeles y cartones multicolores, sigue instalado al fondo de la nave central, tal vez no tanto para no estorbar, sino para intentar quedarse allí para siempre.

Mi maestro en el arte de juntar letras y de enseñarme a reflexionar sobre las pequeñas y grandes cosas de la vida para hacerlas útiles si se les sabe destilar su esencia, Domíngo Hernández Peña, nació en este bello pueblo lanzaroteño. Y vino al mundo, como él mismo dice, lleno de temores. Por eso lo hizo en el Callejón de El Miedo, en el número uno, para ser el más miedoso del mundo. Me enseñó muchas paradojas de la vida, como que el hombre más rico de Teguise, allá por la primera mitad del siglo pasado, regaló una fuente a un pueblo sin agua... Por todo ello, no por casualidad (como él suele apostillar), suele usar el pseudónimo de Alejo Guanapay, que aunque se aleje de Teguise, con "Te quise" bautizó una novela suya, sigue llevando en el alma el espíritu recio y altivo del Castillo de Santa Bárbara y San Hermenegildo, construido al borde del cráter del volcán Guanapay y sede actual del Museo de la Piratería.

En resumen, visitar cualquier día Teguise, y en especial aprovechar una mañana de domingo para visitar su mercado artesanal es una experiencia inolvidable. Es además una visita muy recomendable para muchos de nuestros alcaldes para que tomen nota de cómo se pueden hacer bien las cosas y desarrollar un pueblo apoyándose en la iniciativa privada de sus gentes.