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Un lanzaroteño ilustre Manuel Díaz Rijo

El hombre que quiso ser lluvia

Manuel Díaz Rijo, que falleció el pasado martes, fue el promotor de la primera desaladora de Lanzarote - Tuvo que recurrir a la inversión extranjera para hacer realidad su sueño

El año 1960 fue especialmente seco en Lanzarote. En Arrecife apenas había caído una gota desde mayo hasta diciembre. Por si fuera poco, los recursos hídricos que se obtenían de las fuentes, manantiales y de la galería de Famara eran insuficientes para abastecer a una población que ya superaba los 36.000 habitantes. Ni siquiera el agua que se transportaba en los correíllos desde Tenerife evitaba que la isla pasase sed.

Un sequía que obligó a los principales mandatarios de Lanzarote a organizar ese año un encuentro, casi a la desesperada, en Madrid con el por entonces vicepresidente del Gobierno, el general Luis Carrero Blanco, para convencerle de la imperiosa necesidad de que se aumentaran los envíos de agua desde Tenerife hacia Lanzarote.

Una visita que a la postre fue el origen de la puesta en marcha, cinco años después, en Arrecife de la primera potabilizadora de agua de mar que cambió el rumbo económico de Lanzarote.

El alcalde de Arrecife, Ginés de la Hoz (que había acudido a Madrid en compañía del presidente del Cabildo, José Ramírez y el delegado del Gobierno, Santiago Alemán) se reunía posteriormente en el parque del Retiro con su amigo el lanzaroteño Manuel Díaz Rijo, un ingeniero naval afincado en Madrid, que desde hacía años seguía de cerca los primeros pasos que se estaban produciendo en diversos países (en especial en los Estados Unidos) sobre la desalinización de agua.

"En dicha conversación, teniendo en cuenta los conocimientos que yo tenía de la cuestión, se me ocurrió proponer al alcalde considerar a Lanzarote como un gran barco fondeado en el Atlántico, entre cuya maquinaria se incluyese una planta desalinizadora del agua del mar. No era razonable que, rodeados de esa gran cantidad de agua salada, fuésemos incapaces de transformarla en potable, y romper con ello el cuello de botella que estaba frenando nuestro futuro desarrollo", contaba Díaz Rijo sobre aquella reunión que marcó la historia de la isla.

"Consideramos que era el momento oportuno para intentarlo y poder caminar hacia el futuro promoviendo el desarrollo turístico de la isla, al igual que ya se estaba haciendo en muchos lugares de España. Tanto nos entusiasmamos hablando de nuestra isla y soñando con verla libre del problema del agua potable, que decidimos afrontar el tema con cariño y que yo diera los pasos necesarios para llevar a buen fin este proyecto", explicaba Díaz Rijo.

El primer paso del ingeniero fue ponerse en contacto con la Oficina del Agua Salina, dependiente de la Oficina del Interior de los Estados Unidos que trabajaba en cinco plantas experimentales. "Ante mi asombro, después de aproximadamente un mes, recibí en mi domicilio un enorme paquete de libros que rebasaban ampliamente mis expectativas", recordaba Díaz Rijo.

A partir de ese momento comenzaba una frenética carrera no solo para poner en papel esta idea sino en buscar una financiación millonaria para esa época. "Creo que las personas con las que contacté me consideraron como un inventor loco. Yo como técnico sabía que no estaba inventando nada, sino presentando una propuesta técnica, ciertamente novedosa en nuestro país, con la que era posible resolver un grave problema de Lanzarote", afirmaba.

Sin embargo, ni el Cabildo de Lanzarote ni el Ministerio de Industria se mostraron dispuestos a poner ni un solo duro en la nueva desaladora. "Resultaba notable el desconocimiento que se tenía en el país en relación con el tema de la desalinización del agua de mar", sostenía Díaz Rijo cuando rememoraba los orígenes del proyecto.

La solución a los problema de Díaz Rijo, que también contó con su hermano José (abogado) y otro ingeniero naval, Javier Pinacho, fue recurrir a la inversión extranjera. Fue en Nueva York donde Díaz Rijo cerró el contrato con la empresa Westinghouse Electric Co. y la firma de ingeniería Burns and Roe, In para la compra de una desaladora de 2.300 metros cúbicos diarios a través de la empresa Termoeléctrica de Lanzarote SA (Termolansa), que había adquirido las concesiones para producir agua y electricidad en Lanzarote.

Mientras Westinghouse y Burns and Roe desarrollaban los planos de instalaciones, Termolansa procedía a la construcción de la red de distribución de agua potable en Arrecife. Fue una obra que se prolongó hasta después de estar en marcha la potabilizadora en 1965.

"Se trabajó con rapidez pues era necesario tener los grifos abiertos en el momento de comenzar la producción de agua. Se levantaron la mayor parte de las calles de Arrecife para instalar la red principal, y todas las aceras, para la red secundaria. Desde esta red secundaria se fueron dando las acometidas a las distintas viviendas. Así mismo, se construyó un depósito regulador en Maneje y su unión con la red de distribución y el solar de Punta Grande", recuerda Díaz.

Según contaba Díaz Rijo en Lanzarote se cruzaban todo tipo de bromas durante esos años sobre la posibilidad de consumir el agua del mar. "¿El agua sería realmente potable? ¿Tendría sabor a marisco?", eran algunos de los comentarios de una población que en el fondo tenían la esperanza de que de una vez por todas se acabara con la falta de agua.

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