Esta es la historia de una vida de éxito truncada por las drogas. La de quien cambió las páginas de deporte por las de sucesos y más tarde, por las de tribunales. Es la historia de éxito y fracaso de un chiquillo de La Isleta llamado Sergio Marrero Barrios y que hoy tiene 47 años. La de aquel muchacho menudo y moreno que una mañana, siendo un adolescente, se presentó con sus padres en el López Socas para pedirle a Paco Castellano, ya ex jugador de la Unión Deportiva Las Palmas, que le entrenara. Ahí empezó una carrera deportiva en la que Sergio hizo gala de dominar el balón pero, en cambio, no pudo sortear el resbaladizo mundo de las drogas. Ahí perdió por goleada. Estos días de nuevo ha sido noticia porque otra vez ha sido condenado, en esta ocasión por tráfico de estupefacientes. En suma, el ex jugador de la Unión Deportiva y del Atlético de Madrid vendía crack en una plaza de esta ciudad. Una cadena de delitos a los que lo llevó la droga.

Dicen que ya era consumidor de droga cuando en la temporada 1988 le fichó el equipo rojiblanco. Con ese contrato y su viaje a Madrid se destapó la vida notoriamente desordenada del jugador, que, como se supo luego, tenía su origen en lo que todos sospechaban pero nadie pronunciaba. Paco Castellano recordaba estos días el dolor que le produce ver la imagen actual de Sergio por su manifiesto deterioro. "Para mí estos chicos son como mis hijos y me duele verle así. Hace mucho que no hablo con él pero le tengo lástima, esa es la única verdad", comenta.

Castellano dice que la primera vez que vio a Sergio fue en el López Socas. "Me lo mandó alguien diciéndome que era un jugador extraordinario pero que le había pegado una piña a un entrenador, que a ver si yo podía hacer algo con él...". Tenía 14 años. Sus padres, gente humilde, acompañaron a Sergio en esa cita. Dice el técnico que el chico respondió bien en los entrenamientos aunque siempre lo tuvo atado. "Bajo mi tutela el chiquillo se portó bien".

"Era listo", comenta Paco, "leía el fútbol y se anticipaba. Un gran jugador, vamos". Moli y su mujer, su padres, iban entonces a ver cada partido que el niño jugaba hasta que un día Paco habló con Mamé León, entrenador de la UD, para que Sergio entrara al primer equipo. Sus aptitudes lo pedían a gritos, así que el 15 de septiembre de 1985 debutó con la UD en el Sánchez Pizjuán de Sevilla. Fue a partir de ahí cuando los rumores sobre su vida desordenada y nocturna, sus ausencias de los entrenamientos encendieron todas las alarmas.

Algo debía haber visto ya Castellano porque una de las órdenes que León y él mismo le dieron a Páez, otro histórico del equipo amarillo, fue recoger al jugador cada mañana en su casa, llevarlo al entrenamiento y dejarlo de nuevo en casa. Vigilaban sus movimientos pero cada vez era más intenso el rumor sobre sus fiestas, su vida nocturna, y malas amistades.

Muchas idas y venidas. Con Roque Olsen como entrenador de la UD, fue cuando Sergio más rindió porque el técnico no sólo no le dejó una rendija por donde escapar, sino que fue su confidente. De su futuro y de su vida hablaban hasta la madrugada.

MILLONES PERDIDOS. A Marrero lo contrató el Atlético de Madrid por cuatro temporadas (desde 1988/92) por 30 millones de pesetas (de las de entonces), además, 12 millones más que el jugador cobraría por cada temporada y un sueldo de 220.000 pesetas, primas aparte. Era el contrato más alto que recibía un jugador canario. Pero el cuento de hadas estaba a punto de finalizar cuando Jesús Gil, presidente del club, interpretó a su manera la frase del presidente amarillo, Fernando Arencibia: "Le endilgué un drogadicto a Gil". El presidente colchonero se enfureció y eso, unido a las malas compañías y la falta de disciplina de la que ya hacía gala Sergio en Madrid, fue suficiente para rescindirle el contrato. Ese fue su final; estaba casado y tenía ya dos hijos y una vida que desde entonces se deslizó por la peor pendiente. La anulación del contrato por la frase de Arencibia acabó en los tribunales y lo alejaron del balón para siempre.

Hace dos semanas que la Audiencia Provincial de Las Palmas impuso tres años de prisión a Sergio Marrero Barrios. El ex jugador fue juzgado el 15 de diciembre por la Sección Primera y la sentencia lo declaró autor de un delito contra la salud pública por haber vendido dos boliches de crack el día 6 de marzo de 2007. Sergio alegó en su defensa que no vendió droga alguna; que se encontraba en el establecimiento de la zona de la plaza Manuel Becerra, en el Puerto de La Luz viendo el partido Barcelona-Liverpool, y que las dos cápsulas que se encontraron en sus bolsillos no eran para guardar la coca. Según el acusado los envoltorios de plástico se debían a la ingesta reciente de dos huevos Kinder.

El nombre de Sergio Marrero ha alcanzado el rango de leyenda porque pudo ser y no fue. Sus correrías han alimentado una historia de adversidades. Quizás la frase más esperanzadora pronunciada en torno a este hombre la dijo su hijo, que juega en el filial de la UD: "Espero tener la clase de mi padre, pero nunca su cabeza".