Tras el gran telón por el que los artistas del Gran Circo Mundial salen a pista cada tarde hay un mundo perfectamente organizado y cronometrado que funciona como las bambalinas del teatro o el backstage de las pasarelas. Artistas y personal de montaje se mezclan entre cajas, monociclos, colchonetas y objetos irreconocibles en una semioscuridad en la que todos se mueven sin chocarse y en la que la luz sólo llega con las lentejuelas de los trajes o cuando se abre el segundo telón, el que conecta con la calle, donde están las jaulas de los animales y las caravanas. Estamos en Las Palmas de Gran Canaria y la función está a punto de comenzar. Al Dúo Engels, que hace acrobacia aérea sobre una tela y a diez metros de altura, les toca romper el hielo.

En el ambiente hay un fuerte olor a palomitas y los aplausos y los ¡ohhhh! se suceden con las acrobacias de la pareja rusa. No han hecho más que salir a pista y ya se despliega la cama elástica sobre la que la familia Tonino -Troupe Piratas del Caribe- alcanzarán columnas de dos y tres integrantes. El más pequeño de los Polos, otra de las familias que actúa, se entretiene pegando saltos. Es uno de los 25 menores que viven este año bajo la carpa.

En una esquina, dos de los cinco componentes de la troupe Svataba, procedentes de la República Checa, realizan ejercicios físicos y tiran las mazas al aire. Emil Junior, con 28 años y padre de familia de tres niños, es el único de los 45 artistas que realiza tres números en los que se funden la acrobacia y el equilibrio. "Aunque te encuentres mal no podemos perder la sonrisa ni el control mental. La familia depende de nosotros", cuenta.

Cada espectáculo dura entre siete y ocho minutos. Sólo Súper Silva, el trapecista Spiderman -que ahora se ajusta las botas- está cinco minutos sobre el escenario. El Mago Polo, que tiene en su poder la medalla de plata de las Bellas Artes, regala diez con un número en el que aparecen dos leones y un tigre casi albino. Todos -136 personas trabajan en el circo- saben cuál es su turno. Pero, por si acaso, un listadillo recuerda el orden de salida.

Chicharrín, el payaso, ya acabó y aún conserva su nariz roja. Es mexicano y lleva 50 años en el circo. Ha sido alambrista, trapecista y muchas cosas más. "Esto es como si fuera un barrio, una comunidad de vecinos. Hay normas muy estrictas. Ni puedes tomar, ni faltar ni retrasarte", dice.

Richard Faggioni, el Príncipe del hipnotismo, está preparado con sus cocodrilos que, metidos en cajas, están alineados a punto de que los operarios los saquen a escena. Son una de las fieras que participan en el espectáculo, en el que hay leones, caballos, elefantes, perros y papagayos. Todos están al cuidado de Fabrice, un ex domador con 50 años de vida en el circo. "Son los números más difíciles porque tiene que haber tiempo, amor y devoción como si se tratase de una mujer", dice.

El espectáculo continúa y los aplausos no cesan. Miss Aurori, con un número de caballos y otro de elefantes, se queja entre bambalinas de la escasa consideración que en España se tiene al circo como espectáculo y a sus artistas. "Esto que se ve aquí hoy, es el Circo, y no cuando los personajes televisivos discuten en un programa rosa".