Han pasado cuatro años y vuelta al mismo sitio. Jerónimo Saavedra, amante de la reflexión en silencio, de la conversación serena y gran escuchador, es por el contrario poco dado a la confrontación directa, las decisiones radicales y, sobre todo, de promover talas indiscriminadas. Pero precisamente por toda esa mezcla de rasgos, sus determinaciones finales terminan provocando cismas en la mismísima crisma.

En la primera semana de febrero de 2007, los socialistas de la capital grancanaria salieron desconcertados de la asamblea que tenía que rematar la candidatura que iba a encabezar Saavedra al Ayuntamiento para dar un volantazo a la ciudad después de doce años de dominio conservador. Nadie, salvo los cinco primeros de aquella lista y alguno que otro más, se fue contento a casa aquella noche. Poco antes, la asamblea había dado un exiguo espaldarazo a aquella relación de candidatos a concejal, con una fortísima abstención. Era el castigo de la indiferencia.

Pero la cosa salió bien y Saavedra ganó la alcaldía con mayoría suficiente. Y creó su equipo alrededor y formó gobierno. Pero luego algo salió mal. Tan mal que a mitad del mandato, después de cerrar el primer presupuesto con déficit de los últimos tres lustros, de tener tres responsables de Urbanismo y de anunciar en falso la privatización de Guaguas Municipales, acabó cortando de un tajo la mitad de su núcleo duro.

Aquellos cinco felices hombres y mujeres -Teresa Morales, Néstor Hernández, Marcela Delgado, Rodolfo Espino y Magüi Blanco- que copaban los puesto dos al seis de la candidatura de Saavedra poco podían imaginar que justamente cuatro años después iban a asistir al entierro de sus ilusiones por continuar, que iban a ser los grandes damnificados de la decepción del primer mandato. Y es que todos se fueron cayendo a medida que pasaban los años. Ni su jefe de gabinete, Miguel Ángel Sáez, la única persona elegida directamente por el alcalde para acompañarle en su aventura municipal, salió vivo de la quema.

La salida de Teresa Morales empezó a cantarse en el primer trimestre del mandato. Su enfrentamiento con Miguel Ángel Sáez por celos de competencias entre ambos fue tan agrio que casi acaba con sus huesos fuera del gobierno. Sólo año y medio después el destino quiso que los dos se fueran casi al mismo tiempo. Claro que el detonante estaba fuera de las oficinas municipales y cerca de la mismísima cocina de la Ejecutiva socialista: Saavedra había perdido la primera parte del pulso que mantenía con Juan Fernando López Aguilar y se quedó sin apoyos. Sebastián Franquis tomó el mando y empujó la ejecución de decisiones, que incluyeron a Rodolfo Espino, el concejal de Hacienda al que se responsabilizó del fracaso presupuestario de 2008, el primero que gestionaban los socialistas de Las Palmas de Gran Canaria desde el penúltimo lustro del siglo pasado.

Las salidas de Marcela Delgado y Magüi Blanco fueron postreras (de hecho, se enteraron hace 24 horas), pero posiblemente estaban cantadas. La primera estuvo en la picota a principios del verano pasado después de la polémica adjudicación del servicio de guarderías públicas y el alza de las tarifas, que tuvo que corregir sobre la marcha. Su discutida gestión en Servicios Sociales, con merma de personal, ya le había costado perder esa delegación a mediados del mandato.

En el caso de Blanco, a la que se encargó la estrategia de "recuperar" el contacto con el movimiento vecinal después, según los socialistas, de años ignorado por el Ayuntamiento, poco puede achacársele en relación a lo que le encomendó el alcalde cuando empezó el mandato, sólo que apenas dispuso de medios y su labor se limitó a eternos debates ciudadanos y a la elaboración de reglamentos que han visto la luz justamente la última semana.

El caso más sorprendente es el de Néstor Hernández. Llegó como el número tres de la candidatura, el primero posible tras Saavedra porque el dos tenía que ocuparlo una mujer, Teresa Morales, según la teoría de las listas cremallera de los socialistas (hombre-mujer-hombre-mujer). Rechazó dos veces la Concejalía de Urbanismo por razones muy personales que casi nadie entendió. Asumió la portavocía de la ciudad en la Autoridad Portuaria y en Emalsa, concentró el servicio de Limpieza y las zonas verdes, a la tercera cogió Urbanismo y acabó siendo el primer teniente de alcalde.

Amigo personal de Saavedra desde hace años, sin embargo había caído en cierta desgracia en los últimos tiempos. En círculos municipales se apunta a dos motivos para el distanciamiento: sus diferencias políticas con Sebastián Franquis (apoyaron a candidatos distintos para la secretaría general del PSC) y el escaso lucimiento de su gestión, limitada a los planes Zapatero, sin proyectos estratégicos y con la eterna tramitación del reajuste del Plan General, perdido en algún rincón de la Cotmac.

Cuatro años después, la nueva cabeza de puente de Saavedra se apoya en la experiencia de los supervivientes de 2007, que copan los primeros puestos (Sebastián Franquis, Isabel Mena, Fernando Navarro e Inmaculada Medina), y un montón de caras nuevas. Otro experimento de resultado incalculable.