La increíble historia de Anatoli Dotsenko comenzó hace un buen puñado de años en Ucrania, cuando dejó su trabajo de policía y se asentó en Sierra Leona para hacer fortuna como empresario. Primero montó una empresa de zumos, luego se empeñó en hacer negocio con los diamantes, después compró un barco para dedicarse a la pesca y diversificar su actividad... Hasta que ese buque, el Vape-1, fue interceptado en el puerto de La Luz y de Las Palmas con 10 inmigrantes a bordo, 12 fardos de marihuana y 94 gemas.

La detención de Dotsenko, de 48 años, y del resto de la tripulación saltó pronto a los medios de comunicación como el caso de los diamantes de sangre, quizá porque el buque chatarra procedía de Sierra Leona, país esquilmado de sus materias primas por la codicia de Occidente; quizá porque la película de Leonardo Di Caprio aún estaba fresca en la retina de la sociedad y en Canarias no se arresta todos los días a un expolicía de la extinta Unión Soviética con noventa diamantes en el camarote de un barco que está para el desguace.

Pero el caso de los diamantes de sangre se ha quedado sólo en un posible delito de inmigración clandestina, entre otros motivos porque las piedras interceptadas son de muy baja calidad: una perito analizó los pedruscos más prometedores y su valor no superaba los 200 euros. La ley penal especial que regula estos delitos establece que sólo existe contrabando cuando el valor del bien incautado supera los 18.000 euros. De ahí que la fiscal que lleva el caso, Teseida García, no haya formulado acusación por ese hecho.

Junto a las gemas sin tallar, la Brigada de Extranjería y la Udyco de la Jefatura Superior de Policía de Canarias también encontraron en el camarote de Anatoli lupas con lentes de corrección cromática para clasificar las piedras, unos alicatillos, una pesa de precisión y hasta tarjetas con números de prestamistas judíos especializados en la compra de diamantes.

Al principio de la investigación se pensó que el material aprehendido era del capitán, Alexander Shlyaga, un bielorruso de 56 años que está acusado por tráfico de personas junto al alemán Vadim Klamm, propietario del pesquero en el que se hacinaban los 10 inmigrantes, la mayoría originarios de Sierra Leona. Pero Dotsenko confesó su rocambolesca historia desde prisión en una carta remitida al Juzgado de Instrucción nº 6 de la capital grancanaria. En ella niega que esté compinchado con el resto de la tripulación. También hay fotos suyas en plena mina, removiendo la redecilla en busca de fortuna.

Según el escrito de acusación de la fiscal, Anatoli Dotsenko ayudó al capitán a contar los 2.000 dólares que pagó cada subsahariano por la travesía. El imputado lo admite, pero dice que lo hizo por ayudar y sin conocer la verdadera finalidad del viaje, entre otros motivos porque estaba acostumbrado a manejar dinero por su condición de empresario. Iba en el buque chatarra para entrevistarse con Vadim Klamm, que le estaba esperando en el Puerto de la Luz, donde fueron arrestados los ocho acusados. Su intención era comprar uno de los pesqueros del armador.

La fiscal pide penas de ocho años de cárcel para los cabecillas, así como de tres años y medio para el resto de imputados, entre ellos Anatoli, el ucraniano que soñaba con una mina de diamantes.